Viviendo en una suerte de conmoción, de aturdimiento

CORONAVIRUS. Una mujer con mascarilla carga a su bebé en las calles de Perú. CORONAVIRUS. Una mujer con mascarilla carga a su bebé en las calles de Perú. FOTO/REUTERS
12 Abril 2020

Por Máximo Chehín - Escritor.-

La crisis del coronavirus me puso en un estado permanente de incredulidad, del que estoy saliendo de forma muy gradual. Este escenario de cierre de fronteras, crecimiento vertiginoso de contagios, muertes y cuarentena estricta era inimaginable hace unas pocas semanas, y de algún modo siento que vivimos en una suerte de conmoción, de aturdimiento. Yo estoy en el pequeño grupo de los afortunados que no han perdido su trabajo ni viven en condiciones de insalubridad o hacinamiento, y tengo un oficio que puedo practicar sin tener que salir de mi casa. Pero el encierro pesa, inevitablemente; releo libros y vuelvo a ver series y viejas películas, como quien vuelve a la casa de la infancia buscando abrigo y consuelo. Tampoco puedo abstraerme de la preocupación de que familiares o amigos se enfermen, de que eventualmente mi fuente de ingresos, de que la pandemia le dé el golpe de gracia a la economía del país y nos arrastre a la violencia y la miseria.

Es sorprendente que estos temores a los que estamos tan habituados los argentinos afloren ahora en los países del norte. Los gobiernos del primer mundo tardaron semanas en reaccionar y la gente se empecinó en continuar con su rutina, pese a la abundante evidencia del riesgo que esto implicaba. Fue como si gobernantes y ciudadanos hubieran dicho “esto no puede pasarnos a nosotros, estamos más allá de este tipo de problemas”. La respuesta a la crisis resultó inconcebiblemente lenta, y estuvo signada por la reacción contra el cambio. Creo que la pandemia desnudó la falsedad de la idea de que la sociedad occidental contemporánea es esencialmente flexible y adaptable a la novedad, y mostró lo opuesto: es una sociedad ultraconservadora en la que la preeminencia de lo individual sobre lo colectivo es un dogma inconmovible.

Me gustaría pensar que este sacudón servirá para un replanteo de nuestras ideas sobre la inmensa desigualdad que impera y que se acepta como algo natural, sobre el progresivo deterioro de los sistemas de salud, sobre nuestra relación agresiva y depredadora con el medioambiente en el que vivimos y del cual necesitamos para subsistir como especie. Pero se me ocurre que no será así. Creo que un tiempo (serán meses o años), cuando la crisis del coronavirus comience a superarse, cuando las cifras se pongan en perspectiva y se compare el total de víctimas con la población mundial, cuando la economía global comience a recuperarse y levantar temperatura, nos olvidaremos de todo. Los ricos se harán más ricos, la tecnología seguirá distrayéndonos y seguiremos caminando de frente hacia el próximo desastre, silbando una música alegre y cegados por el sol.

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