O favores encadenados. Esto último es lo que viene sucediendo en Tucumán, a la inversa de lo que plantea aquella película que expone cómo un niño se propone muy sencillamente hacer un mundo mejor a través de acciones individuales, solidarias y desinteresadas. Pequeñas conductas en beneficio de la comunidad. Ingenuidad e inocencia infantil, con una tremenda actuación de Haley Joel Osment. En fin, es cine, pura ficción. La realidad, por lo menos en el escenario provincial, transcurre por otros carriles y con más crudeza, y al revés del argumento central del filme, ya que algunas acciones no son tan solidarias sino egoístas, apuntan al interés propio y al sectorial. Por ejemplo, como cuando los mayorcitos pretenden favorecer a conocidos o a amigos ubicándolos en sitios de poder desde donde se puede decidir sobre las vidas de las personas o bien justificar las acciones de los funcionarios públicos sin la responsabilidad que les exige la función. O sea, son actores instalados en lugares de privilegio para mirar para otro lado y hacerse el distraído cuando les sea solicitado. Ofrecer roles a cambio de favores.

Nada raro en esta película, tanto como que esta semana quedó al desnudo, otra vez, la intención de integrar la Justicia con personas allegadas al poder de turno. Siempre lo mismo. No es nuevo, no tanto como para sorprenderse; los ciudadanos anónimos -esa inmensa mayoría que observa y critica- entiende que se trata de un viejo mecanismo con el que se rigen las cúpulas dirigenciales, un círculo privilegiado que abarca a unos cuantos. Los hombres se renuevan, pero el sistema se mantiene y se impone por sobre las conductas de los funcionarios cual si tuviera vida propia, los sobrevive y renace en cada nueva gestión. No es una mera leyenda urbana la que refiere al peso de las influencias a la hora de las digitaciones de nombres y de cargos. Se trata de favores por favores, en cadena.

Sin embargo, al margen de las calidades de los protagonistas o la flojedad de los papeles que presentan para que, como amigos del poder, se sumen a puestos clave; lo que se vuelve a poner en evidencia es que la dirigencia política se preocupa y le teme más por los controladores que no controla. La tendencia es que aquellos que se designen para cubrir puestos en organismos de control, de aplicación de justicia y que tengan que justificar las acciones en el Estado sean conocidos o amigos de los digitadores ocultos detrás de bambalinas, por no decir confiables, manipulables o fáciles de convencer.

Así se comprende por qué transparentar el funcionamiento de la administración estatal constituye todavía una deuda del Estado frente a la comunidad. Abrir una oficina de acceso a la información pública implicaría la existencia de controladores no controlables, como pueden ser los ojos avizores de los ciudadanos, miradas escudriñadoras de posibles faltas o de irregularidades en documentaciones oficiales. No es una idea simpática para las autoridades poner a disposición de seres comunes la información vinculada a los procedimientos estatales. Por ahora, el funcionamiento interno del Estado permanece cerrado al público, inaccesible; con privilegios vigentes para unos pocos. Sólo ellos tienen acceso al set donde para los principales roles se favorece a los que responderían con obediencia sumisa al director de turno, no al actor más idóneo para el papel central. Recuérdese a aquellos que ganaron una decena de concursos judiciales y que o podía llegar a roles protagónicos porque se les bajaba el pulgar.

Viene sucediendo sin que nadie se ponga colorado, y tal parece que costará erradicar estas prácticas, ya que sus raíces se remontan y se anclan en un pasado lejano. Valga sacar el arcón algunos conceptos para justificarlo. Cuando se bucea un poco, se descubren publicaciones que refieren lo siguiente: “la Policía y la Justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará. Todo funcionario público es sobornable. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio”. Parece una observación contemporánea, dicha en una charla de café por alguien que conoce los vericuetos del sistema; sin embargo son frases escritas en 1833 por una persona que pasó sólo seis meses en la Argentina, navegando en un barco llamado “Beagle”: Charles Darwin. Y eso que anduvo por el sur nada más. En lo referido a los roles, se concluiría que los hombres no evolucionaron en cuanto a sus conductas para ofrecer favores. En sus memorias, el padre de la teoría de la evolución aludió a los habitantes que había conocido por aquellos lugares: “los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades”.

Cuatro décadas después, un notable escritor argentino, José Hernández, imaginaba un gaucho distinto al que apreciaba el inglés, de mirada desconfiada y con consejos que pintaban despectivamente algunas conductas sociales. “Hacéte amigo del juez... pues es bueno tener palenque ande rascarse”; le decía el viejo Vizcacha a uno de los hijos de Martín Fierro. Esa “verdad” se invirtió en la provincia, donde no hay que hacerse amigo del juez, sino que aquí hay que colocar a los amigos de jueces; se invirtió la carga.

Este aspecto, que volvió a ser tapa del diario, puso de relieve que la dirigencia está en deuda con la sociedad; han sembrado sospechas y puesto en duda la calidad de las instituciones, las que deben fortalecerse con hombres probos y capaces para que cumplan cabalmente su misión. Si se priorizan las amistades por sobre el funcionamiento de los organismos públicos, se seguirá minando la credibilidad de las instituciones, debilitando los controles, perjudicando a todos y beneficiando a pocos. En esa línea, es fundamental imponer mecanismos para transparentar el funcionamiento del Estado. El argumento para esa película distinta está, faltan los productores ejecutivos.

Eslabones políticos

Si se trata de eslabones de cadenas, el jaldismo y el alperovichismo muestran cómo se ganan y arman los suyos, descubriendo el sistema con el cual pretenden fortalecer sus pretensiones y agrandar la franja de público que simpatice con sus propuestas. El vicegobernador no se guarda nada en la carrera electoral para enfrentar al senador y apela a la mística peronista, a la movilización permanente de la tropa, al pragmatismo político detrás de un verticalismo que es natural a la hora de interpretar cómo se ejerce la conducción en el justicialismo. Alperovich, en cambio, asienta su campaña en las redes sociales; porque a cada mitin proselitista o paso de Jaldo, desde su equipo se responde con una imagen en Twitter o en Facebook para tratar de contrarrestar aquellos efectos.

Es el enfrentamiento de dos visiones: la de los métodos tradicionales de hacer política en el peronismo versus una moderna forma de relacionarse y de comunicarse. ¿Cuál se impondrá o con cuál de las dos se obtendrá más ventajas en las urnas? Cada uno juega con las herramientas que maneja mejor y con las que cree que puede hacer una diferencia.

Cuando Jaldo se decide por los actos masivos, por la movilización, por alentar los espíritus peronistas, lo hace a sabiendas de lo que implica mantener a los militantes en estado de agitación. Película o no; entre los compañeros se cuenta que si en 2015 se impusieron fue porque, en parte, contaron con recursos; pero que en 2017 las cosas cambiaron a partir de no tener los medios suficientes como para encarar la elección intermedia. ¿Qué hicieron? Se optó por movilizar al peronismo, así se multiplicaron los actos callejeros, las salidas de los candidatos -los encabezó Jaldo, precisamente- y se buscó instalar un estado de ánimo en ebullición permanente entre las filas. Los que “midieron” la incidencia de este mecanismo hablan de que el oficialismo ganó 20 puntos teniendo la tropa en marcha. Es el argumento central para ganar el Oscar. Lo único verificable es que es la apuesta principal del oficialismo para retener el poder en 2019: cercar al peronismo, retener a los peronistas -para eso reabrieron la afiliación- e imponerse con el PJ; partido que, por cierto, ahora conduce.

Más allá de las afirmaciones, resulta difícil hacer una medición del estilo que hacen los peronistas en cuanto a cómo influye en el plano electoral el mantener vivo el sentimiento y el sentido de pertenencia al movimiento; tanto como resulta difícil de cuantificar la incidencia del uso de las redes como medio de comunicación para establecer relaciones políticas y ganar adeptos. Podrán aplaudirte en los actos o podrán “seguirte” en las redes, pero ¿los vas a poder convencer de votarte en 2019 con estos mecanismos de atracción, o de distracción?

El “equipo de José” cuenta en sus filas con personas que se dedican a trabajar con las redes sociales, que son especialistas en estos medios y que destacan el nivel de penetración a través de la tecnología. Con estas redes quieren pescar simpatizantes y es a través de Twitter que avisan qué está haciendo y con quién está saliendo el ex gobernador. Imágenes que por ahora dicen que Alperovich no se rinde, que no se baja; por el contrario, en su biografía agregó un párrafo final en estos días: “voy a ser el próximo gobernador de Tucumán”.

Y si se trata de una película que pone frente a frente a dos ejércitos, uno más grande que el otro en cuento a estructura institucional y política, no pueden faltar las “espadas”, los espadachines de cada lado. Desde el alperovichismo mostraron a la principal: la senadora Beatriz Mirkin, que salió a pegarle al “uno” de los adversarios, a Manzur, quien desde Israel optó por el silencio y por no recoger el guante. Le replicaron los escuderos del gobernador, negándole pertenencia al PJ, partido de la que es consejera provincial, pero cuya oficina en esa sede abandonó cuando Beatriz Rojkés pidió licencia a la presidencia. Pero Mirkin dijo algo más que lo referido a la comidilla comarcana, indirectamente ratificó que desde su banca no le responderá a Manzur sino a Alperovich. La negociación del Gobierno nacional en el Senado será con ellos dos, no con el Ejecutivo provincial. Si eso puede derivar o no, como especulan algunos, en acuerdos electorales, habrá que ver, y esperar.

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