Pandemia, economía y esperanza

Nuestra predisposición a creer en el refrán que dice “No hay mal que por bien no venga” suele ser mayor que lo que advertimos. Cuando las papas queman, la esperanza (virtud teologal) no sólo reconforta sino que da ocasión a la ilusión de que algunos deseos incumplidos están cerca de realizarse.

05 Abril 2020

Por Raúl Courel

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

En estos días de debacle se ha hecho común la idea, compartida por sectores ideológicamente antagónicos, que cuando la peste se vaya el mundo ya no será el mismo. Asistimos con sorpresa a que economistas neoliberales de los más ortodoxos propongan que el gobierno emita dinero sin pensar en el equilibrio fiscal. Entre quienes soñamos, aun escépticos, con una humanidad que no se supedite a un sistema político-económico planetario que tiene a la vida y a la salud como fines secundarios, parece reanimarse la esperanza de que se cumpla ese viejo deseo.

Esta vez el sacudón sería tan fuerte, golpearía tan parejo a todos, que entraríamos en razón y quedaríamos predispuestos no sólo a garantizar la salud pública, también caeríamos por fin en la cuenta de que si no paramos la locura de que el trabajo sirva en primer lugar para hacer crecer el cofre, el calentamiento global cocinará si no a nuestros nietos sí a nuestros bisnietos.

Los ciudadanos renuevan entonces la fe (otra virtud teologal) en los gobernantes que coinciden en priorizar la caridad (la virtud teologal que faltaba) mientras critican a aquellos que continúan privilegiando la codicia. Aun quienes viven de comprar y vender aceptan dejar de hacerlo para cuidar la vida, resignándose a que sus gobiernos tomen medidas “de excepción” que limitan el derecho a comerciar y ganar dinero, principal motor de los intercambios sociales en la civilización contemporánea.

La pregunta es cuánto llega a conmoverse nuestro sistema socio-político-económico, muy alejado del sentido primero de la palabra “economía”, cuya raíz etimológica es la griega “oikonomía” (compuesta de “oikos”, hogar, y “nemein” y “nomos”, administración y ley), que refiere la ley que administra el hogar y la familia, antes que la ciudad.

¿Podemos concebir un mundo pos-capitalista en un horizonte cercano? Para que la esperanza desemboque en mejor entendimiento antes que en desaliento conviene tener en cuenta que hecatombes económicas enormes como las padecidas por los países europeos durante la segunda guerra fueron transitadas flexibilizando al extremo los sistemas jurídicos, que hoy refiere el concepto de “estado de excepción”, desarrollado por C. Schmitt y después por G. Agamben.

Crisis, destrucción y renacimiento

Contraría el optimismo el hecho de que las crisis económicas, aun las más graves, sean inherentes al funcionamiento de la economía capitalista. Ellas permiten, tras cada desplome, que la tasa de ganancia vuelva a aumentar: más esta cae, más crece la posibilidad de ganar haciendo mayores diferencias. Hasta ahora la historia ha mostrado que con el fin de las economías de guerra acaba la caridad y vuelve a imponerse la codicia. ¿Es fatal que sea así? ¿Está la humanidad condenada para siempre a oscilar entre destruirse a sí misma y renacer como el ave Fénix?

Las respuestas afirmativas a estas preguntas se asientan en algunas premisas que cumplen funciones de axiomas. Mencionaré en esta breve nota dos de ellas. Una es el concepto de que la unidad ciudadana solidaria y caritativa se promueve y consolida ante la amenaza de un enemigo común (cf. T. Hobbes y C. Schmitt). La psicología de las masas elaborada por Freud complementa la idea. La otra premisa es que toda actividad económica responde al propósito de maximizar la ganancia en el intercambio.

La primera premisa no define la índole de cualquier enemigo, de modo que no es indispensable que éste sea humano (un virus no lo es), realidad hoy esperanzadora. La segunda premisa desconoce que el deseo de llenar más el cofre no es de elección forzada, de modo que el propósito de maximizar la ganancia en el intercambio no es universal.

Se infiere de lo dicho que las respuestas afirmativas a las preguntas hechas tampoco son forzadas. ¿Qué hay, entonces, de las respuestas que niegan la fatalidad de la condena eterna que justificarían esperar cambios de fondo?

No son imposibles pero habrá que construirlas.

© LA GACETA

Raúl Courel - Doctor en Psicología, psicoanalista, ex decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

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