"Quiero trabajar y votar... quiero existir"

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Juan Carlos Brito tiene 31 años, está desocupado y para vivir se las rebusca con cualquier cosa: junta cartones, limpia parabrisas bajo el puente de Autopista y Gobernador del Campo, lava autos y hace changas. Lo que sea. La pandemia redujo drásticamente sus posibilidades de supervivencia. Algunos días junta apenas $ 15. Así que, más que nunca, tuvo que acudir a los comedores comunitarios del barrio para garantizarse un plato de comida. Las puertas se le cierran con más fuerza a la hora de buscar trabajo: además de la discriminación por ser pobre, estar recuperándose de su adicción al paco y a la estigmatización que sufre cuando dice que vive en La Costanera, se suman dos barreras más: no sabe leer ni escribir ni tiene DNI.

“Este año fue muy malo, horrible. Se murió mi mamá... ahora llevo cuatro meses sin consumir. Voy a la iglesia, vengo caminando desde La Banda, ayudo en el comedor, participo. Me gusta ayudar. El cuerpo ya no me pide...”, intenta narrar Juan Carlos y se acomoda el barbijo. Este año se sumó al Comité Barrial de Crisis y al comedor del Grupo Ganas de Vivir, de recuperación de adicciones en el barrio. Sus compañeros del comedor afirman que lo ven mejor: “volvió a sentirse alguien, ha entendido que contamos con él”.

Como no tiene -ni tuvo- DNI no pudo terminar de cursar primer grado. No recuerda haber sido censado. Nunca votó. No recibe ninguna ayuda social: ni módulos alimentarios, ni Plan Fines, ni Potenciar Trabajo. En los comedores no lo anotan: para figurar en el listado deben consignar nombre y DNI. Hacen la excepción. Sin DNI ni siquiera pudo intentar anotarse para cobrar el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE).

“Quiero que alguien me ayude, que pueda hacer el trámite para tener el DNI. Que pueda conseguir trabajo, algo. Con eso puedo arreglar mi casita (vive en un módulo habitacional que fue de su mamá, junto a la casa de su hermana), tener para comer, para mis cosas”, agrega Juan Carlos. Pero es difícil: “la gente me verduguea por no tener documentos. Me dicen que no soy nadie, que no existo. Si voy a buscar trabajo me tachan por no tener DNI. Si tengo que trabajar en el centro me pierdo, la gente me da mal las indicaciones. No puedo leer los carteles de las calles”, comenta. Se frustra. Por eso sale poco del barrio: “ahora estoy sin trabajo. Si estoy solo, me siento en la cama. Pienso. Lloro. Me lamento. Me quería quitar la vida. Pero sigo”.

Ceferina Carmen Brito vivió toda su vida en La Costanera y tuvo cuatro hijos: Julio Ángel Santillán, Dolores Brito y los mellizos Juan Miguel y Juan Carlos Brito. Era cartonera y limpiavidrios. En 2008, Julio Ángel fue asesinado en un intento de robo. En 2018, Juan Miguel, conocido en el barrio como “El Flaco”, desapareció. La familia denunció en la Policía que faltaba en su casa. Lo buscaron con la única foto de él que encontraron: una de Facebook, con la camiseta de San Martín y los ojos cerrados. Dos meses más tarde, y por la consulta de un familiar, fue identificado en la morgue como NN (por No Name o Sin Nombre). Este año Ceferina murió. “Empeñé mi tarjeta y gasté mis ahorros para comprar el cajón y velarla en casa. Ahora sueño con poder sacar a Juan Miguel de su lugar de entierro, en una tumba como NN, para que descanse con mi mamá”, sostiene Dolores, que se abraza a Juan Carlos.

“Me crié en la calle. A los 13 años tuve mi primera hija. Tengo ocho hijos, ocho nietos. Viven los cuatro más chicos conmigo. Me pone mal porque yo empecé drogándome con todo de niña. Le convidé a mi hermano. Pude salir de eso pero me da tanto dolor no poder verlo a mi hermano recuperarse...”, cuenta Dolores llorando. Juan Carlos le da la mano y se dan fuerza. “Quiero que pase esto -por la pandemia, por el dolor del duelo y por su tratamiento-. Quiero trabajar, estudiar, votar. Existir”, dice Juan Carlos.

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