La incapacidad del Gobierno nacional para entender lo que pasa en distintas capas de la sociedad argentina quedó expuesta sin reservas el domingo, con una paliza electoral inesperada, y el lunes, con una conferencia de prensa presidencial insólita. Cambiemos, con Mauricio Macri a la cabeza, fue ciego porque jamás vio que el malestar por la crisis económica había superado el límite del peligro de explosión hacía ya rato. Cuando se pasa esa barrera, la simpatía por las buenas formas, la pacificación, la lucha contra la corrupción o “las buenas intenciones” ya no bastan. Hasta generan enojo. Porque el que deposita su esperanza en un Gobierno, no puede recibir año tras año cachetazos y un eterno pedido de aguante hasta que lleguen tiempos mejores. Eso pasó con gran parte de la clase media que supo apoyar al macrismo. El mejor equipo de los últimos 50 años no lo vio.
Fue sordo porque tampoco quiso escuchar a funcionarios, legisladores, empresarios y ciudadanos que le pedían que haga gala del verbo imperativo que los llevó al Gobierno. La administración nacional nunca cambió ni un ápice para regar a las marchitas PyME ni para dejar al margen de los tremendos aumentos tarifarios a la tercera parte de la población pobre del país ni para poner algo más que angustia y promesas de un futuro mejor al 10,1% de desempleados y al poco más de 40% de empleados en negro, con salarios precarios.
A esa ceguera y a esa sordera, se sumó la peor de las incapacidades políticas, que fue la de la impericia o la falta de interés para comunicar. El Gobierno fue mudo y habló mal. Nada dijo cuando fue oportuno sobre la complicada situación económico-financiera con la que comenzó la administración. Jamás explicó con pericia, claridad y alcance amplio que el Estado nacional paga los ingresos de unas 19 millones de personas, entre pensiones y planes diversos, y que esa bomba de gasto público fue armada por sus antecesores y hoy victoriosos K.
Sí habló el lunes luego de haber perdido en las urnas. Echó leña al fuego y quemó a sus gobernados porque en vez de frenar una incipiente y escandalosa crisis, la empeoró. Macri quedó como un niño caprichoso, que se enoja con el amigo que le ganó en la Play y le “cobra” la derrota recordándole que años atrás le robó un dulce…
Tampoco habló jamás con sus aliados políticos (lógico, si antes no los escuchó) ni mucho menos con sus contrincantes, a quienes amenazó mil veces con el diálogo sin intenciones reales de conversar. Ni con unos ni con otros. Los hombres del Presidente -y él mismo- se encerraron en una burbuja de poder y de autoconvencimiento. Fue la que eligieron con la lógica de los triunfos que le había proporcionado ese globo protector en 2015 y en 2017, pero nunca supieron entender que el mundo y el ser humano -otra vez- como el mismo verbo fundador de su coalición lo dice, cambia. ¿Creyeron que el río iba a ser siempre el mismo?
En esa incapacidad para ver, oír y dialogar el macrismo terminó pareciéndose demasiado al kirchnerismo, que terminó encerrado entre su círculo rojo, sus fanáticos y el autismo en las decisiones de Cristina Fernández. Macri tampoco supo construir poder político ni territorial. Por eso los que juegan en política desde siempre jamás entendieron que golpeara tanto a sus votantes (la clase media). Sin estructura ni apoyo social, ¿con quién pretendía ganar?
Quizás demasiado tarde, el golpe mortal parece haber reavivado los sentidos del macrismo, que anunció que dará medidas económicas para la clase media y para las PyME. También planteó que convocaría a los gobernadores y a funcionarios que no solían entrar en la mesa chica de la Casa Rosada.
Todo al altísimo costo de hundir con el Presidente a gobernadores, a dirigentes que podrían haberlo sido y a una sociedad que sufre los efectos del mercado, que desconfía de que Alberto Fernández llegue para inaugurar un “fernandismo” y en realidad retorne el kirchnerismo hostil a las finanzas del concierto internacional y siempre adepto al despilfarro que hipoteca el futuro.
En el medio de las disputas políticas-ideológicas de la clase política-dirigente, la Argentina suma magullones y vuelve a caer, como tantas otras veces, en este bucle interminable de años buenos y malos; de crisis y defaults; de modelos productivos y económicos que mutan de un extremo a otro de los manuales dilapidando esfuerzos, inversiones y sueños. La Argentina se arrodilla y se levanta, pero el precio que se paga es millones de argentinos sufriendo desde hace varias generaciones.