Es la esperanza firme que se tiene de alguien o algo; la seguridad que se tiene en sí mismo, pero también el ánimo, el aliento, el vigor para obrar. “Es imposible ir por la vida sin confiar en nadie; es como estar preso en la peor de las celdas: uno mismo”, sostenía el escritor británico Graham Greene.
A veces, confiar en el otro pese a que este no se tiene fe, puede ayudarlo a enfrentar la adversidad y vencerla. En nuestra edición de ayer, contamos la historia de Alberto, un hombre de 40 años, que vivía en la calle; sus pertenencias eran unos cartones sobre los que dormía en la vereda de Jujuy y avenida Roca. Alcohólico, con una vida destrozada, que tuvo su raíz en una infancia en la que padeció la violencia paterna, expulsado de hogar por su esposa y sus hijas, su realidad cambió en la navidad de 2016, cuando fue visitado por Gustavo, un integrante del grupo “Un plato caliente”, que asiste con comida a los indigentes. Le preguntó si quería cambiar de vida y aceptó a regañadientes. Lo llevaron a un centro de rehabilitación, pero al poco tiempo tuvo una recaída y volvió a la calle. Regresaron a buscarlo. Esta vez fue Nadia la que asumió el compromiso de acompañarlo. “Me incorporó al grupo y yo me sumé a las rondas de las noches. Repartía la comida como lo habían hecho conmigo. Eso me puso del otro lado del mostrador. Me hizo cambiar la perspectiva”, contó.
Apareció entonces Omar, un ingeniero de corazón solidario, que al enterarse de que tenía experiencia gastronómica, le propuso ser socio en un emprendimiento comercial: un bar inclusivo, es decir atendido por personas con discapacidad mental, y desde que él aceptó, también sostenido por una persona rehabilitada de sus adicciones, que se ocupa de la gastronomía. A partir de ahí, Alberto comenzó a recomponer sus relaciones afectivas. “Todo cambió desde que alguien creyó en mí”, dijo.
La confianza es necesaria para la superación personal, pero también colectiva. Por ejemplo, cuando alguien vota a un candidato para que lo represente, es porque confía en que este cumplirá con lo que le ha prometido. Al mismo tiempo, el que recibe esta esperanza, tiene la gran responsabilidad de no malograr el voto que le han dado. Cuando ambas partes cumplen se fortalece la relación, en caso contrario, se debilita o se rompe. Hoy, el ciudadano tucumano debe elegir a quienes lo gobernarán en los próximos cuatro años. Sería interesante que antes de sufragar, reflexionara si los postulantes que van por la reelección en un cargo han cumplido con las propuestas formuladas en 2015 y si los que quieren debutar en uno de los 347 cargos disponibles, están preparados o cuentan con la capacidad suficiente para desempeñarse en un puesto que demanda tanta responsabilidad.
Paradójicamente, la desconfianza ha venido ganado terreno en los últimos tiempos en la sociedad, marcada por un fuerte individualismo y por una incapacidad para dialogar, diseñar y trabajar conjuntamente en proyectos en pro del crecimiento del país. Ese descreimiento en el otro, ese pensar que el prójimo siempre esconde una carta bajo la manga, actúa como un efecto paralizante.
Para robustecer un pacto de confianza hay que regarlo con acciones, como ocurrió en el caso de Alberto que necesitaba que alguien confiara que él era capaz de salir de la marginalidad, para darse fuerzas y lograrlo.
La confianza está en la base de las relaciones humanas, es la que nos permite creer en los demás y abordar proyectos colectivos, así como tonificar la democracia. “No necesitamos tanto de la ayuda de nuestros amigos como de la confianza en esa ayuda”, sostenía Epicuro de Samos. Un anónimo reza que “un pájaro posado en un árbol nunca tiene miedo de que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama, sino en sus propias alas”. Tal vez será hora de que dejemos de pensar tanto en la rama para poder desplegar las alas.