Una especie de sueño cumplido

Novela ganadora del premio Hammett.

LA CONFESIÓN. “Esta novela es un acto de amor, a Hammet y a la literatura”, dice Sasturain en la nota introductoria de su obra. LA CONFESIÓN. “Esta novela es un acto de amor, a Hammet y a la literatura”, dice Sasturain en la nota introductoria de su obra.
11 Agosto 2019

> NOVELA

EL ÚLTIMO HAMMETT

JUAN SASTURAIN

(Alfaguara - Buenos Aires)

“Todos los movimientos literarios son así: se elige a un individuo como representante de todo el movimiento: por lo general es la culminación de este. Hammett fue el as del grupo, pero no hay en su obra nada que no esté implícito en las primeras novelas y cuentos cortos de Hemingway”, dice Chandler en El simple arte de matar. Estas palabras son retomadas, de algún modo, en la novela de Juan Sasturain. El Hammett de Sasturain dice, en un diálogo agudo, que Chandler lo puso como jefe del grupo para enterrarlo. Cito las líneas de Chandler para anunciar que la novela de Sasturain no es una biografía ni una novela histórica. Es, más bien, una vida imaginaria, a lo Marcel Schwob, y una desenfadada novela hecha de crítica, una puesta a punto de ciertas discusiones sobre el arte de narrar.

Una operación “más civil”

Sasturain dice en las páginas iniciales que su libro sigue una tradición de literatura argentina. ¿Cuál es esa secreta o esbozada tradición? La novela de Sasturain se inscribe en la serie, no secreta, de escritores que lidian con las referencias literarias y que hacen con ellas un homenaje, una operación “más civil”. Claramente, los nombres de Borges, Walsh y Piglia conforman la enumeración. El último Hammett surge de un replanteo personal de un dilema poético anterior: ¿cómo hubiera escrito Hammett un relato anunciado en un capítulo de El halcón maltés? Sasturain no solo narra ese relato futuro sino que una parte de la trama gira en torno a ese hipotético y real cuento falso. Los espejos se multiplican como en La dama de Shangai: las espirales de sentido entran y salen de la novela como en un cuento de Borges o en una película de Orson Welles.

“Esta novela es un acto de amor, a Hammet y a la literatura”, dice Sasturain en la nota introductoria. La pieza consuma un culto a la literatura norteamericana. Juan Forn, Saccomano y otros son deudores de esa máquina cultural. Escribimos sobre autores que admiramos, sobre los mitos inventados por Hollywood. Los que tenemos una relación de amor con la literatura norteamericana narramos encandilados por ciertos pueblos, personajes, escenas, que ocurren en los libros y en el cine. Sasturain concreta una especie de mínima utopía colectiva: El último Hammett es una especie de sueño cumplido.

Experiencia versus lectura

Un fantasma recorre el libro: ¿para escribir una ficción se debe tener más aventura vital que lectura o más lectura que experiencia vivida? El personaje Hammett le dice a Roah Dahl que Conrad escribió cuando Stevenson estaba muerto y que Chandler hizo lo mismo cuando lo consideró muerto a Hammett. Y Dahl le recuerda que empezó escribiendo sobre su experiencia como aviador pero que los mejores relatos fueron los que inventó sobre esa parte de su vida. En esta conversación ficcional el problema es doble o tiene una variación especular: por un lado los personajes discuten sobre una cuestión crítica y, a la vez, el debate es un espejo de la estética de Sasturain. Sus cuentos y sus novelas entablan un vínculo con este dilema teórico. Si bien el autor visita los géneros populares como el comic y el policial, no puede ser leído como un continuador naif de la lectura simplificadora de los géneros. El último Hammett narra y discute la postulación de una estética: la invención es anterior a la experiencia vital.

© LA GACETA

FABIÁN SOBERÓN

> Al hipotético lector*
Por Juan Sasturain

Antes de emprender la lectura de El último Hammett cabe hacer algunas aclaraciones. Primero, que este relato no es una biografía sino una novela, una historia imaginaria que se apoya impune, libremente, en textos, hechos, lugares, circunstancias y personas reales pero sólo para aventurar, a partir de ellos, peripecias inverificables. Así, aunque se quiere verosímil carece de la mínima pretensión de veracidad y los personajes que tienen nombres de personas de carne y hueso -incluso el mismísimo Dashiell Hammett, así como Lillian Hellman, Nell Martin, Roald Dahl, Pat Neal, E.E. Cummings, Bertolt Brecht o José María Gatica- son tan inventados como los que sí lo son, y no dejan de ser entes de pura ficción; por lo tanto, no cabe atribuirles a los históricos y genuinos ninguno de los hechos y dichos que se narran aquí.
En segundo lugar -y primero en importancia- corresponde señalar con orgullo, sin permiso y sin pudor alguno, que la laboriosa escritura de esta novela tuvo origen a partir de la salvaje transcripción, expansión, manipulación, cita, distorsión y atrevida apropiación de dos maravillosos textos de Dashiell Hammett: la inconclusa novela Tulip -sesenta páginas que sólo se publicaron tras su muerte y que tradujo con solvencia Ana Goldar para la edición de Bruguera de la que me valgo aquí- y el emblemático capítulo séptimo, “Una G en el aire”, de El halcón maltés, con múltiples versiones en español. Es un desafío y una invitación al lector acudir a esas fuentes explícitas de inspiración: sin esos dos textos, sin su tono “de traducción” incluso, no sólo no existiría El último Hammett, sino que el relato mismo carecería de sentido. En todo escritor hay un lector enamorado. Y esta novela es un acto de amor, a Hammett y a la literatura.
* Fragmento del prólogo de El último Hammett.


> PERFIL

Juan Sasturain nació en Gonzales Chaves, Buenos Aires, en 1945. Es autor, entre otros libros, de diez novelas: Manual de perdedores I y II, Parecido S.A., Pagaría por no verte, Dudoso Noriega, La mujer ducha, El caso Yotivenko y Pretextos. Condujo los ciclos televisivos Ver para leer, Continuará..., Disparos en la biblioteca y Plop! Trabajó en diversos medios gráficos y fue creador de la revista Fierro. Fue traducido y publicado en una docena de países.

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