Con potasio, quieren poner fin al drama de la vinaza

Un día, Sockolsky se puso a experimentar en una botella de gaseosa y logró extraer potasio de la vinaza. Esa prueba fue la base y el punto de partida para el desarrollo del proceso que se propone transformar un problema ambiental en una alternativa productiva. Con el invento patentado bajo el brazo, la firma Ecopotasio se prepara para plasmar esta idea innovadora en una planta piloto.

La idea es tan atractiva y tan virtuosa, que parece irreal. En palabras simples, el proyecto promete solucionar una de las causas del padecimiento ambiental de la región y, además, crear una alternativa productiva con capacidad exportadora a partir de una inversión menos costosa que las alternativas de “gasto puro” disponibles. Los promotores de semejante iniciativa saben que cunde el escepticismo. Por eso decidieron tejer alianzas con instituciones científicas y hoy, con una patente registrada como capital y la certeza de que el proceso funciona, se preparan para pasar del laboratorio a la planta piloto. Si la realidad corrobora y acompaña las perspectivas de los creadores de la empresa Ecopotasio del Norte, Tucumán no sólo podría librarse de los males de la vinaza y proyectar un futuro industrial limpio. También sacaría partido al efluente como base para la elaboración de un fertilizante y convertiría ese líquido marrón que es sinónimo de contaminación, en una fuente de riqueza. Todo ello sucedería de la mano de un elemento químico: el potasio.

La historia de esta startup de base tecnológica 100% tucumana, como sus dueños definen a Ecopotasio, se remonta a la inquietud de un emprendedor nato llamado Carlos Sockolsky. Con la naturalidad que otorgan el conocimiento y la experiencia, este empresario con mil y un negocios dice que allá por los años 80 avizoró que el boom de la producción alcoholera a partir de la caña de azúcar para su uso en combustibles iba a traer como contrapartida la gestación de mares de vinaza. Este “desecho” es la “consecuencia no querida” de la deshidratación de alcohol. “Salen diez litros de vinaza por cada litro de alcohol”, precisa Sockolsky. Basta con hacer cálculos para advertir la magnitud del desafío ambiental. “Un ingenio hoy puede volcar hasta siete millones de litros de vinaza por día. Tucumán está inundado de este efluente”, explica en presencia de sus socios en este emprendimiento: el abogado Fernando Valdez (sí, se trata del legislador radical); la contadora María Eugenia Ortiz y la ingeniera química Natalia Ibarra (el especialista en fermentaciones industriales, Rómulo Luque, participa a la distancia).

El cuco de la vinaza radica en el potasio, uno de sus componentes, que se torna nocivo justamente por el volumen inmenso de líquido que lo contiene (12 gramos en promedio por litro). Es este elemento el que poluciona el ambiente: saliniza la tierra y la vuelve estéril, además de perjudicar el agua. El mal olor es un detalle al lado de los daños que el efluente inflige a la región conectada por la Cuenca Salí-Dulce. Según el equipo de Ecopotasio, las soluciones para este desastre son incompletas y tan costosas que ponen en jaque la rentabilidad de la industria sucroalcoholera. En suma, la vinaza hace estragos en Tucumán y en todos los lugares del mundo con sectores industriales de la misma especie.

Pero así como los que aman odian, con permiso de Silvina Ocampo, el potasio malo también puede ser bueno. “Sólo hay que aislarlo”, resume Sockolsky. Imbuido de los principios que adquirió cuando estudiaba Ingeniería Química, este empresario desarrolló un experimento casero. “Hice una prueba en una botella de Fanta. Y funcionó”, dice.

A Sockolsky se le ocurrió que un método utilizado para ablandar aguas de caldera podía servir para remover el potasio de la vinaza. Relata:“este procedimiento emplea resinas de intercambio iónico para retener calcio y magnesio. Yo pensé: ¿por qué no probar? Entonces, utilicé esa resina para retener potasio y lo retuve. Fue una solución: había logrado extraer el 93% del potasio. O sea, quité toda la parte contaminante de la vinaza”.

Quedó abierta, entonces, la posibilidad de pensar en el costado positivo del potasio, que sirve como precursor para el desarrollo de fertilizantes. Ese es el horizonte productivo de una sustancia cuyos cristales, curiosamente, se parecen a los del azúcar. Además, libre del componente que lo demoniza, el efluente puede ser “reciclado” y reutilizado por la propia industria.

“Seguir escalando”

El “invento de garaje”, como llama Valdez al hallazgo de Sockolsky (un método de extracción del potasio contenido en la vinaza), se transformó en una fórmula registrada y en el corazón de la empresa fundada en 2014. La inscripción del descubrimiento y la protección de los derechos dio lugar a una fase de testeo en los laboratorios de la Universidad Nacional de Tucumán. A continuación, Ecopotasio se vinculó con el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet); el Consejo Federal de Ciencia y Tecnología (Cofecyt) y la Fundación Innova-T, y la Secretaría de Estado de Innovación y Desarrollo de Tucumán (Sidetec). Estos contactos permitieron intercambios con especialistas y la obtención en 2016 de un fondo público de alrededor de U$S 100.000 para “seguir escalando”.

Los exámenes han llegado hasta el punto de que en los próximos meses, con una bolsa de potasio en la mano (“prueba de concepto”), la empresa dará los próximos pasos hacia la captación de los capitales necesarios para instalar una planta piloto que ayude a precisar la capacidad de trabajo.

La vinaza como materia prima

El universo del potasio, nutriente fundamental para el desarrollo de las plantas, está conmúmente ligado a una actividad extractiva como la minería. Sockolsky y sus socios consideran que, con la cantidad de vinaza existente, Tucumán es candidata a proveer el fertilizante a todo el país e, incluso, a exportarlo. “Hoy la Argentina importa potasio porque los suelos lo necesitan. Nosotros vemos la posibilidad de desarrollarlo a partir de un efluente”, dice Ortiz. Ibarra agrega: “el país consume alrededor de 60 mil toneladas de fertilizantes potásicos al año. Sólo 3.400 o 3.500 toneladas se producen aquí, en San Luis: el resto se importa. Brasil adquiere el 80% del producto en el extranjero”.

El potencial luce descomunal. “Lo más difícil, cuando sos emprendedor, es pasar de emprendedor a empresario”, medita Ibarra. Y añade respecto del invento de Sockolsky: “la innovación es utilizar cosas que ya existen en aplicaciones que no fueron pensadas”. Valdez pone las cosas en estos términos: “podemos ir de la vinaza como problema ambiental a la vinaza como materia prima. El cambio de enfoque resuelve el problema y genera un negocio. Estamos listos para dar el paso”. A Sockolsky le parece que existe una oportunidad para hacer virtud del defecto y está convencido de que los frutos despejarán el camino. Tal vez esta sea su revancha: en 1982, cuando comenzaba el Plan Alconafta, viajó a Estados Unidos a buscar tecnologías para deshidratar alcohol y consiguió siete representaciones. A los pocos días estalló la Guerra de Malvinas y el negocio se cayó. “Parece una película italiana: sólo a mí me pasan estas cosas”, dice con resignación. (Con la colaboración de Juan Martín de Chazal)

La receta de “ecopotasio del norte”

1. Novedad, aplicación industrial y actividad inventiva

Natalia Ibarra, la ingeniera química de la empresa, enumera las tres condiciones necesarias para que una invención sea susceptible de aplicar a una patente. Ellas son: 1) que sea novedosa (es decir, que mantenga innovación); 2) que pueda ser usada industrialmente; y 3) que se distinga por una actividad inventiva (en otras palabras, que la invención no sea una combinación de elementos conocidos con un resultado predecible). “Significa que lo que vos innovaste o inventaste no es algo obvio. Entonces, cuando las consecuencias a las que se llegan no es un resultado evidente y ya conocido en el estado del arte, se considera la altura inventiva”, explica.

2. Una vinculación estratégica con el sector científico-tecnológico

“Lo que buscamos es vincularnos con el sistema tecnológico porque las posibilidades de esta empresa, que es una startup de base tecnológica, es un gran aporte para el sistema científico de Tucumán”, dice el legislador Fernando Valdez, socio del emprendimiento iniciado por Carlos Sockolsky (foto). En ese sentido, el contacto con instituciones como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet); el Consejo Federal de Ciencia y Tecnología (Cofecyt) y la Fundación Innova-T, y la Secretaría de Estado de Innovación y Desarrollo de Tucumán (Sidetec); permitieron comprobar la solvencia de este invento tucumano y un acceso a fondos públicos.  

3. La conjunción entre una actividad económica y una solución ambiental

Mediante la producción de fertilizantes potásicos obtenidos a partir de efluentes y residuos de la industria sucroalcoholera, este emprendimiento local quiere “atacar” la problemática ambiental de la vinaza, a la vez que busca generar una nueva actividad económica en la región. “No tendrá sólo un impacto positivo en la provincia, sino que en todo el país. Argentina importa la mayoría de los fertilizantes, que suelen tener un origen minero, y produce muy poco. Con esta invención, ese panorama podría cambiar desde Tucumán”, manifiesta Ibarra.

4. La protección de la propiedad intelectual

El modelo de negocio a futuro de la empresa  permitirá a sus propietarios obtener réditos económicos por medio de una licencia otorgada a otros productores del mundo para que puedan emplear su idea. Eso será posible gracias a la protección garantizada por la patente que ya poseen, y por las próximas que buscarán en el las siguientes etapas. “Si bien lo explotaremos nosotros acá, otros países que también produzcan este alcohol podrán operar y comercializar el sulfato de potasio con un aprovechamiento productivo. En esos casos, no seríamos nosotros quienes operaríamos pero sí tendríamos un retorno económico por la patente”, plantean Ibarra y Ortiz.

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