09 Agosto 2020

Por Rodolfo Alonso

PARA LA GACETA / OLIVOS (PCIA. DE BUENOS AIRES)

De la feroz pandemia que nos tiene sitiados no suelen esperarse buenas consecuencias. Pero sí tuvo una, y comprensible: la resurrección de La Peste, novela que Albert Camus publicó con éxito en 1947, y que volvió a imponerse un poco por todas partes. Claro que, a pesar de su originalidad, contaba con dignos y significativos antecedentes, entre los que cabe destacar Diario del año de la peste (1722), de Daniel Defoe, padre de Robinson, o La peste escarlata (1912), del legendario Jack London.

Pero fue sin duda su singular Perorata del apestado, el primer libro con que me deslumbró Gesualdo Bufalino, que lo había comenzado en 1950 para retomarlo recién en 1971, una década antes de su publicación (1981). Y fue un descubrimiento ya desde su título, que resulta una de las posibilidades más aproximadas en castellano a su original: Diceria dell´untore al cual, como toda la mejor literatura, la mejor poesía, es absolutamente imposible verter en forma literal sin malversarlo.

A casi un cuarto de siglo de la muerte de su creador, el discreto e intenso escritor siciliano Gesualdo Bufalino (1920-1996), podemos recordarlo como uno de los últimos grandes artistas europeos de la palabra. Pienso en Verga y Pirandello sí, claro, e incluso Quasimodo, y también Brancati, pero sobre todo en Vittorini, Lampedusa, Sciascia, Bufalino, Consolo... Mi irresistible empatía con los grandes escritores de Sicilia, que no tiene aparentemente ningún fundamento práctico o concreto en mi linaje, ¿no ha de implicar acaso una consanguinidad del espíritu con esta tierra tan bellísima como árida, de mar y roca y cielo, hija dilecta aunque violada del Mediterráneo –un poco el padre de lo mejor de nosotros, en ambas orillas–, donde los enriquecedores mestizajes siempre fecundantes, avalados y casi orgánicamente digeridos por una vitalidad indestructible y tan ávida como sabia, se han visto obligados a convivir con todas las invasiones y todos los imperios, con todas las infamias y todas las miserias, efímeros sin embargo frente a tanta desesperada, espléndidamente elemental ansia de existir?

La sal, la sangre, el sol, la savia de Sicilia se han hecho lengua viva en el claro y orgánico y hondo y musical idioma de su pueblo. (No olvidemos que allí nació el soneto, a comienzos del siglo XIII, donde ya se escribía gran poesía antes del “dolce stil nuovo”). Y de ese subsuelo siempre activo han seguido surgiendo escritores de ley, artistas de la palabra, poetas de la inteligencia y del instinto. Aunque continúo profundamente conmovido por la belleza y la piedad, la sensualidad y el estilo de mi contemporáneo, Vincenzo Consolo (1933-2012), un escritor de raza, mi otro descubrimiento relativamente cercano fue el del impar Gesualdo Bufalino. Nacido en la sicilianísima Comiso, un recoleto profesor de lenguas clásicas en localidades aisladas, descubierto en sus altos años por la generosidad de grandes colegas, Sciascia el primero, para iluminarnos con una eterna juventud, con el donaire y la madurez de un auténtico clásico.

Como ya dije, me lo reveló su Perorata del apestado, un libro que en estos opacos tiempos de banalidad y de estridencia no continúa sino que se mantiene magníficamente en los dominios de la escritura como arte, de la literatura como revelación. Y al cual se añadieron otros títulos, no menos relevantes, tales como Argos el ciego, Las mentiras de la noche, Quid pro quo, Tomasso y el fotógrafo ciego, por citar sólo algunos, cuya calurosa recepción vino también a consolarnos con la evidencia de que la cultura europea conservaba todavía algo de su antiguo esplendor.

Aunque en 1982 él mismo reunió a sus poemas casi secretos, presentados con sobria humildad, como pidiendo disculpas, bajo el logrado título de La amarga miel, en sí mismo un oximoron, no resistí a la tentación de presentarlo en nuestra lengua con la cadencia no menos agridulce de sus indelebles aforismos de El malpensante, donde una tiernísima pero aguda ironía –en la que saludablemente se incluye– no consigue disfrazar del todo un lirismo esencial, humanísimo, profundo. Ese mismo lirismo que lo llevó a enhebrar, en un libro de prosa, como al pasar, esas cuatro palabras (“la luce, che vuole?”) que bien podrían adjudicarse a la gran poesía: “¡la luz, qué quiere?”.

© LA GACETA

Rodolfo Alonso - Poeta, traductor, ensayista. Su último libro es Ser sed.

El malpensante

Por Gesualdo Bufalino

• Nacer es humano, perseverar es diabólico.
• La mitad de mí no soporta a la otra y busca aliados.
• Ese luctuoso lujo de ser sicilianos.
• ¿Todo gratis? ¿No se paga nada por mirarte?
• El silencio ha sido en el fondo una inevitable profilaxis.
• Tu indiferencia me adula.
• Otoño, estación desleal.
• Usurero de mí mismo.
• Vivir de incógnito, como Dios.
• Amplias frentes deshabitadas.
• Grito, es verdad, pero a flor de labios.

* Traducción de Rodolfo Alonso

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios