“El Everest es mágico, emocionan sus montañas y su inmensidad”

Un tucumano cuenta cómo se vive a más de 8.000 metros de altura, en la conocida “zona de la muerte”.

EN PLENA TRAVESÍA. Andrés Pariz, en primer plano, durante la hazaña con la que se celebró sus 50 años.  EN PLENA TRAVESÍA. Andrés Pariz, en primer plano, durante la hazaña con la que se celebró sus 50 años.

El tucumano Andrés Pariz, ingeniero agrónomo, logró cumplir el sueño de estar en el Everest. Luego de dos meses de escalada, estuvo a 350 metros de llegar a la cumbre. La hazaña se terminó cuando, a causa de problemas con el oxígeno, su vida corría peligro. Igualmente su aventura quedó en la historia como el tucumano que logró escalar el Everest hasta los 8.500 metros de altura.

Andrés, que planeó el viaje para llegar al Everest por su cumpleaños número 50 (en 2017), contó cómo se viven los días durante esta expedición extrema.

Para llegar, hay que pasar varios lugares. Desde Katmandú, la capital de Nepal, por ejemplo, hay que subirse a un avión y aterrizar en el pueblo de Lukla, que es la puerta de ingreso para todos los aventureros que buscan llegar al “techo del mundo”. Se trata del aeropuerto más peligroso del mundo, dice Andrés: las montañas que lo rodean, un muro en un extremo de la pequeña pista y un acantilado al otro extremo hacen de cada aterrizaje un verdadero reto para los pilotos.

Al llegar al campamento base del Everest empieza la verdadera travesía. “Tenés que preparar tu cuerpo, aclimatarlo para la escalada durante dos meses. Todos los días hay que salir a recorrer la montaña, hay que ir ganando altura para hacer que tu cuerpo vaya aceptando el desafío y se adapte a vivir con menos oxígeno. A 7.500 metros de altura ya tenés la mitad de oxígeno disponible, por ejemplo. Tenés que estar bien física y mentalmente, porque no es fácil aguantar la situación extrema, la vida en carpas, la soledad, el frío, los vientos, estar lejos de casa”, describe Andrés, que realizó la expedición junto a otros dos argentinos.

Puede haber náuseas y mareos. Hidratarse de forma exagerada es fundamental. Y también alimentarse, aún sin hambre. El apetito va disminuyendo en las alturas, al igual que la disponibilidad de comida. ¿Con qué se nutren? Comida deshidratada que se prepara con agua caliente.

La mejor época

“En general, en el Everest está todo preparado para escalarlo. Abril y mayo son los meses indicados. El resto del año es casi imposible por el clima adverso. Tras conseguir el permiso de Nepal se contrata una empresa que te lleva y te da la comida, el oxígeno, etcétera. Además, la montaña está equipada con cuerdas fijas, que sirven de líneas de vida para el ascenso. A esto se suma la tecnología: un GPS te puede guiar todo el camino”, describe.

“De todas formas, hay peligros inevitables aunque vayás amarrado, y todo montañista es consciente de que a esa altura podés no contar la historia. Las avalanchas son el riesgo mayor. Por eso, hay sectores que sólo pueden recorrerse de noche (la salida del sol puede generar desprendimientos de nieve), a la luz de las estrellas y de la linterna que cada uno lleva en la cabeza”, agrega.

Minimalismo

¿Y cómo es el escenario después de los 8.000 metros, en la llamada “zona de la muerte”? “La temperatura puede rondar entre los -20° a los -40°. Igualmente si llevás el equipo adecuado en teoría no deberías sufrir el frío ni congelarte. Si eso pasa, es porque algo está mal”, destaca y agrega que todo se vuelve muy minimalista a esa altura.

“Tenés que acostumbrarte a vivir con muy poco, a dar pequeños pasos, a tener paciencia para hacer un recorrido corto en un largo tiempo y a conformarte con dormir apenas un par de horas. A no rendirte ante el cansancio y la adversidad. Los desafíos se vuelven cada vez más extremos. Te exigen un esfuerzo inhumano en el que no puede haber lugar para el error”, destaca Andrés.

¿Y por qué exponerse a un escenario no apto para la vida humana? ¿Por qué arriesgarse? “No me gusta pensar el montañismo como sinónimo de tragedia. Es cierto que pueden ocurrir mponderables. Pero, para mí, la montaña es alegría; es placer y bienestar. Nada es como el Everest”, dice el hombre de ojos azules que tiene varias cumbres en su haber, entre ellas el Aconcagua.

“El Everest es mágico. Emocionan sus montañas, la inmensidad. Sentir que no hay nada más arriba que vos. Ver el amanecer a esa altura, presenciar una tormenta desde arriba... Te deslumbra, te muestra tu real dimensión frente a la naturaleza. Sentís lo pequeños que somos. Te sacás la máscara de oxígeno por un rato y descubrís por qué ese no es nuestro lugar, que somos invasores, que estamos curioseando porque le pedimos permiso a la montaña y ella nos dejó pasar”, resume.

¿Qué es más importante, el camino o la cumbre?, le preguntamos. Y no dudó: “el camino. La maravilla del Himalaya, su gente, su cultura hacen que el esfuerzo valga la pena”.

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