Jorgelina se siente un bicho raro en esta Copa del Mundo, y no por ser mujer. “Por haber venido sola. Esto es para estar con amigos, todos juntos”, el tema es que cuando esta juninense con pasado de hincha de Boca y veneno en la actualidad de Sarmiento perdió a su compañera antes de pisar Rusia. Llegaron juntas hasta Varsovia, la capital de Polonia. “Le dije, ‘vamos’, pero su intención era recorrer Europa y nos separamos. Desde que estuve en Brasil 2014 prometí que nunca más me iba a perder un Mundial, y bueno, acá estoy. Sola, pero estoy”. ídola.
De los Vergara, de papá, mamá y su hermano, Jorgelina es la única fanática real del fútbol. Su viejo, Hugo, fue quien le ofreció la manzana prohibida. “Era ver los partidos de Boca con él y mi hermano Mariano en su cama. Era nuestro programa”, le cuenta a LG Deportiva “Jor”, tan lejos de sus pagos (ahora vive en Buenos Aires) como cerca en su corazón. Entiéndase, ella es fan en serio del fútbol y de la Selección.
SARMIENTO, PRESENTE. La camiseta de su equipo no podía faltar en el viaje.
La crucé por primera vez rodeada de croatas y rusos en el fan fest de Nizhni Nóvgorod. No tenía entrada para este partido. Tampoco intenciones de comprar una. No le daba el presupuesto. “Somos argentinos, ¿no? Bueno, alentemos y vayamos a todos lados”, me respondía aquella noche fatídica la ex integrante de Las Kiwis, hoy su pequeño muerto ubicado en el placard de las vivencias pasadas. “Formé parte de las porristas de Sarmiento, pero cuando era chica (ríe), de los 10 a los 13”, explica y después menciona que ya está disfrutando los 25. Lo bueno de esa época es que su pasión por el juego encontró el nicho que andaba buscando. No se perdió un partido de Sarmiento más hasta que se fue de casa.
La final perdida
Todavía le duele la final perdida con San Martín por el segundo ascenso a la Superliga. “Me pasa eso y después esto, de venir a sufrir acá”, se resigna. Para colmo, viajó a España antes del partido que el “Verde” le ganó (1-0) al “Santo”. “Que haya estado lejos no quiere decir que no la vi, ja. Una amiga, con la que siempre voy a la cancha me mandaba las estadísticas por chat. Además, me puso un Facebook live para que viera todo el partido”, genia la amiga, millonaria de datos móviles. “Así es el fútbol con nosotras. A las dos no puede”.
Del primer encuentro con Jorgelina hay una toma de la película que ella, de no más de metro sesenta, intenta mover a un par de torres locales. Pequeña pero intensa. “Perdón, me dejan ver el partido. Soy argentina”, siempre al frente va esta solitaria mujer, confiesa. Igual, todavía sigue luchando contra costumbres de la Edad de Piedra, se enoja. “En Moscú había un chico en el hostel donde paraba que no podía creer que haya venido sola al Mundial. Tampoco entendía el pibe que vine porque me gusta el fútbol. Me preguntaba si jugada, si tenía a mi esposo jugando (tuvo un novio, sí). ‘Las mujeres acá sólo tienen bebés’, me dijo en un momento. Medio cerrados de mente son algunos”, lamenta quien hasta hace poco trabajó en una agencia de viajes y piensa seguir de gira por este país hasta fin de mes. “No tengo alojamiento todavía. Tendré que empezar a buscar”, señala sin hacerse problema.
UNA HINCHA FIEL. Con cara pintada, camiseta y bandera. Lista para alentar.
Momento de diván. “Es un Mundial horrible para mí. La realidad es que esto es para venir con amigos, no sola. Les mando audios y videos en vivo a los chicos en Junín para tenerlos conmigo. Es verdad que te hacés amigos, pero no es lo mismo”, insiste.
La despedida. Jorgelina busca refugio en la bandera que utiliza como si fuera la capa de un superhéroe. “Nos vemos San Petersburgo”, señala. Y así fue. Unos días después se produce el reencuentro. Ella nunca perdió la esperanza en la Selección y también alentó en el último encuentro contra Nigeria.
En la inmensidad de camisetas celestes y blancas, en su mayoría con el 10 en la espalda y el Messi de sello, por si hiciera falta, nos volemos a encontrar (de casualidad) con Jorgelina. Su semblante sobre el Mundial es otro. “¡Ganamos!”, exclama. La soledad ya no es un problema para ella. Ahora se siente plena y con la energía necesaria para encarar otra misión: cambiar la entrada de los octavos de final que como tantos argentinos compraron pensando que la Selección iba a ser primera del grupo D, el lugar que los balcánicos tomaron con puntaje ideal. “Está difícil el intercambio, pero vamos a intentarlo. Igual voy a ir a Kazán. Pero necesito vender la entrada y también una noche de hotel que tenía paga en Nizhni”, explica. Jorgelina confiesa que el tiro le salió por la culata. En fin…
Lo importante es que el equipo sigue adelante, de que la visita a Rusia no piensa en pedir el check out y que se pude seguir conociendo al país más grande el planeta.
Un poco de magia
De presupuesto híper acotado, Vergara comenta que hace magia para vivir día a día. “En Moscú encontré un hostel alejado por el que pagaba la noche 200 pesos argentinos (una ganga). La primera noche que volví, me asusté. Eran 20 minutos caminando por una vía, desde la parada del metro. Encima estaba todo oscuro. Pensé lo peor. Lo bueno es que cuando llegué le conté a una de las chicas que vive ahí lo que me pasaba, porque me quería cambiar de lugar. Me tranquilizó. La seguridad y el orden no se negocian acá, según parece”, buenísimo, entonces.
Estar cerca es muy bueno. Todavía en San Petersburgo, Jorgelina tuvo la suerte que no halló en Nizhni. “Me encontré con dos amigos de mi hermano, así que imagínate de feliz que estoy. Ya no es lo mismo esta gira, ja”, ahora tiene con quien hablar, por ejemplo.
Lo que sigue para ella es tomar su mochila, reorganizar la hoja de ruta, regresar a Moscú, por el tema del cambio de la entrada, y luego encarar los 815 kilómetros que la separan de Kazán. Lo hará todo sola, confiesa, como viene haciéndolo en gran parte de la gira. Quizás en el camino se tope con viejos conocidos, o quizás construya una nueva amistad, como cuando en un pasaje de soledad absoluta dos colombianos se convirtieron en su mayor alegría. “Fue en el ómnibus de Varsovia a Moscú. En la frontera nos tuvieron una hora, apartados del resto. Nos revisaron todo. Fue horrible”, sufre cada parte de su relato Jorgelina y lanza una cachetada al aire como espantando esa imagen que le costó borrar.
Entonces vuelve a sonreír y me dice: “nos vemos Kazán”.