Todos pensábamos en un primer momento que el debate iba a tener el mismo esquema que la campaña: con Alberto, sacándole a Macri 19 puntos de ventaja en las encuestas, en una posición más conservadora. Pero al contrario; salió a jugar, a pegar, a marcarle la cancha al presidente. Macri se mostró conservador en su postura, marcando éxitos y eludiendo temas, cosa que Alberto trató de no hacer. Eso, de alguna manera, nos deja ver que eso de que “si después de 40 años en política tengo que prepararme para un debate...”, no era tan así. Se nota que hubo una preparación en Fernández. Hubo puntos focales en los que se hicieron eje.
En estos niveles de debate y de juego político, la espontaneidad está reducida al mínimo. Y si se da, es más cuándo uso el recurso que tengo preparado a una frase creativa que le surja al candidato en el momento. En este sentido, creo que el que más jugó con la espontaneidad es Alberto Fernández, que trató de jugar en el rol de principal opositor, en un papel de estadista, de una persona que ya ganó. Quizá ese sigue siendo su mayor riesgo político.
Dudo mucho que genere una imagen negativa en alguien que arrancó el debate presidencial diciendo “alguien mintió en el debate presidencial (de 2015) y hoy quiere volver a ser presidente”. Tiende a consolidar el núcleo duro kirchnerista y albertista, que se va generando, y que trató todo el tiempo de remarcar diferencia y la posibilidad de generar un futuro diferente.