El presidente de izquierda que aprendió a pelearse menos con los ricos

Dave Graham, Reuters

14 Diciembre 2019

No pasa un día sin que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO, como lo llaman en todo el mundo -foto-), regañe a las élites empresariales y políticas, a las que culpa de alimentar la pobreza y la corrupción del país. Pero detrás de escena, AMLO ha demostrado durante su primer año en el cargo ser más complaciente con los principales magnates de México de lo que sus palabras a menudo sugieren.

Al reunirse regularmente con López Obrador, los líderes empresariales lo han orientado hacia políticas más amigables para los negocios, según más de dos docenas de altos ejecutivos y funcionarios gubernamentales que hablaron con Reuters. Además, han instado al presidente a moderar su encendida retórica.

Elegido en julio de 2018 como el primer presidente de izquierda de México en más de tres décadas, AMLO ha prometido transformar el país anteponiendo a los más necesitados y reduciendo la desigualdad. Firme creyente en el poder reformador del gobierno, se comprometió a fortalecer las principales empresas estatales de México: la petrolera Pemex y la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

Sus enfrentamientos con instituciones que controlan el poder presidencial, desde los reguladores del mercado hasta la Suprema Corte de Justicia, han perturbado a los inversores. Lo mismo ocurre con su retórica incendiaria: describió el dinero como “el papá o la mamá del Diablo”, y cientos de veces ha criticado la economía de libre mercado neoliberal como la fuente de los problemas de México.

Aun así, AMLO reconoció que sin capital privado no puede crear empleos, distribuir riqueza y alcanzar su objetivo de crecimiento económico anual del 4%. Desde que comenzó su mandato en diciembre de 2018, la inversión interna se ha hundido y la economía se ha estancado.

Tres ejemplos

Semanas antes de asumir el cargo, AMLO sorprendió a los inversionistas al cancelar la construcción de un nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, ignorando súplicas del multimillonario Carlos Slim para seguir con el proyecto. Slim es propietario de Grupo Carso, uno de los principales contratistas de la frustrada obra.

López Obrador dijo que el proyecto de 13.000 millones de dólares estaba contaminado por la corrupción; no obstante, los fiscales no han acusado a nadie de irregularidades. La cancelación perjudicó a los mercados financieros mexicanos y enfureció a los principales grupos empresariales.

Otro desafío surgió a fines de mayo, cuando Donald Trump amenazó con aplicar aranceles a todos los productos mexicanos si López Obrador no reducía el flujo de inmigrantes que intentan cruzar la frontera. El presidente estadounidenses se calmó apenas AMLO prometió endurecer los controles.

Tras las reuniones en Estados Unidos, los líderes empresariales presionaron al presidente para que suavizara su lenguaje, particularmente el uso de la palabra “fifí”, término despectivo para las élites privilegiadas. Desde entonces, López Obrador evita la palabra. Cuando Reuters le preguntó si el cambio de tono era el resultado de la presión de los jefes corporativos, el presidente lo negó. “Yo nada más tengo un amo, uno solo -enfatizó-. Es el pueblo de México”

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