“La representación cinematográfica de Cristo ha sido escasamente examinada”
Acaba de publicar El rostro de Cristo en el cine. La figura de Jesucristo, ya sea de manera explícita o por alusión, ha sido una de las más explotadas en la historia del cine, desde el policía de RoboCop que resucita como robot y camina sobre las aguas (idea del director Verhoeven, autor de una biografía de Jesús de Nazaret) hasta el crístico Shane en el western El desconocido, pasando por el ícono automático que atiende las confesiones de los penitentes en la futurista THX 1138 y por el barbado Al Pacino en el rol de Serpico. Jesucristo, pleno hombre, pleno Dios, ha dado muestras de omnipresencia también en las pantallas.
Por Matías Carnevale
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
La imagen de Cristo ha servido como reflejo de lo divino y lo humano y, entre otras cosas, como modelo de las aspiraciones estéticas y morales de la humanidad a lo largo de dos milenios. En los inicios del cine, arte heredero del teatro y la pintura, según observa Gustavo Bernstein, la función de las representaciones del Salvador fue eminentemente evangelizadora, para dar lugar a intenciones menos sacras en un breve lapso.
Bernstein, en El rostro de Cristo en el cine, publicado por Ítaca este año, traza un recorrido cronológico por la representación cinematográfica del Salvador.
- ¿Cuán importante ha sido, según tus hallazgos, el empleo de imágenes para transmitir -o alterar- el relato de los Evangelios? ¿Notaste alguna diferencia entre los filmes de orientación católica y los de inclinación protestante?
- No advierto esa diferenciación estética. Hay filmes católicos en los que prima una representación muy austera y/o luterana, si se quiere, y otros muy barrocos de realizadores protestantes. Creo que la diferenciación más relevante se centra entre quienes retratan al Cristo predicador o al Cristo hechicero. Es decir, entre los interesados en la doctrina cristiana y los interesados en los milagros. Unos van a abundar en actos de nigromancia y efectos especiales; los otros, en el poder de la palabra de Jesús, en su ética y su poética. En esos extremos se ubican Cecil B. DeMille y Rossellini, y entre ellos, los matices. Y otra fuerte distinción sería entre quienes promueven un retrato banal del dolor de Cristo y quienes ahondan en su dilema existencial, entre quienes se relamen en las heridas de su cuerpo y quienes se compadecen de los tormentos de su espíritu. Y ahí los antagonistas serían Mel Gibson y Scorsese: uno, promoviendo un retrato puramente cutáneo; y el otro, buceando en el alma del personaje.
- Para tu libro seleccionaste películas de distintos países: Alemania, Francia, Estados Unidos, Italia… ¿cuál fue el criterio que seguiste para conformar el corpus?
- El recorte fue bastante arbitrario. Elegí aquellos filmes que me motivaban a verbalizar alguna noción, que hacían lugar a mi palabra, que me proponían algo novedoso para decir. Que sean muchos no sería tampoco de extrañar cuando se repara en el hecho de que muy poco o casi nada se ha escrito sobre la representación de Cristo en el cine. Existe un gigantesco aparato crítico sobre la ilustración de los evangelios en la tradición pictórica, pero su representación cinematográfica ha sido escasamente examinada. Hay algunos libros que funcionan como catálogos de películas pero no un corpus ensayístico. Y siendo Cristo el icono mayor de la cultura occidental pareciera un déficit importante. Porque habla de una sociedad incapaz de interpelarse sobre la forma en que es representada la figura en que se sostiene. Mi libro, claro, no agota el tema; apenas lo despunta. Ojalá sea capaz de promover ampliaciones e incluso refutaciones. Me daría por muy satisfecho si eso ocurriera.
- En un trabajo de investigación, pareciera que el aspecto subjetivo fuera ineludible en el proceso. Pude notar que algunos filmes merecieron más clemencia de tu parte, mientras que otros son el blanco de tus críticas más agudas. Con La pasión de Cristo diste vuelta las mesas… De las seleccionadas, ¿cuáles son las películas que te movilizan más, aquellas que no se agotan luego de cada visionado?
- Coincido. Y me halaga. Si el ensayo no despliega el temperamento de un autor corre el serio riesgo de transformarse en una monografía. Por lo que poner en juego mi subjetividad fue casi una premisa. Y al margen de mis predilecciones personales, todo el corpus del filme elegido me interpela. Aun aquellos muy lejanos a mi sensibilidad me resultan motivadores. No me conmueven, no producen en mí un efecto persuasivo, pero me movilizan por su faceta hilarante, por el grado de absurdo que logran en el retrato del personaje. Aunque no sea deliberado, aunque sea involuntario, me atrapan como podría hacerlo una obra de Ionesco o de Jarry. Y claro, hay otras con las que siento una afinidad estética y que suscitan en mí otro tipo de emociones, que me sacuden, que me estremecen. La de Pasolini o la de Scorsese, por ejemplo. Y acá podríamos volver sobre las polarizaciones, porque ambas condensan dos extremos. Una es la adaptación más fiel del Evangelio; de hecho, el guión es una reproducción exacta del texto de Mateo con acotaciones técnicas. Y la otra, la más herética; baste con recordar que su antecedente no es un Evangelio ni siquiera apócrifo sino una obra de ficción que figuró en el index de los libros prohibidos por el Vaticano y cuyo autor –Nikos Kazantzakis– fue excomulgado.
- ¿Cómo ves el desarrollo de un anticlericalismo que ha renovado sus esfuerzos? Además de los hechos escabrosos en la Iglesia católica que han ido saliendo a la luz, pienso en los cuestionamientos hechos, por ejemplo, hacia las enormes cantidades de dinero donadas para la refacción de Notre Dame.
- No me propuse analizar los filmes desde esas categorías. Me interesan menos las vicisitudes de la Iglesia como institución que la potencia conmovedora de la fábula evangélica, que es un texto de impecable factura dramática. Aunque no puedo sustraerme al hecho de que muchos de los films comulguen con un contexto epocal. El filme de Pasolini sería inconcebible, por ejemplo, sin el Concilio Vaticano II y su opción preferencial por los pobres, que derivaría en el movimiento de la teología de la liberación y su búsqueda de conciliación entre cristianismo y marxismo. El Rey de reyes de Nicholas Ray sería impensable sin la aparición del movimiento hippie, lo mismo que Jesucristo Superstar. Y La pasión de Mel Gibson se inscribe en un giro ultraconservador de la Iglesia que derivaría en la entronización de Ratzinger. Y así podríamos seguir. Sin embargo, de señalar al mayor crítico de la Iglesia como institución, apuntaría al propio Cristo. De su vida y su verbo aflora la más aguda diatriba contra el statu quo clerical.
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PERFIL
Gustavo Bernstein nació en Buenos Aires, en 1966. Es arquitecto, escritor y cineasta argentino. Es autor de los libros Maradona (ensayo), Diez relatos cinematográficos (guiones) Sarrasani (crónica), La patria peregrina (relatos de viaje), Ejercicios de fe (Poemas) y Mutatis Mutandis (poemas). El rostro de Cristo en el cine fue publicado este año. Fue director y guionista de Sudacas y Thálassa, un autorretrato de Jorge Acha. Colaboró en La Nación, Clarín, Página/12, Ámbito Financiero, LA GACETA y Télam.