“Poner punto final a las polarizaciones es signo de crecimiento cultural”

Según el filósofo, el encuentro Macri-Pichetto fue un evento revelador.

La necesidad de construir consensos más allá de las ideologías es un proceso de construcción que en la Argentina va encontrando su espacio. Al menos así lo percibe el filósofo y pensador Santiago Kovadloff. Sin embargo, advierte que en ese proceso es fundamental dar más paso a los proyectos que a los milagros que pueden venir desde un dirigente o algún político que pueda darse la denominación de caudillo. Kovadloff será el principal orador de la cena que el Rotary Club de Tucumán organizó para el viernes en la Sociedad Rural, en el marco de sus 90 años (ver aparte). Hablará sobre el “Retrato del hombre esperanzado”. Antes de su llegada a Tucumán dio la siguiente entrevista a LA GACETA.

- ¿Por qué la idea de un hombre esperanzado?

- Quisiera distinguir al hombre esperanzado del optimista o pesimista. Ambas figuras tienen un diagnóstico cerrado sobre la realidad, pero idéntico en esencia. Cerrado sobre la realidad porque ese diagnóstico no admite matices. En un caso, el pesimista sostiene que puede afirmar que la realidad no ha de transformarse nunca y que todo será siempre irremediablemente cruel. El optimista no es menos inflexible. Sostiene que las cosas mañana van a andar bien, aunque hoy no anden así. Y eso hace con que ambos se encuentren con esa postura de intransigencia, donde poco queda por aprender, diría que nada. O sea que el semblante de la realidad está agotado en esa caracterización. En el hombre esperanzado lo que prepondera es la percepción de matices, en realidades que parecen inequívocas o definitivamente explicitadas. El hombre esperanzado es aquel que en una realidad adversa advierte matices que le permiten conjeturar sobre la posibilidad, y no la certeza, de transformaciones progresivas, graduales, e insistir en la conveniencia de aproximarse a los hechos, a las realidades que nos tocan vivir, más bien como quien interroga y no quien afirma, pero partiendo de una convicción y es que la dignidad de la insistencia consiste precisamente en la insistencia de tratar de entender y que allí es donde se juega lo mejor de nuestros valores morales.

- Los argentinos nos subimos generalmente a un parque de diversiones. Nos hacen subir a una montaña rusa, con la realidad política y económica, y hoy transita por juegos más tranquilos, más apaciguados…

- Yo diría que nuestra sociedad es una sociedad que tiene mucho que aprender en términos de esperanza y mucho a lo cual debe renunciar en término de pesimismo y optimismo. Tiene que aprender a entender que la construcción de las circunstancias más favorables para nuestras vidas sólo puede provenir de hipótesis y tentativas de acuerdos que toleren las diferencias. Y eso demanda mucho tiempo. El tiempo es la condición de posibilidad de la política, la negociación y el acuerdo, la ida y la vuelta, el buscar espacios de convergencias donde las disidencias preponderan y de sostener esas disidencias aún en la convergencia. Entonces todo esto supone una idea de la subjetividad, una idea de la política y una del porvenir. A mí me parece que la Argentina sólo puede profundizar la práctica de este posicionamiento en el contexto de una democracia republicana, porque ese tipo de democracia es la que convalida, legitima o alienta el desarrollo de la discusión y del intercambio, donde las coincidencias deben ser el fruto de los consensos y no los a prioris de los que se debe partir.

- ¿Vamos en esa dirección?

- Diría que es indispensable ir en esa dirección. Daría la impresión, a veces, de que la Argentina en este momento, ha evidenciado, por lo menos del lado del oficialismo, la voluntad de escuchar voces que no provienen del propio espejo. Y que esto es muy saludable para el país. No sólo el Gobierno se ha abierto a esa posibilidad de escuchar voces alternativas, sino que esas voces alternativas también han buscado al Gobierno. El encuentro entre Mauricio Macri y Miguel Ángel Pichetto es uno de los acontecimientos más reveladores, a mi entender, de la cultura política contemporánea del país.

- Sin dejar de lado sus ideologías…

- Sí. Sin dejar de lado sus respectivas ideologías. Por eso es revelador. Pichetto no ha renunciado ser quien es. El acuerdo primordial entre ellos, creo yo, es el que descansa en la construcción de que toda disidencia debe ser sostenida en el marco de un proyecto republicano. Sobre este acuerdo primordial e inamovible en cuanto a la convicción compartida que la inspira crece en las disidencias que posibilitan, luego, las estrategias y los movimientos políticamente fecundos.

- En una Argentina, en la que estamos acostumbrados a un River-Boca, a una izquierda y derecha o peronismo o radicalismo…

- Eso. Poner un punto final a estas polarizaciones es el signo del crecimiento cultural en el orden cívico de lo que vengo exponiendo.

- ¿Podemos pensar en que la Argentina tenga los mismos escenarios políticos e institucionales que Chile, por ejemplo, en el que cambian ideologías, pero no políticas en el Estado?

- No me apresuraría decir en qué dirección vamos. Me parece mucho más rico entender de dónde estamos saliendo. Estamos saliendo de la esterilidad, es decir, de la concepción de la política como algo viable fuera de la ley. De allí es de dónde estamos tratando de salir. Si este movimiento redundara mañana en la irrupción de un modelo de referencia, tendrá que contemplar no sólo a aquellos que surge a nuestro alrededor, de otras naciones, sino la extraordinaria diversidad de elementos que dan forma a la identidad argentina. Este es un país, diría, no sólo de la pluralidad de recursos naturales, sino de etnias y de características regionales tan fabulosas que no pueden estar ausente en la concepción que tengamos de un proyecto de políticas de Estado.

- ¿Por qué importan más los nombres que las ideas en la construcción de estrategias políticas, con un macrismo o un kirchnerismo, por mencionar algunos?

- Es cierto. Los programas solo pueden interesar donde estén asentadas las leyes del juego social afianzadas en el tiempo y consolidadas como manera de vivir. La Argentina se sigue situando todavía en el terreno donde el tiempo importa menos que el milagro. El milagro está asociado a un nombre, a un caudillo, a un dirigente, a una figura que ha de traer la salvación. El peso de la religiosidad espuria en la concepción de la política argentina sigue teniendo todavía un enorme papel.

- ¿Se puede salir de ese esquema?

- Vuelvo a decir: es indispensable salir de allí y creo que el Gobierno en la medida que supo desoír la suficiencia de su propio planteo para incorporar la complejidad de la realidad argentina ha sus posibilidades de supervivencia le ha dado de paso una mano al porvenir mismo de la nación.

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