De inspiración francesa, el ex Parravicini fue un emblema de la sociedad elegante

En breve iba a cumplir 95 años. El 5 de julio de 1923 el edificio de 24 de Septiembre al 500 fue inaugurado y con él nacía un pedazo de historia tucumana. Esa historia se derrumbó anoche.

EN LOS TIEMPOS GLAMOROSOS. El edificio le puso un toque europeo a una de las principales calles tucumanas. EN LOS TIEMPOS GLAMOROSOS. El edificio le puso un toque europeo a una de las principales calles tucumanas.
24 Mayo 2018
LA HISTORIA DE UN EDIFICIO SEÑERO
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la gaceta / fotos de archivo
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De inspiración francesa, fue un emblema de la sociedad elegante
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EN LOS TIEMPOS GLAMOROSOS. El edificio le puso un toque europeo a una de las principales calles tucumanas. 
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En breve iba a cumplir 95 años. El 5 de julio de 1923 el edificio de 24 de Septiembre al 500 fue inaugurado y con él nacía un pedazo de historia tucumana. Esa historia se derrumbó anoche.
Querían que una de las calles más transitadas del centro tuviese un aire parisino. Y hasta un aire a los mejores teatros y cinematógrafos de Estados Unidos. Esas fueron las directivas que recibió Víctor Abate, el arquitecto encargado de diseñar el edificio, que luego construiría Eduardo S. Lestón.
Los empresarios Luis Casanova, Agustín Tortajada, Eduardo Esteban Arnau Sáenz y Antonio Amorós materializaron su visión: el cine Grand Splendid Theatre. “La acústica era perfecta. Tanto que al ingresar a la sala para realizar su primer ensayo, el célebre cantante Alfonso Ortiz Tirado golpeó sus manos y el sonido que produjo lo llevó a exclamar: ‘¡hermosa acústica!’”, cuenta una de las últimas notas publicadas por LA GACETA.
Las películas del cine mudo eran acompañadas por músicos desde el foso del salón. Si no había películas, la cartelera se complementaba con shows de magia y con recitales. En 1930 se inauguró el sistema sonoro con el filme “París”.
El 31 de diciembre de 1970 la crisis del cine derrumbó la creación de aquel grupo de empresarios. El lugar, ya convertido en emblema de la sociedad elegante, tuvo que cerrar. Luego de un año, Juan Carlos Giuffré lo reabrió para espectáculos escénicos, y también cine, con el nombre que trascendió: Teatro Florencio Parravicini.
Murió Giuffré y volvió el cine erótico que ya había tenido su paso audaz para la época, al comenzar 1960, con las producciones francesas. La temática en las proyecciones mantuvo el erotismo hasta su cierre definitivo en 1995.
El siguiente “acto” del edificio fue un restaurant chino que comenzó las obras de refacción en 1998, en el edificio declarado “Componente del Patrimonio Arquitectónico de la Municipalidad”. 
El “tenedor libre” generó amores y odios. La amplia carta, y el precio, generaron una clientela variada.. Pero en marzo de 2001 fue clausurado, no sólo por cuestiones de higiene, “ausente” según las autoridades, sino también los numerosos inmigrantes chinos ilegales que vivían allí en malas condiciones.
Otra vez la historia del Parravicini quedó en pausa, hasta 2013. A los sonidos de las películas y de los cubiertos, se sumaron entonces los ruidos de los bolos y las charlas de adolescentes. El “Rock & Bowl” empezó a funcionar no sólo como bowling: también empezó a ser elegido como un buen sitio para distintos festejos. El entretenimiento parecía instalarse para ser un éxito, pero sólo fue una moda. El último capítulo oficial de una historia que anoche se vino abajo para siempre.
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Buena parte del nacimiento, del apogeo y de la decadencia de la sala estuvo atado a los vaivenes del séptimo arte. Fue construida en los tiempos del cine mudo y su acústica fue muy elogiada. Terminó siendo un restaurante y, luego, un bowling
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ABANDONADO.
Así lucía el Parravicini hace dós décadas. El cartel ya no encandilaba por sus luces, sino por su deterioro.
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CERRADO. El tenedor libre había sido clausurado y aparecieron los carteles de alquiler.
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la gaceta / foto de antonio ferroni
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ANOCHE. Así quedó el edificio tras el dramático derrumbe.
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DESCUIDADO. El frente del edificio, en los últimos tiempos, lució con pegatinas y ploteos del bowling.

Querían que una de las calles más transitadas del centro tuviese un aire parisino. Y hasta un aire a los mejores teatros y cinematógrafos de Estados Unidos. Esas fueron las directivas que recibió Víctor Abate, el arquitecto encargado de diseñar el edificio, que luego construiría Eduardo S. Lestón.

Los empresarios Luis Casanova, Agustín Tortajada, Eduardo Esteban Arnau Sáenz y Antonio Amorós materializaron su visión: el cine Grand Splendid Theatre. “La acústica era perfecta. Tanto que al ingresar a la sala para realizar su primer ensayo, el célebre cantante Alfonso Ortiz Tirado golpeó sus manos y el sonido que produjo lo llevó a exclamar: ‘¡hermosa acústica!’”, cuenta una de las últimas notas publicadas por LA GACETA.

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Las películas del cine mudo eran acompañadas por músicos desde el foso del salón. Si no había películas, la cartelera se complementaba con shows de magia y con recitales. En 1930 se inauguró el sistema sonoro con el filme “París”.

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El 31 de diciembre de 1970 la crisis del cine derrumbó la creación de aquel grupo de empresarios. El lugar, ya convertido en emblema de la sociedad elegante, tuvo que cerrar. Luego de un año, Juan Carlos Giuffré lo reabrió para espectáculos escénicos, y también cine, con el nombre que trascendió: Teatro Florencio Parravicini.

Murió Giuffré y volvió el cine erótico que ya había tenido su paso audaz para la época, al comenzar 1960, con las producciones francesas. La temática en las proyecciones mantuvo el erotismo hasta su cierre definitivo en 1995.

El siguiente “acto” del edificio fue un restaurant chino que comenzó las obras de refacción en 1998, en el edificio declarado “Componente del Patrimonio Arquitectónico de la Municipalidad”. 

El “tenedor libre” generó amores y odios. La amplia carta, y el precio, generaron una clientela variada.. Pero en marzo de 2001 fue clausurado, no sólo por cuestiones de higiene, “ausente” según las autoridades, sino también los numerosos inmigrantes chinos ilegales que vivían allí en malas condiciones.

Otra vez la historia del Parravicini quedó en pausa, hasta 2013. A los sonidos de las películas y de los cubiertos, se sumaron entonces los ruidos de los bolos y las charlas de adolescentes. El “Rock & Bowl” empezó a funcionar no sólo como bowling: también empezó a ser elegido como un buen sitio para distintos festejos. El entretenimiento parecía instalarse para ser un éxito, pero sólo fue una moda. El último capítulo oficial de una historia que anoche se vino abajo para siempre.

Buena parte del nacimiento, del apogeo y de la decadencia de la sala estuvo atado a los vaivenes del séptimo arte. Fue construida en los tiempos del cine mudo y su acústica fue muy elogiada. Terminó siendo un restaurante y, luego, un bowling


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