En el comedor infantil “Lazos de Comunidad” las 10 cocineras arrancan temprano a la mañana, todos los días, para poder comenzar a repartir las viandas a las 11.30 y evitar que la gente se amontone, una mala palabra desde que llegó la pandemia de covid-19. El viernes hubo lampreado y se acabó, entonces la alternativa fue comenzar a hacer bocaditos de arroz para que nadie se quede con hambre. “Era la siesta ya, como las tres de la tarde y seguía fritando. La verdad que no sé cuándo habrá una vacuna y volverá todo a la normalidad, pero espero que sea cuanto antes porque se duplicó la cantidad de gente que viene al comedor”, explicó María Pachilla, encargada del comedor del barrio 11 de Marzo (Olleros y Colón).
Los seis meses de pandemia en la provincia, para Pachilla, se sintetizan en lo que ocurrió el viernes: más gente acude a comedores. “Antes de que empezara todo esto, nosotros dábamos de comer a 200 personas por día en marzo y ahora damos a cerca de 450. Del Estado nos dan para 300 platos, pero nosotros no podemos decirle que no cuando vienen niñas y niños. A veces dan ganas de tirar la toalla. Gracias a almacenes y verdulerías que nos dan podemos seguir cocinando para que nadie se quede sin comida, comentó la mujer, de 59 años. “Ahora pondremos un merendero a la tarde con donaciones porque vemos que hace falta mucho y queremos que las chicas y los chicos tengan una merienda también”.
Unicef Argentina estimó, de acuerdo a un reporte publicado en agosto, que la pobreza infantil aumentará en el país a raíz del impacto de la covid-19 en familias con niñas, niños y adolescentes. La nueva estimación indica que para diciembre de 2020 la cantidad de chicas y chicos pobres en el país pasaría de 7 millones a 8,3 millones. Es decir que el porcentaje de niños y niñas pobres alcanzaría el 62,9%: 6 de cada 10 niñas y niños en Argentina vive en familias pobres.
¿Qué le genera la estimación de Unicef?, se le preguntó a Pachilla. “Es muy grande la pobreza que se vive y ha empeorado la situación. Ay no, por favor, esperemos que no ocurra esto. Cuando era chica me crié sin papá ni mamá hasta los 12 años, cuando conocía a mi familia y sé lo que es estar pidiendo en la calle. No quisiera que ninguna niña o niño pase eso. Por eso es que quiero que esté la vacuna cuanto antes, que termine esta pandemia así la gente vuelva a trabajar y no haya tanta necesidad de venir a comedores”, respondió preocupada.
La inflación, otro golpe
En la Cocina comunitaria “La Fortaleza”, a unas 35 cuadras al este del comedor de Pachilla, comparten la preocupación por la falta de trabajo pero suman la inflación a la lista de problemas. En la provincia hay 110 cocinas comunitarias que funcionan con una lógica diferente a los comedores: un grupo de familias se reúnen para cocinar, el Estado les entrega mercadería pero deben complementar con un aporte de dinero, que utilizan para comprar carne y verdura.
“En la cocina comunitaria trabajamos con las mismas familias que antes de que comience la pandemia. Participamos 18 familias, son 100 platos de comida que cocinamos de lunes a viernes. El menú se elige en el día, dependiendo del aporte que haya. Cada plato tiene un aporte de $ 30, tenemos los secos por el Ministerio de Desarrollo Social. Con ese bolsillo compramos los frescos del día: carne, verdura y algunos condimentos. A veces muchas familias no tienen, entonces se anotan luego en el comedor. El fondo puede ser de $ 1.800 por día para cocinar para las 18 familias. Lo que no tenemos es apoyo para poder seguir dándole de comer a las familias si un día no tienen para el aporte de la cocina comunitaria”, comenta Lidia Montesino, dueña de la casa donde se cocina. Y agrega: “el problema también es con los precios, porque a veces de un día a otro aumentan”.
Para Montesino, como todo, el problema es económico. “Como no hay trabajo, la gente viene más a los comedores y a cocinas para saciar la comida. En esta situación lidiar con los aumentos de servicios es otro golpe. Las boletas de luz vienen por $ 2.000 ó $ 3.000, a mucha gente del barrio le han cortado el servicio. El gas también aumentó un montón. Nosotros para cocinar tenemos un cilindro que nos prestaron, de 45 kilos. Ahora pagamos $ 2.900 por la recarga, pensar que cuando nos lo prestaron hace dos años nos costaba $ 800 la recarga”, relató.
“Nosotros amasamos bollos dos veces por semana y con eso juntamos para recargar el cilindro, porque es esencial para cocinar. Cuando no tenemos gas cocinamos con leña. Si hacemos muchas preparaciones con horno, quizás nos dure nueve o 10 días el cilindro. Si usamos mucho el anafe, para salsas y guisos quizás pueda durarnos 15 días el cilindro, así que en el mejor de los casos gastamos $ 5.800 en gas por mes sólo para la cocina”, agregó.
En La Costanera
Para Domingo Rodríguez, de la organización peronista de base Frente Social Nueva Independencia, el impacto en algunos barrios llevó a que se triplique la cantidad de personas que acuden por un plato de comida. “Acá en Costanera Norte servíamos 80 porciones en marzo y llegamos hasta 230 ó 250 porciones en estos meses. En los merenderos se duplicó también la cantidad de chicos. En todos los lugares donde damos de comer se duplicó la cantidad de gente que pide un plato de comida. En La Costanera directamente se triplicó”, explicó el referente barrial. A raíz de la crisis económica, su organización pasó de tener cinco comedores y nueve merenderos en marzo, a abrir más centros para mantener ahora ocho comedores y 12 merenderos, en la capital.
“Tenemos el combo completo de preocupaciones, desde las familias que no pueden ir a trabajar, las mamás que trabajaban y quedaron sin trabajo por la pandemia o por el paro de colectivos, barrios sin servicios públicos... ya no vienen los chicos sólo a pedir comida por ellos, sino para toda la familia. En otros barrios tuvimos que abrir los comedores de noche para dar de comer también a la noche porque la situación no da para más”, lamentó.