Envidia del tenis precario

La transformación de Roland Garros era inevitable

03 Junio 2019

Por Sebastián Fest

Pocas veces lo precario fue tan atractivo. Roland Garros está de obra, ampliando y cambiando sus instalaciones para evitar que el torneo muera de trombosis, una posibilidad que parece bien real en sus hoy atestados pasillos. Es muy difícil moverse de cancha en cancha en la joya de la Federación Francesa de Tenis (FFT), pero todos lo hacen con feliz paciencia, porque la recompensa es incomparable.

La precariedad se advierte en que el torneo de este año no es el del futuro, sino apenas una transición. Y es, así y todo, un torneo descomunal, porque la provisoria precariedad parisina es la envidia de cualquier amantes del tenis.

El estadio central, el Philippe Chatrier, está a mitad de camino, renovado en las tribunas -se cambiaron todas las butacas-, pero a la espera del techo que se instalará en los próximos meses. La cancha 1, escenario de partidos míticos, agota sus últimos días de vida. La Plaza de los mosqueteros cambiará por completo en 2021, la sala de prensa nueva aún no está lista, los vestuarios de los jugadores mejorarán y habrá nuevas canchas con tribunas.

Mucho en veremos, pero una joya, una admirable joya. La gran novedad de la edición de este año es la cancha Simonne Mathieu, un hallazgo sin comparación en el mundo del tenis. Si el torneo de Newport -un bello anacronismo sobre césped- se juega junto a un asombroso museo de tenis en un club que hace pensar que se está en el siglo XIX, los responsables de Roland Garros fueron más allá y crearon el escenario más ecológico de la historia de los Grand Slam.

Un poco de historia

Hay que hacer un poco de historia para entender la dimensión del asunto. El Abierto de Francia está enclavado en el gran pulmón de París, los Bosques de Boulogne (Bois de Boulogne), y junto al Jardín de los invernaderos de Auteil. La necesidad de que el torneo creciera tuvo siempre el límite de ese jardín de invernaderos, que data de fines del siglo XIX y al que muchos parisinos se oponían terminantemente a tocar. Pero Roland Garros tenía entre ceja y ceja dos premisas: privilegiaría la calidad por sobre la cantidad, y no dejaría de ser un torneo urbano, una referencia de París a la que se pueda llegar en metro desde cualquier punto de la ciudad.

Así se llegó al acuerdo: el tenis entraría en los venerables jardines, se ampliaría hacia ellos, pero con respeto extremo, mejorando lo existente y creando algo único. La ampliación, el respeto y el mejoramiento de lo existente están a la vista: los espectadores se mueven entre construcciones de hace dos siglos que hoy ofician de cafés o tiendas de merchandising sin perturbar en lo más mínimo la serena elegancia de esos jardines. Por el contrario: los embellecen. Y la creación de algo único es indiscutible: esos espectadores caminan felices y en paz rumbo a un estadio para 5.000 espectadores que está integrado a los invernaderos, que forma parte de ellos. Es una fusión de tenis y naturaleza.

¿Cómo? Sí, en ese lugar en el que el francés Nicolas Mahut lloró junto a su hijo tras perder ante Leonardo Mayer su último partido en Roland Garros, hay tanto tenis como plantas tropicales. Desde afuera se ve un invernadero, no se sospecha lo que hay tras las plantas. La cancha está hundida varios metros, y, al entrar, el espectador se encuentra en cada esquina del estadio con un invernadero diferente: el de las plantas tropicales sudamericanas, el de las africanas, las del sudeste asiático y las de Australia. Y, en el medio, con un rectángulo del mejor polvo anaranjado del mundo.

Transformación

La transformación de Roland Garros era inevitable si el torneo quería seguir siendo de primera línea. Por eso invertirá más de 400 millones de dólares en renovar su estadio central (denle el uno por ciento de esa cifra a la AAT de Agustín Calleri y el presidente bailaría en una pata).

Lo que en los años ‘90 eran instalaciones modernas y funcionales fue virando en un escenario colapsado y que generaba fastidio a jugadores y espectadores. Wimbledon había tomado la delantera con una reformulación de sus instalaciones que dejó con la boca abierta a todos, porque lo hizo sin traicionar sus tradiciones, pero dando un gran salto a la modernidad. El Abierto de Australia se mantuvo como el mejor de los cuatro grandes, consistente en su política de ofrecer escenarios de otra dimensión, y hasta el durante años caduco US Open lograba techar su estadio central y mejorar notablemente el torneo en general.

Faltaba Roland Garros. Ya no.

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