INFLUYENTE. Lo que haga, o diga Juan Román Riquelme, siempre genera atención. INFLUYENTE. Lo que haga, o diga Juan Román Riquelme, siempre genera atención.

No recuerdo un jugador argentino cuya voz ejerciera tamaña influencia dentro de la vida institucional de un club, como sucede en estos días con Juan Román Riquelme y Boca Juniors. Es cierto, Juan Sebastián Verón acaba hasta de inaugurar estadio como presidente de Estudiantes de La Plata. Y Daniel Passarella y Carlos Babington fueron presidentes de River y de Huracán, respectivamente, aunque sus gestiones no son justamente recordadas con cariño. Y está también Diego Maradona, pero más como símbolo, como ícono del crack que fue más que del técnico que es. Pero ni aún así ninguno de ellos parece alcanzar la dimensión hoy de Riquelme, favorecida, claro, porque Boca es una vidriera central.

El Riquelme jugador, que fue campeón de todo, que bailó a brasileños en Brasil y le ganó también a Real Madrid, construyó por supuesto esa imagen adorada. Pero, para lo que sucede hoy, también influye, y mucho, la actitud siempre silenciosa del Román ex jugador. Haber hablado sólo cuando él quiso hablar. Elegido siempre con quien hablaría. Y, más importante aún, hablar exactamente de lo que él siempre quiso hablar. Tiempista dentro y fuera de la cancha. El fútbol, muchas veces, suele adjudicarle verba genial a quien está lejos de tenerla. Se hizo siempre así, por ejemplo, con Ramón Díaz. Hasta que dejó de ganar y su lengua, entonces, perdió picardía. Porque comenzó a tener que explicar por qué ya no ganaba como antes. Los buenos resultados, sabemos, disimulan todo. Román, es cierto, es mucho más hábil. Con la pelota y con su lengua.

La mejor ironía sobre la hábil lengua de Román partió, justamente, desde Núñez, la réplica de Marcelo Gallardo cuando Riquelme afirmó que el River del “Muñeco” “no compitió” cuando le tocó enfrentar a los campeones europeos. Sin responder precisamente la crítica, Gallardo sí graficó por qué la palabra de Riquelme cotiza tan alto y por qué él no debate ese tipo de cuestiones. La síntesis de lo que dijo el “Muñeco” sería: “Román tiene tiempo para hacer asados, pero yo tengo que pensar en cómo ganar el partido que viene”. Ahora, según parece, Riquelme parece decidido a salir al ruedo. A tener que pensar también él, desde el lugar que sea, cómo se gana en el fútbol de hoy.

Si no hay unidad, como creen muchos (queda muy poco tiempo para las elecciones del 8 de diciembre), será difícil que Riquelme se pronuncie entonces por uno u otro sector. Pero no que renuncie a volver a Boca. Podrá esperar tal vez el resultado de las elecciones y aguardar a que el ganador lo llame. El oficialismo comenzó a acercarse a Román no sólo por la organización del partido despedida que se jugará el 12 de diciembre, cuatro días después de las elecciones. Empezó a acercarse también porque las encuestas sugieren que el macrismo que aterrizó en Boca hace 24 años corre peligro por primera vez en las urnas. El doble período de Daniel Angelici, con cuentas ordenadas pero sin títulos internacionales (y, peor aún, con River tan ganador), complicó los sondeos. Y podrá complicarlo mucho más aún si Riquelme jugara con la oposición, como todo parecía indicarlo hasta hace unos meses atrás.

Riquelme nos dice ahora que no es opositor ni oficialista, una postura que alivió más al oficialismo que a la oposición. Pero nos dice también que sí está decidido a comenzar a jugar. Uno de sus apodos que hacía honor a su fútbol exquisito fue el de “torero”. De algún modo sigue esquivando una definición. “Boca por sobre todo”, afirma. Es un discurso seductor, pero poco realista cuando pueden existir legítimas diferencias sobre cómo se conduce un club como el de La Ribera. Eso justamente es lo que fortalece la democracia. Y en nuestros clubes se votó aún en los peores tiempos de dictaduras. “El Torero”, tal vez, tendrá que ir definiendo su decisión de cómo volverá al Mundo Boca. Es cierto, ya no juega más. Pero es imposible igualmente ir contra la ilusión que su nombre genera en Boca. Presidente, manager o, por qué no, DT (ya lo era dentro de la cancha). Que el eterno gran estratega deje los asados y, como le sucede a Gallardo, tenga que comenzar a pensar también él en cómo ganar el partido que viene. El fútbol, que siempre agradeció su inteligencia como jugador, seguramente será el principal beneficiado si lo tiene de vuelta.

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