Vacunas, antivacunas y anticuarentenas

Nadie tiene la menor idea sobre quién fue Edward Jenner (exceptuemos a los especialistas, que no cuentan en esta clase de ejercicios). En otro momento había que hurgar en alguna enciclopedia para descubrirlo, ahora es tan sencillo como preguntarle al Gran Hermano Google. Aunque pensándolo un poco mejor, en otro momento no era tan descabellado que alguien -o más de uno- en la familia poseyera el background cultural suficiente como para saber quién fue Edward Jenner. Son cosas que hoy poco importan, lo que no es ni bueno ni malo en sí mismo. Es, sencillamente, el tiempo que nos toca transitar. La cuestión es que tipos como Jenner merecerían una estatua en cada ciudad. Hay tantas calles, tantos monumentos, tantas plazas dedicadas a sujetos de dudosa reputación y ni un miserable recuerdo para el padre de la inmunología. Hasta acuñó la palabra vacuna para explicar qué era eso que había inventado: el principio del fin de la viruela. Hay un antes y un después de Jenner en la historia de la humanidad, como hay un antes y un después de Alexander Fleming y su bendita penicilina. Los principios científicos aplicados a las vacunas que prometen convertir al coronavirus en un espantoso recuerdo son los mismos que empleó Jenner hace más de 200 años.

Lo que quería Jenner era curar la viruela. No estaba para ejercicios distópicos. ¿Cómo podía pensar que algún día las vacunas -su producción y distribución- quedarían enmarañadas en un fuego cruzado entre la industria farmacéutica y las pasiones nacionalistas? La carrera por la vacuna anticovid-19 es la punta de un iceberg que flota desde hace años en el océano de los negocios y el gran público desconoce por completo. La “vacuna rusa” es un ejemplo en ese sentido. Vladimir Putin anunció que es un éxito, pero el estudio de los ensayos clínicos sigue sin publicarse. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló que está impaciente por conocerlos (esa es la palabra que empleó: impaciente. Se acabó la paciencia en el planeta acuarentenado).

La información oficial, la más confiable, y mal que les pese a Donald Trump y a Jair Bolsonaro, sigue emanando de la OMS, que es donde permanece nucleada la gente que sabe. Las campañas de desprestigio a las que está sometida la comunidad científica son brutales desde el momento en que sus recomendaciones rozaron intereses económicos. Los héroes de hace un rato son los villanos que propician la “infectadura” cada vez que explican la conveniencia de quedarse en casa. Este no es un fenómeno propio de la Argentina; cruza todas las fronteras.

Bien, la OMS advierte que entre los proyectos de vacunas contra el coronavirus -más de 20 en marcha- hay seis avanzados y esperanzadores. Todos llegaron a la tercera y última fase de ensayos clínicos, con muy buenos resultados. Tres de estos laboratorios están en China, dos en Estados Unidos (las más que publicitadas vacunas de Pfizer y Moderna) y el restante es el de la Universidad de Oxford. Sabemos, a partir del anuncio del Presidente de la Nación, que esta última es la vacuna que Argentina y México se comprometieron a desarrollar en forma conjunta.

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El hombre más buscado durante los últimos días es Hugo Sigman, empresario de pasiones tan eclécticas como la psiquiatría (su profesión), el cine (es dueño de K&S Films, una de las productoras más importantes del país) y la industria farmacéutica. El Grupo Insud, del que Sigman es CEO, navega como un pulpo dotado de innumerables tentáculos. Uno de ellos es el laboratorio mAbxience, donde se producirá la sustancia activa de la vacuna. La otra parte del proceso -la formulación y envasado del producto- se completará en México, donde Sigman se asoció con el megamagnate Carlos Slim. “Es un acuerdo entre privados”, destacó. Un dato valioso para los tucumanos en la construcción del perfil del personaje es su estrecha relación con Juan Manzur, potenciada durante el paso del gobernador por el Ministerio de Salud de la Nación.

Sigman advierte que es una inversión de extremo riesgo, porque la vacuna todavía no está aprobada y de todos modos empezarán a producirla. “Si se aprueba, se vende; si no, se tira”, resumió. Es difícil suponer que semejante paso no estuvo precedido por una serie de garantías, la clase de información reservada que circula por pantallas VIP. La Universidad de Oxford y el laboratorio AstraZeneca, socios en el desarrollo de la vacuna, están convencidos de que es efectiva y antes de fin de año podrían conseguir el visto bueno de la OMS para el lanzamiento internacional. El Gobierno anticipó que estaría disponible en la Argentina a comienzo de 2021. Sigman deslizó una fecha más ambiciosa: diciembre.

La vacuna argentino-mexicana es un dolor de cabeza menos para la OMS, cuya preocupación pasa por la democratización de las inmunizaciones. En el caso de la gripe A, la vacuna se derramó al Hemisferio Sur una vez aplicada en el mundo desarrollado. Se suma, en el marco de esta pandemia, esa cuestión nacionalista de la “vacuna rusa”, la “vacuna china” y así.

“Debería haber un consenso mundial para que cualquier vacuna sea un bien público común, es un compromiso político”, sostuvo el director general de la OMS, Tedros Ghebreyesus. “El nacionalismo de vacunas no es bueno. Esto no va a ayudarnos -añadió-. No se trata de compartir por compartir, sino porque es una necesidad y beneficiaría incluso a los países mejor equipados. Una reactivación más rápida es una reactivación conjunta, porque vivimos en un mundo globalizado. Las economías están íntimamente relacionadas. No puede haber algunos países seguros que se recuperan; todos deben recuperarse juntos”. Hasta aquí la expresión de deseos de un funcionario de la salud pública. El problema se agrava cuando a los empresarios se les habla con el corazón y responden con bitcoins.

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Toda esta lamentable situación sanitaria visibilizó a un grupúsculo cuya relevancia parecía marginada a la hojarasca de las redes sociales: los antivacunas. En el mar revuelto de las marchas propulsadas por los que no soportan el aislamiento, las protestas de quienes sienten cercenados sus derechos constitucionales y los opositores políticos que festejan como un gol cada dato negativo -vaya si los sufren Fernández, Rodríguez Larreta y Kicillof-, los antivacunas encontraron su lugar en el mundo. Están ahí, enarbolando carteles y a la pesca de micrófonos.

Aquí vale detenerse. No existen dos teorías en lo concerniente a las vacunas, como no existen dos teorías en lo referido a la esfericidad de la Tierra. Ejemplo: los terraplanistas pretenden instalar un debate en ese sentido, como si la comunidad científica estuviera dividida entre quienes sostienen que el planeta es redondo y los que afirman lo contrario. Total, si pasa, pasa. Que la Tierra es redonda ni siquiera es una teoría, es un hecho. El terraplanismo no es una teoría, es un delirio cultivado por individuos a los que les sobra el tiempo y la imaginación.

Con las vacunas sucede lo mismo. La dicotomía “a favor y en contra” es falsa. Menos mal que Edward Jenner, Jonas Salk y compañía no deben afrontar esta clase de situaciones. Sólo queda pedirles simbólicas disculpas. La cuestión es que lo del terraplanismo no pasa de la anécdota, pero todo lo referido a las vacunas cruza la salud pública y con eso no se juega. Mucho menos en momentos de quiebre como este.

El discurso de los antivacunas es una fascinante ensalada en la que conviven el “nuevo orden mundial” (favorito de las legiones conspiranoicas en el siglo XXI), el judeomarxismo, la masonería, la estrategia china para dominar el mundo y las letras de hip hop que pervierten a la juventud. Grupos como estos existieron siempre, forman parte del paisaje desde que habitábamos cavernas. Lo que hallaron en la modernidad es un regalo de los dioses: internet. Así que, de marginales y hasta simpáticos en algún punto, se tornaron peligrosos. El mundo espera una vacuna y hay gente que hace campaña en contra. Y lo peor es que hay quienes los escuchan.

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La vacuna es la luz que la humanidad quiere ver al final de este túnel virósico y traicionero. La luz se prenderá cuando la OMS homologue los ensayos clínicos y autorice la vacuna en cuestión. Puede que sean varias al mismo tiempo, lo que estaría más que bien. Nunca se trabajó tanto y tan rápido en pos de una respuesta a la enfermedad como a partir del desafío lanzado por la covid-19. Desarrollos que para la ciencia significaban años se completaron en cuestión de meses. Cuando la pandemia pase y veamos las cosas en perspectiva mucho de esto provocará asombro.

Pero hay un mientras tanto. Es el hoy, el ahora. La OMS está impaciente porque el mundo está impaciente. Lo que hay es un universo de contradicciones interiores, de hartazgo mezclado con temor. Una sociedad en la que muchos cuidan y se cuidan, respetan las recomendaciones y se someten a todos los esfuerzos imaginables para mantener el autocontrol; al tiempo que el vecino, el pariente o el amigo hace exactamente lo contrario.

La vacuna llegará para todos: para los que comprendieron el alcance de la pandemia y actuaron en consecuencia y para los que hicieron un culto del individualismo más exacerbado. Ese carácter igualador y democrático de la inmunización es la más valiosa de las lecciones. ¿O alguien imagina a un anticuarentena pidiendo por favor que no le pongan la vacuna porque iría en contra de sus más íntimas convicciones?

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