¿El titular de una cartera de Seguridad debe ser una persona “política” o “técnica”? La pregunta vale no tan sólo para el área mencionada, sino también para otras especializadas como Salud o hasta Producción y mucho se debatió siempre sobre esa falsa disyuntiva. Sin embargo, la inquisitoria sobresale en Tucumán en el ministerio que conduce Claudio Maley. Los motivos son diversos: es un hombre que jamás aceitó su relación política ni con la fuerza policial ni con los legisladores ni con los magistrados. Claramente, no tiene el perfil que los intríngulis del Estado exigen. Esa carencia tampoco la tapa con la sapiencia en la metodología, al menos observando los resultados de su cartera: la inseguridad aflora más que las cloacas en Tucumán y su plan hasta aquí no parece haber logrado los efectos deseados.

Una muestra cabal de esas falencias “diplomáticas” del ministro es lo que sucedió el martes en la Legislatura, cuando fue a dar explicaciones ante los parlamentarios sobre el escandaloso caso Espinoza. Maley se sacó ante un pícaro José María Canelada (con quien ya había protagonizado otros cruces) que lo “pinchaba” con preguntas incómodas y le ordenó, ofuscado: “¡Callate la boca!”.

“¡Ministro, qué le pasa!”, le espetó el alfarista Walter Berarducci. El vicegobernador, Osvaldo Jaldo, le tomó paternalmente la mano a Maley para que se calmara. El ministro lo hizo e inclusive después le pidió disculpas al legislador radical.

La situación exhibe a un funcionario incómodo. Esto no quita que el ex gendarme sea un hombre capaz, ordenado, trabajador y con herramientas más que suficientes en su “expertise” (como suele decir Manzur), pero emerge con luz propia que sin una buena cuota de política cualquier trabajo que quiera encarar cae en saco roto.

El ministro más protegido por el gobernador, Juan Manzur, y menos querido, incluso dentro del propio Gabinete, hizo poco para buscar aliados o consensos con sus pares y con integrantes de los otros poderes que le podrían haber colaborado en su tarea. Se empeñó en mantener un plan absolutamente vertical y cerrado, con poco margen para la consulta o el cambio en base a sugerencias o acuerdos.

Siguen hablando

A los que también mandaron a callarse la boca fueron los paladines del enfrentamiento entre Manzur y Jaldo. El no-asado en Banda del Río Salí fue la oportunidad en la que se trató de sellar una suerte de tregua muda entre los líderes del Poder Ejecutivo. En medio de las empanadas pedidas por delivery y el arroz con pollo que preparó la diputada Gladys Medina, los comensales lavaron la ropa sucia puertas adentro, sin mencionar el tema específico. Un mensaje quedó revoloteando: mientras el gobernador “les ponga el saco” a posibles sucesores, el vice se dedicará a sacárselo. Ahí quedó, al menos para ellos dos. Sin embargo, los que se prueban el saco no quedaron tan calladitos y salieron a ventilar varias versiones distintas de lo que sucedió en el encuentro. Nadie quiere quedar afuera de lo que podría ser una oportunidad única de sentarse en alguna de las dos sillas más importantes del Gobierno. Jaldo y Manzur moderaron las formas, pero en el fondo aún se desconfían.

Gesto a analizar: el vicegobernador no estuvo junto a Manzur en Tafí Viejo, donde el intendente Javier Noguera recibió al presidente, Alberto Fernández. Nota mental: Darío Monteros aparece cada vez más cerca de Manzur. Lobby poderoso: la vieja -e influyente- guardia peronista le hizo la vida imposible al manzurista Gerónimo Vargas Aignasse con su proyecto antimotochorros. Para la TV: algún dirigente no tomó nota de la tregua y habría llevado a Buenos Aires el tema del no-asado, incluso con errores y exageraciones que periodistas porteños repitieron confiados. Sin aviso: el gobernador se habría enterado de la invitación de Maley a la Cámara por el ministro, no por su vice. El ruido que sus respectivos entornos inoculan en la relación entre Manzur y Jaldo los ensordece y desordena. Lo mismo sucede desde allí hacia abajo.

No se calla nadie

En la tensa relación que Manzur mantiene con el mundo cristinista, el caso Espinoza lo dejó en una situación compleja. El descarado accionar policial -que muestra que podría existir una matriz corrupta y con prácticas propias de lo peor de la década del 70- encendió la ira de los organismos de derechos humanos más cercanos a la vicepresidenta de la Nación. Ni el miedo que provoca a propios y extraños una Cristina Fernández ofuscada y operando contra alguien llevaron a Manzur a entregar la cabeza de su ministro protegido. Así, el gobernador recolecta beneficios del Presidente, pero debe cuidarse la espalda de lo que pueda suceder con la vicepresidenta. En Tucumán, los hombres y mujeres de Cristina están por todos lados, en muchos casos, en posiciones más que relevantes, como la Anses, con Jesús Salim, y la Gerencia de Empleo, con Marcelo Santillán. Ambos poseen diálogo directo con la cúpula cristinista nacional.

Llegado el momento, el tiempista Manzur deberá acomodarse en medio de esas dos internas y, quizás, de una oposición organizada (si es que logra el milagro). Por el momento, goza de las mieles de la “panlítica”, que lo coloca como líder político y contenedor de la pandemia que azota el mundo y que en Tucumán muestra baja penetración. Habrá que ver qué sucede el día después.

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