¿Hay una tradición literaria tucumana?

En una entrevista reciente, Fabián Soberón dijo que no existía. Otros escritores cuestionaron la afirmación. ¿Existen esas tradiciones en otras provincias o regiones? ¿Qué implica su existencia o su ausencia? ¿Tiene sentido hacer esas clasificaciones con un criterio geográfico?

11 Octubre 2020

NO

Por Fabián Soberón

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

La producción literaria de Tucumán -los libros publicados- es numerosa e importante. Para que esa tradición exista como tal debe ser leída, discutida, sopesada y puesta en debate público por lectores, libreros, periodistas, críticos no solo en Tucumán sino en el resto de Argentina, en Latinoamérica y Europa. Es decir, los innumerables volúmenes escritos desde Tucumán aún no tienen la difusión que se merecen. Por eso hablo de una tradición invisibilizada o ausente en los debates de las tradiciones literarias de Latinoamérica y Europa.

Máximo Hernán Mena, investigador de Tucumán, ha contabilizado más de 80 novelas escritas en Tucumán entre 1950 y 2000. Esas novelas están en los anaqueles de algunas bibliotecas pero no están en los debates públicos, mesas paneles, programas de literatura de las universidades argentinas, latinoamericanas y europeas; no están en las escuelas públicas y privadas de Latinoamérica y Europa. Esas novelas no forman parte de la tradición novelística occidental, salvo excepciones. Algo similar podría decirse de los cuentos y poemas escritos desde la provincia. No forman parte de la tradición cuentística y poética occidental. Aunque nos pese, la tradición literaria de Tucumán está invisibilizada o ausente. No basta con que existan los volúmenes impresos. Necesitamos la difusión en ámbitos privados y estatales en Argentina, Latinoamérica y Europa.

En nuestro país, el centro de edición, critica, distribución, lectura, zona de habilitación, legitimación y consagración de los escritores está en Buenos Aires. Pero el problema no es que haya un centro. La cuestión es ver cómo se hace para activar otras zonas de circulación, decisión, legitimación y consagración de los libros y los escritores. Una parte de la crítica (académicos y periodistas, reseñistas y comentadores) suele repetir lo que dicen los críticos poderosos, aquellos que toman decisiones fuertes desde las editoriales comerciales y no comerciales. Entonces, se arma una larga cadena y la crítica funciona como una repetidora de mecanismos, como una máquina automática y consagratoria. A la vez que sucede esto desde hace mucho tiempo, existen zonas de respiro, donde los lectores leen lo que quieren, más allá de las estipulaciones de la crítica hegemónica. Creo que a través de esa posible zona de respiro, podemos pensar en la conformación de un mapa de lectura que albergue a las otras narrativas y estéticas. En este sentido, hay que redefinir la idea de tradición y, con ella, la idea de literatura, un concepto no centrado únicamente en lo geográfico sino en la imaginación cultural.

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Fabián Soberón - Escritor y cineasta.

Por Jorge Daniel Brahim

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Cuando Bernardo de Chartres, en el siglo XII, inmortalizó su cita “somos enanos subidos a hombros de gigantes”, nos legó un poliedro de significaciones entre cuyas caras quiero rescatar las referidas al valor de la tradición y la humildad. En 1676, fue Newton, nada menos, el que hizo suya la sentencia bernardiana para reconocer que la tradición científica no se iniciaba a partir de la revolución de Copérnico y Galileo, sino que la antecedía y la prefiguraba; y, sobre todo, relativizaba su propio lugar en la historia de la ciencia.

La cosa la presumo así: existe un territorio: Tucumán. Existen actores, nativos o por opción, que tienen que ver con ese territorio. Existe un largo lapso, más de un siglo, en que esos actores crean un arte narrativo, la novela. Existe, por último, un hilo conductor que une a Alberdi, Groussac, Söhle, Juan B. Terán, Pablo Rojas Paz, Ardiles Gray, Wéyland, Perrone, Orphée, Juan José Hernández, Adolfo Colombres, los hermanos Rosenzvaig, Foguet, Nofal, Tomás Eloy Martínez, por citar sólo algunos. Para muchos este hilo puede ser invisible. Pero el hilo está. Y si, además, todo lo aquí apuntado se corresponde con cinco de las ocho acepciones que el Diccionario de la Lengua Española le asigna a “tradición”, ¿alguien puede sostener que no hay una tradición novelística en Tucumán? Yo, al menos, no.

Otra cosa es homologar la tradición con la fama, el renombre, la notoriedad. Es pensar que la legitimación sólo se alcanza en las marquesinas de Buenos Aires. Y acá aparece la otra arista en discusión: el lugar de la centralidad porteña. Si es Buenos Aires el espejo en que solemos mirarnos, mucho se debe a nuestro complejo de inferioridad, incluso mucho más que a la realidad política y económica. Debemos desactivar cuanto antes el tópico “Buenos Aires versus  Interior” si de veras queremos que nuestra literatura sea reconocida.

Es hora de que nos animemos a valorar lo nuestro, no tan sólo como la expresión del color local, sino como la voz particular que enuncia el universo pleno. Y si el “pinta tu aldea y pintarás el mundo” tolstoiano, dice mucho de lo inválido de nomenclar como provinciano a quienes no escriben desde las urbes capitalinas, dice mucho más el “pinta el mundo y pintarás la aldea”, ya que por más que quisiésemos disolvernos en la vaguedad universal, la fatalidad siempre nos devolverá al lugar de origen. Tolstoi, siempre será de Yasnaya Polyana y no de Moscú; Shakespeare siempre será de Stratford-upon-Avon y no de Londres; Flaubert siempre será de Rouen y no de París; Faulkner siempre será de New Albany y no de Nueva York ni de Washington; Cervantes será de Alcalá de Henares, y hasta si se prefiere ¡de la Mancha!, pero nunca de Madrid; Gabo, será de Aracataca, y hasta ¡de Macondo!, pero nunca de Bogotá. El lugar desde donde proviene un autor no es su estigma, sino su orgulloso gallardete. Lo excéntrico es un destino y no una marginación. En todo caso, el centro es una construcción y un concepto: siempre tenemos la posibilidad de desplazarlo.  

Pero volvamos al principio. Allí traje a colación a Bernardo de Chartres y su frase célebre. Con lo hasta aquí dicho ya sabemos por qué. Concluyo, entonces. Los gigantes están. Y nos están esperando. Falta saber si tendremos la humildad suficiente para reconocernos enanos y si nos atreveremos a auparnos sobre sus hombros para continuar con la marcha de esa  tradición.

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Jorge Daniel Brahim - Editor.

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