El colado más feliz del mundo

 la gaceta / foto de guillermo monti (enviado especial) la gaceta / foto de guillermo monti (enviado especial)

El personaje de la foto se llama Yuri. El miércoles, Yuri vio Brasil-Serbia desde una localidad privilegiada, a dos metros del campo de juego, detrás de uno de los bancos de suplentes y a centímetros del ingreso/egreso de los jugadores a la cancha. Es imposible cuantificar las fotos que se sacó Yuri allí. De frente, de perfil, de espaldas, de arriba, de abajo, Yuri le consumió la batería al smartphone. Simpatiquísimo, comprador, Yuri sembró amistades en cuestión de segundos. “¡Neymar, Neymar!”, le gritó casi al oído cuando el astro se dirigía al vestuario, tras el calentamiento.

Lo que nadie podría explicar es qué cómo había llegado Yuri hasta allí. Si los controles en el acceso a los estadios son en extremo rigurosos, en las zonas de protocolo, en los VIP -allí donde Diego hace de las suyas, vivito y coleando- y en el palco de prensa se multiplican hasta el infinito. Fue justamente en ese sector donde Yuri coló su humanidad para acomodarse en el asiento 1 de la fila 1, un bocado de cardenal que más de un medio pagaría por conseguir. Ni los voluntarios que cada dos por tres chequean los tickets, ni el personal del estadio que custodia cada una de las salas, puertas y ascensores; ni el ejército de caballeros vestidos de negro que vigilan cada rincón, implacables como un gran hermano, se percataron de la presencia de Yuri.

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Puede fallar, decía Tu Sam. Todo puede fallar, incluso el más minucioso de los sistemas de seguridad, en un país que hace del control del espacio público y del privado casi una forma de vida. La primera sospecha sobre Yuri, más allá de lo extrovertido de su actitud (que a fin de cuentas no dista mucho de lo que hacen varios colegas, cultores de su imagen), era que estaba en una zona de trabajo… sin elementos de trabajo. Ni una notebook, ni un bolsito, ni un anotador, ni siquiera una hojita con una lapicera. Pero la condena le colgaba sobre el pecho. En lugar de la credencial de prensa exhibía, con absoluta impunidad, el Fan ID, ese pase que llevan los hinchas que compraron entradas para el Mundial.

Estaba claro que Yuri es un experto en estas lides. Jamás abandonó la sonrisa cuando alguien le señalaba el Fan ID. Si se fijaban demasiado en él, se alejaba un poco, daba una vuelta y volvía sin ser advertido. Jamás se peleó con nadie; al contrario, solícito, se ofreció como fotógrafo de ocasión. Es sencillo imaginarlo en recepciones, cumpleaños y casamientos ajenos, impecable con su sonrisa blanca, el pantalón entallado y el calzado canchero. Y en un momento, haciéndose el distraído, se guardó el Fan ID debajo de la camisa.

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Colados hay en todas partes, cada uno con su modus operandi, pero encontrar uno en el Mundial bien vale un artículo. Sortear la maraña de controles impuestos por Rusia y por la FIFA es una tarea digna de profesionales. Tal vez Yuri sea una celebridad en este universo de felices figuretis. Tal vez haya ganado una apuesta maravillosa. Se cae de maduro: “te apuesto 10.000 rublos a que veo el partido de Brasil en la mejor ubicación del estadio del Spartak”. ¿Quién se negaría a jugarle? Es dinero seguro. Pero no con Yuri de por medio. Da la sensación de que volveremos a verlo, ahora que el torneo ingresa en su fase decisiva. ¿Quién sabe? Por estas horas Yuri podría planear cómo inmiscuirse en el mismísimo Luzhniki el día de la final y aparecer en la foto, a un costado, mientras el campeón recibe la Copa.

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