Bienvenidos a las catacumbas tucumanas

Bienvenidos a las catacumbas tucumanas

Atención, gobernador Manzur: el Museo de Bellas Artes corre gravísimo riesgo. ¿Qué están esperando para concretar las refacciones, largamente planificadas y presupuestadas? ¿Que se venga abajo la fachada?

Atención, rector García: el teatro Alberdi también padece problemas estructurales. De hecho, durante el verano un trozo de mampostería cayó sobre un auto. ¿Habrá que esperar un accidente mucho más grave para que la UNT ponga manos a la obra?

Y ya que estamos, ingeniero García, un apunte: cuando pase por Congreso primera cuadra y examine el frente de la biblioteca Sarmiento no se va a sorprender: se va a asustar. Cuanto más arriba mire, mayor es el deterioro que va a encontrar. Esto tampoco puede esperar.

Atención, arzobispo Sánchez: desde la calle Mendoza se aprecia la destrucción del techo de lo que fue El Buen Pastor. ¿Está seguro de que esa estructura de ladrillos que da a la vereda no va a ceder? ¿Por qué mejor no hacer algo al respecto?

Al intendente Alfaro ya no vale la pena solicitarle atención. El Mercado del Norte, por sí mismo, se encargó de recordarle que siempre es mejor prevenir que curar. Lo extraño es que este axioma aprendido en la niñez se diluye en la función pública.

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Por eso los funcionarios son choferes de ambulancias que jamás llegan a tiempo. Si saben que perseguir los problemas desde muy atrás, un clásico tucumano, sólo puede conducir al fracaso, ¿por qué empeñarse en el error?

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¿Fue necesario que LA GACETA revelara el peligro de colapso del puente peatonal en Mate de Luna y Amador Lucero para que, mágicamente, surgiera una solución? Puertas adentro del municipio el tema se conocía desde hace tiempo, pero no fue hasta que hizo pie en la opinión pública que apareció sobre la mesa el proyecto de un nuevo puente. La sensación entonces es de “si pasa, pasa”. O mejor dicho, si no se habla de la cuestión es un gasto menos. Así, pateando bien adelante las dificultades, un día las dificultades lo patean a uno. Bien, la promesa oficial es comenzar con las obras el 20 de marzo -sábado próximo, justo a un año del comienzo de la cuarentena-. Allí estarán los vecinos, felices contemplando cómo se desmontan los ochentosos bloques de hormigón para reemplazarlos por un diseño de lo más moderno, según se vio en la maqueta. El plan de trabajo es de 60 días, detalló Alfredo Toscano, secretario de Obras Públicas. “Para las fechas patrias seguro que lo tendremos en condiciones de uso”, anticipó. Entre el 25 de mayo y el 9 de julio, para ser precisos. También se anunció la refacción de la platabanda en Thames primera cuadra, suerte de miniplacita marchitada por la falta de atención. Bienvenido sea todo esto.

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Una semana más es todo lo que se le pide al puente. Una semana más de aguante antes de que le llegue el relevo para marcharse del mapa urbano con la dignidad que les faltó a varios de sus colegas. Porque en el mundo, por las más diversas razones, los puentes pueden caerse, pero en Tucumán se desmoronan con un entusiasmo único. Y no sólo los puentes: también las fachadas, los techos, los edificios y, roguemos que no, los mercados.

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Sin olvidar las bibliotecas, como la Alberdi, una desgracia con suerte porque a nadie se le cayó el cielorraso en la cabeza y sólo lamentamos daños materiales. Mala suerte para los libros, que siempre pagan el pato y cada vez son menos quienes los lloran. El bombero de la Alberdi fue el Ente de Cultura, que aportó $ 435.000 para el arreglo (con alguna colaboración en materia de recursos humanos de la Municipalidad y del concejal Luis Argañaraz). La Alberdi sobrevive como siempre, remando con los pulmones de su comisión directiva. Eso sí: muchos se acercaron a “ayudar”, pero rápidamente quedó al descubierto que estaban más interesados en quedarse con la apetitosa propiedad de 9 de Julio al 100 que en el altruista fin de poner en valor la biblioteca.

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El subsuelo del Mercado del Norte es la catacumba en la que yacen las visiones del Tucumán que pudo haber sido. La metáfora perfecta. Oscuridad estremecedora, suerte de agujero negro que succiona la fuerza vital de toda una provincia, magma de un líquido viscoso e indescifrable en el que nos ahogamos sin remedio. Sótano pantanoso, locación ideal para la película de terror en la que se transformó nuestra institucionalidad. De ciudades subterráneas, donde la vida se desarrolla con otras reglas, a otra velocidad, está colmada la imaginación literaria. Es el refugio seguro para exteriorizar los miedos que nos atormentan, ahí donde las cosas se descontrolan sin afectarnos. Pero cuando la ficción se cristaliza y las compuertas de la catacumba se abren no hay escape posible. La interminable batalla entre gatos y ratas que se libra en el corazón del Mercado del Norte se replica en la superficie, pero en ámbitos de lo más diversos. ¿No se replica la oscuridad de ese sótano infranqueable en los entretelones de nuestros palacios gubernamentales?

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El subsuelo inundado es, a la vez, la comprobación de un milagro: que al Mercado no le haya pasado antes algo muchísimo peor. Porque de milagros también estamos hechos y por eso el templo de San Francisco, agrietado y amenazante, no se desplomó sobre la humanidad de algún feligrés.

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Si no fuera tan problemático resultaría gracioso. Nos pasamos años y años reclamando, a los gritos, las obras que tanta falta le hacen al centro. Mejor dicho, al cuadrante que nuestros abuelos nos enseñaron a reconocer como “las cuatro avenidas”. La cuestión es que a esas obras decidieron hacerlas al mismo tiempo. Y para colmo el Mercado contribuyó obligando a cortar las calles adyacentes. Así que el calificativo de “caos” suena tacaño. La zona de bombardeo se irradia desde la plaza Independencia en todas las direcciones, mientras las esquirlas golpean sin hacer distinciones. Algunas son de lo más dolorosas, como las que afectan la circulación de ancianos y ciudadanos con diferentes grados de discapacidad. Movilizarse es una dificultad para todos y una tortura para ellos. Así que no resulta feliz esta coyuntura, que seguramente se olvidará cuando los trabajos estén listos e inaugurados, pero que en estos momentos redunda en una seguidilla de días de furia en buena medida evitables. No hay que torear al humor social, dicen los manuales de política. Pocos los leen.

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Entrevistada por Martín Soto en LA GACETA, una puestera dijo que el Mercado le habla. Que escucha al cemento haciéndole cosquillas en los pies. En “La casa”, Manuel Mujica Láinez nos contó que hay edificios que están vivos, colmados de memorias, y que son capaces de narrar su propia historia. Todos nos están hablando: el museo, el teatro, Rentas, la Sarmiento, el Buen Pastor. Seguramente el Parravicini, pero nadie le prestó atención. El Mercado no habló, sino que gritó. Y en ese pedido de auxilio con forma de alarido mostró, finalmente, la catacumba en la que mora el Tucumán congelado en su propia oscuridad. Ahí donde nadie tiene ganas de entrar, en el sótano, caen todas las fichas y sólo se puede exclamar, como Kurtz en “El corazón de las tinieblas”: “el horror, el horror...”

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