La sociedad ante el coronavirus

Por Eduardo Fidanza - Consultor.

12 Abril 2020

Frente a los grandes acontecimientos, y más aún durante las catástrofes, los relatos sobre la sociedad oscilan entre dos registros. Uno es la totalidad, el otro la particularidad. Asumimos que debemos enfrentar la pandemia unidos, mancomunados con el resto de la humanidad y del país. Cuando en esta circunstancia dramática, que se equipara a una guerra, pronunciamos la palabra “mundo”, aludimos a una totalidad amenazada de la que formamos parte como ciudadanos del planeta. Y cuando decimos “Argentina”, nombramos una nación en peligro que es el punto de referencia de nuestras seguridades más elementales, a las que nos aferramos ante lo incierto: las costumbres, la familia, los amigos, el vecindario, nuestras autoridades, nuestros símbolos. En cambio, cuando hablamos de los mayores de 65 años, o mencionamos a los informales, a los comerciantes, a las empleadas domésticas, a los ricos o a los dueños de pequeñas empresas, estamos refiriéndonos a los segmentos de la sociedad, a sus sectores en particular, a individuos y grupos que se encuentran mejor o peor preparados para enfrentar el drama. Esa ambivalencia nos atraviesa: somos los argentinos unidos enfrentando la peste. Pero somos también esa trabajadora, ese empresario, ese desocupado o esa jubilada, que encerrados y temerosos cuentan los días esperando que acabe la pesadilla.

Los medios de comunicación alternan permanentemente estos dos niveles de abordaje: informan el número de contagiados y de muertos a escala mundial, nacional y provincial, pero también narran historias de vida que, según sus desenlaces, nos producen esperanza o pavor: personas que se curan, personas se mueren; actos de solidaridad extraordinarios o conductas egoístas y discriminadoras inconcebibles. En medio, nos abruman los expertos, con mayor o menor fortuna: muchos son lúcidos, rigurosos y contenedores, pero otros exponen sus argumentos en forma desaprensiva o poco esclarecedora. También, se formulan preguntas de difícil respuesta acerca del día después: mejorará la humanidad o volveremos a los problemas de siempre. A su vez, los politólogos plantean dudas cruciales: se fortalecerá la democracia o la tragedia será una oportunidad para que los autoritarios socaven las libertades. No lo sabemos. Toda esta incertidumbre circula por las redes sociales, junto al humor, el afecto o el desprecio. La sociedad de los cuerpos que se tocan desapareció, la virtualidad ocupa el lugar de los abrazos o de los odios cancelados.

En medio del vendaval, la clase dirigente responde con responsabilidad. El gobierno se apoya en el saber científico. Y con el acuerdo de las provincias, los municipios y la oposición, mantiene una actitud firme que está salvando muchas vidas: hay que prolongar la cuarentena, aunque en ciertos casos deba administrársela. Es la manera de consolidar los resultados alcanzados, mejores que los de otros países. Eso no significa, sin embargo, desatender la cuestión social. Se otorgan alivios y subsidios, que se sabe son insuficientes pero muestran la intención de cubrir a los más necesitados. La estrategia central es el aislamiento, manteniendo un equilibrio realista entre salud y economía. Y consultando a los que están más cerca de las comunidades: intendentes y gobernadores. Los conurbanos, desbordados de pobreza, preocupan al poder. Los resultados son inciertos y la situación dinámica, pero se alcanzó un amplio consenso social y político, algo que la Argentina, un país socavado por la grieta, consigue solo en situaciones límite.

La opinión pública refleja este acuerdo. Según un sondeo de Poliarquiía, el 85% cree que debe mantenerse la cuarentena a pesar de las consecuencias económicas, el 80% aprueba la gestión presidencial y el 70% la del gobierno nacional. El consenso se refleja en otro dato significativo: junto al Presidente, la figura más valorada es Horacio Rodríguez Larreta, un dirigente opositor. La gente aprecia que enfrenten juntos la crisis, más allá de sus colores políticos. Eso no implica, sin embargo, que las expectativas sean optimistas: las opiniones están divididas acerca de si el país se encuentra preparado para afrontar la epidemia, el 60% considera que seguirá avanzando y el 40% dice que está ocasionando efectos severos en la economía familiar. Por cierto, a medida que desciende el nivel socioeconómico la percepción empeora. Los datos que llegan de algunos países son preocupantes: esta pandemia se manifestó antes en los sectores de poder adquisitivo alto, que viajan al exterior, pero al extenderse afecta en mayor proporción a los segmentos socioeconómicos más vulnerables.

En la totalidad o en la particularidad, en los grandes números o en las historias de vida, las sociedades reflejan las fortalezas y debilidades que poseían cuando se desató la peste. A partir de esa fotografía deben dar respuesta a un fenómeno angustiante y desconocido, cuyas secuelas se prevén nefastas. Los próximos meses permitirán responder si, a pesar de sus pujas y diferencias, la sociedad argentina sostuvo el consenso alcanzado para remontar la epidemia. Será un requisito clave, porque se sabe lo que aguarda después del virus: una larga y penosa reconstrucción, con una economía antes debilitada y ahora exhausta.

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