Queremos un jefe, no una jefa. El mensaje, que conlleva un tufillo de presión política, emergió clarito el miércoles, como para que no queden dudas de la intención. Pronunciamiento que surgió en Tucumán, que salió del gobernador reelecto; y que a la vez revela lo que algunos están temiendo y advirtiendo: una posible grieta interna en el horizonte, peligrosa si explota con el peronismo en el poder. Manzur quiere a Alberto, no a Cristina, conduciendo al justicialismo y, por ende, gobernando el país a partir del 10 de diciembre. Cuando el mandatario tucumano le dijo al candidato principal del Frente de Todos que el peronismo tiene un jefe, se llama Alberto Fernández, más que un elogio, o la unción unilateral como líder del espacio antes de ser electo, o el puntapié definitivo a la constitución del albertismo, le lanzó un tremendo desafío: asumir la responsabilidad de ser el conductor que necesita y que le está exigiendo un sector del peronismo unido detrás de su candidatura.

La frase tuvo un destinatario directo y una destinataria indirecta. Lo llamativo es que la afirmación no fue realizada a escondidas y en voz baja -por miedo a la presencia de un buey corneta- sino en un mitin de 5.000 personas. Muchos oídos y demasiados correveidile sentados en las mesas. Se escuchó en la capital tucumana, pero sus ecos, seguro llegaron a El Calafate, o hasta Cuba.

Es uno de los hechos políticos significativos de la visita de la semana de “Alberto” a la provincia. Otro: la postal electoral-institucional que ofrecieron dirigentes de la UIA y de la CGT compartiendo una reunión, que avisa que el consenso o un acuerdo de precios y salarios es posible de cara a lo que se viene. Si Fernández se impone el 27 de octubre, claro. Un suceso tiene valor puertas adentro del peronismo; el otro, puertas afuera. Habrá que dilucidar si la pretensión de convertirlo en jefe y conductor del peronismo lo incomodó de cara a las relaciones internas del frente. La otra imagen, de mínima, le suma a su pretensión de mostrar que los pactos son la vía elegida para enfrentar la crisis. Uno agrieta, el otro trata de unir. En los dos acontecimientos el protagonista central fue Manzur; gestor y armador.

Si bien las palabras del titular del Ejecutivo se pueden enmarcar dentro de la acción proselitista para seguir fortaleciendo al postulante a la presidencia, también permiten suponer mínimamente que detrás del relamo de liderazgo subsisten dudas sobre quién mandará realmente en esta coalición de diferentes expresiones internas del justicialismo. Una forma de tratar de disiparlas es anticipando quién es el jefe. En ese marco, Manzur y el resto de los gobernadores que se han jugado por el ex jefe de Gabinete no querrán verse sorprendidos por revelaciones o conductas imprevistas en pleno trámite gubernamental respecto de que hay otro director de orquesta, callado y oculto, detrás de bambalinas. O titiritero/a, como se dice por ahí.

En ese sentido, la definición pública de Manzur puede ir en la línea de anticipar un no nos engañemos, entre todos, desde ahora. O bien, un sos vos y nadie más que a vos al que reconoceremos como jefe. Esa definición política conlleva en sí misma, la posibilidad de un resquebrajamiento interno. El que quiera oír, que oiga.

Más aún, implica la admisión tácita de que se ponen bajo su directa tutela para protegerse de la propia Cristina, ya que muchos de los que hoy sostienen la fórmula del Frente de Todos -entre ellos y principalmente Manzur-, en algún momento renegaron de la ex Jefa de Estado. Ya fue, llegaron a decirle varios, y hoy ella sigue siendo. Y aunque después muchos de ellos aplaudieron lo que ahora parece como una genialidad política -elegir a dedo al uno y sumársele como candidata a vicepresidenta-, saben de lo que es capaz desde el poder, o hasta manejando una cuota de él. Y le temen y le desconfían.

No quieren sorpresas desagradables y apuestan a sostener y a exponer una fuerza interna para equilibrar las cargas frente a un posible agrietamiento de peronismo en el poder. Todo parece depender de lo que decida hacer la ex Presidenta desde su posible nuevo rol de vice. Además, como les debe pasar a muchos argentinos, están algo desconcertados sobre qué es lo que pueden esperar de ella en cuanto a acción política; desconocen si se toparán con una Cristina nueva, menos agrietadora, más amigable y dialoguista a partir de haber elegido al “moderado” Alberto como su compañero de lista, o si será la misma de hace un lustro. Si es que viene mansa o con una sed de venganza que alcance hasta a los propios. Se presenta indescifrable, y por eso inquieta.

Dicen que el paso del tiempo provoca cambios en los seres humanos, que los vuelve más tolerantes y reflexivos. Veremos. Por lo menos, hasta ahora sólo pareció contestarle desde el silencio a aquellos que en 2017 se ufanaron de haberle ganado con una “tal” Gladys González en Buenos Aires con un yo les gané la presidencia con Alberto a la cabeza -aunque sólo en las PASO-.

Volviendo a aquella línea, lo cierto es que los dichos del titular del PE trasuntan el deseo de definir a quién quieren como líder. Una forma de adelantar el posible rechazo a las conducciones bicéfalas. En el peronismo los compañeros entienden al verticalismo como una condición genética del movimiento. Y no quieren andar corriendo de un lado a otro. Ya padecieron esa película entre 2007 y 2010, cuando Cristina presidía el país, pero los gobernadores y principales dirigentes políticos pasaban primero por las oficinas que Néstor Kirchner tenía en Puerto Madero para arreglar los temas institucionales. El poder real no residía en la Casa Rosada. Temerán que los desfiles se lleguen a producir en adelante por los despachos del Senado.

A partir de aquel anhelo escondido en las palabras, los justicialistas albertistas aspiran a que el esquema gubernamental que se practique a rajatabla sea el presidencialista, donde el que tiene la lapicera tiene el poder. Por eso, decir -o proponer- explícitamente quién es el jefe del peronismo es lo mismo que connotar quién no lo es. O al que no le reconocerán tal condición. Por lo menos dicen algo sobre el Fernández con el que no simpatizan. Huelga mencionar el nombre, porque los apellidos son los mismos.

¿Es que realmente se está advirtiendo una grieta interna a futuro y por eso se anticipan a indicar de qué lado se alinearán en esa eventualidad? El mensaje fue dado, cabe aguardar que haya sido entendido, no tan sólo por Alberto sino, y fundamentalmente, por la senadora y sus seguidores más fanatizados, que no son pocos por cierto. Lo que es más, ¿estaba convenido que así ocurriera? Esto provoca otra pregunta: ¿era necesario decírselo a Alberto en medio de una multitud reunida para aplaudirlo? Más aún, ¿allí se aplaudió la denotación de Manzur o su connotación? Manzur dio una muestra de fe y se expuso. Esa exposición lo instala al lado de Alberto y enfrente de Cristina ante una eventual puja interna entre ellos, pese a que el candidato dijo que no se peleará más de su amiga. Los gestos y los dichos no parecen sugerir que le creen demasiado.

De cualquier forma, cuando el ex jefe de Gabinete de Kirchner afirma que gobernará con la colaboración de todos los gobernadores, muestra una posible carta: la que indica en quiénes se apoyará institucionalmente para gestionar el país. Pero también, eventualmente, en quiénes se respaldará políticamente dentro del peronismo ante la eventualidad de que haya fricciones, o algunos chisporrotazos entre grupos internos. Porque esa coalición de distintas expresiones internas del peronismo, que parecían irreconciliables entre sí, terminaron aliándose para ganar una elección. Lo hicieron y es casi seguro que se vuelvan a imponer el 27 de octubre. Las pregunta que surge es si se mantendrá esa unidad desde el poder. Es el reto del espacio.

Para esa posibilidad, también Manzur avisó, por su lado, dónde estará parado. Él y todos aquellos a los que viene juntando en cada reunión que organiza a lo grande, desde aquel festejo del 17 de octubre. La ascendencia sobre sus pares que muestra el gobernador, y las relaciones que construyó con el mundo sindical y empresario, ¿le es más útil a Alberto con un Manzur en su gabinete o cumpliendo el rol de mandatario de una provincia del Norte? El devenir del agrietamiento, o no, en el peronismo gobernante -si se impone en octubre, claro-, definirá el lugar que pueda ocupar del jefe provincial en el espacio de influencia del albertismo en ciernes.

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