Cristina o Alberto, ¿quién mete mano en Tucumán?

La dupla Manzur-Jaldo metió en un serio brete al Gobierno nacional, pues casi lo obligó a inmiscuirse en los asuntos internos de un distrito donde la unidad del justicialismo fue siempre garantía de triunfo para el oficialismo. Hasta hace unos pocos días su papel se iba a reducir a la sugerencia de unos pocos nombres para la integración de las listas y luego mirar de afuera, cruzado de brazos, como al resto del paquete lo anudaban los propios peronistas tucumanos. Sentarse a esperar que la maquinaria electoral del PJ, sostenida en las estructuras institucionales del Estado, comenzase a funcionar, como siempre. Pero no.

La tranquilidad en la Nación desapareció con el quiebre que provocó el choque de proyectos personales entre el gobernador y el vicegobernador. Se sacudieron y desacomodaron las estanterías. Los estertores del sismo llegaron a la Capital Federal. El poder central se quedó sin opción y no puede permanecer ajeno viendo como uno de los dos sectores termina expulsando o empujando fuera del partido al otro. Necesita a todos adentro. Los comicios están próximos, y por más simpatías que profesen los funcionarios por uno de los dos grupos, la fractura tucumana pone en riesgo el resultado ya que abre un resquicio por el que pueden escabullirse las bancas en juego que se poseen en el Congreso. Inoportunos para pelearse.

El Frente de Todos los necesita unidos, por lo menos para la misión electoral, por sus propios intereses nacionales. Tirón de orejas para dos. Para eso tendrá que mediar e instar a las partes a sentarse en una mesa de negociación presencial o, por lo menos, obligarlos a suscribir un pacto de no agresión aunque más no sea de forma virtual. Imponerles una tregua. Si hay que ponerle nombre y apellido a esa persona, no puede ser otro que Alberto Fernández, en su doble condición de Presidente de la Nación y titular del PJ nacional; aunque ahora enfermándose de coronavirus y con tantos frentes de gestión abiertos, lo único que puede hacer es delegar esa responsabilidad en alguno de sus colaboradores de confianza, en un porteño como él, pero que tenga peso específico en el peronismo. Un Aníbal Fernández, por ejemplo, por tirar nombres.

Hacerse el distraído no es una opción para el Gobierno nacional frente a la división local, ya colateralmente puede sufrir las consecuencias negativas de la fractura. No le queda más remedio que asumir el rol de autoridad superior y persuadir -en realidad ordenar al más puro verticalismo partidario- a que hagan las paces y suspendan momentáneamente las hostilidades, por lo menos hasta después de la elección de diputados y de senadores. Una difícil misión cuando los adversarios no quieren dialogar sino seguir peleándose. No debe ser cómodo dar este paso, y menos fracasar en el intento, ya que algunos funcionarios nacionales han blanqueado sus simpatías distritales; lo que es lo mismo decir que han echado leña al fuego. Por ahora nadie confía en nadie, por lo que los duelistas se mantienen en la etapa de pertrecharse para lo que venga.

Sin estimación posible

Desde el PJ nacional tendrán que actuar rápidamente, porque no pueden darse el lujo de perder una banca o de arriesgarse a salir al ruedo con un peronismo dividido sin conocer a fondo la repercusión numérica de esa fractura. Saben que son suficientes para ganar sin van unidos, bastantes como para mantener las bancas que se pondrán en juego; pero no pueden intuir cuál puede ser el efecto cuantitativo del quiebre político en las urnas. Así es como se tornaría irremediable la intervención nacional del PJ, si hasta lo imploran subterráneamente las segundas líneas dirigenciales porque temen por las consecuencias del enfrentamiento.

Ahora bien, aunque Manzur y Jaldo intuyen que ese es el final del derrotero, ¿quieren hoy esa mediación? Seguro que no en el corto plazo, porque, por lo que se viene observando, pretenden seguir posicionándose lo mejor posible para cuando eventualmente sean llamados al orden: eso implica fortalecerse y debilitar al otro. Ergo: seguir mojándose la oreja.

El vicegobernador clausuró la puerta a una reforma para una posible puesta en práctica de la reelección indefinida -con lo que aumentó sus acciones y redujo las del adversario interno-, mientras que el gobernador se apropió del PJ y obtuvo una victoria, por la mínima diferencia, para mostrar que conduce al justicialismo: 11 a 9. Capitalizó a duras penas sus acciones frente al poder central. No podía hacer otra cosa que salir a defender el orgullo de conductor con todas las armas a su alcance para justificar su designación como cuarto vicepresidente del justicialismo en el plano nacional y para no ver mellada su condición de armador político del norte. Si no gobierna el propio distrito, menos puede pretender armar espacios de poder en otras provincias.

Sin embargo, aunque seguirán haciendo de las suyas fronteras adentro, ambos han resuelto jugar fichas en el plano nacional. Obtener adhesiones y respaldos. Manzur en ese aspecto, en el de las relaciones públicas, es un especialista, guarda más ases bajo la manga que su compañero de fórmula, el que tiene solo una carta a la cual aferrarse y ver luego si la apuesta le sale bien: Cristina Fernández, la que manda en el espacio. Jaldo tiene debe equilibrar las simpatías en el Gobierno central y lo único que tiene enfrente para tal fin es a la vicepresidenta, y sólo porque la ex jefa de Estado tiene en su lista negra al mandatario tucumano desde que este la jubilara como política.

Una foto con ella tendría impacto; movería el tablero. Es la figurita difícil, y la única a la que puede aspirar a conseguir el vicegobernador. No le queda más en quién recostarse. Si no lo consigue, tendrá que repensar su estrategia local, de cara a la votación que se viene y también para el 23.

Cómo logrará que lo reciba, quién será el puente, a qué nexo habrá recurrido para que le se allane el camino hacia quien ostenta el poder real en el oficialismo. Es la pregunta. Porque no es cuestión de ir y tocar el timbre sin una carta de presentación. Algunos ya podrán especular sobre quién o quiénes podrían ser esos vasos comunicantes locales, desechando desde ya a los funcionarios kirchneristas provinciales que se han manifestado en favor del manzurismo. Claro, a no descartar las movidas del gobernador para impedir que esa reunión alumbre, nada le cuesta pedirle a su amigo Alberto que le sugiera a su conductora que no reciba al Cobos tucumano -como lo llaman en Buenos Aires- y le de la foto familiar. Escuchar el apellido del mendocino no le debe resultar grato a la presidenta del Senado.

Ahora bien, con tantas dificultades que tiene que afrontar Cristina: ¿se detendrá un minuto a analizar si le abre o no la puerta a un dirigente del norte?, ¿a un referente de Tucumán enfrentado a Manzur?, ¿a alguien que aspira a sucederlo en 2023 cuando su hijo Máximo, posiblemente, aspire a la presidencia del país?, ¿a quien hace poco dijo públicamente ojo, no solo es Alberto, también es Cristina? En sus manos puede tener la chance de un pequeño desquite, de una revancha fría al menos para mostrarle al gobernador que todavía es la protagonista de la vida política argentina y que aunque cobre una pensión de su marido nadie la jubila.

Es el anhelo de Jaldo y sobre el que sostendrá sus esperanzas de equilibrar un poco la partida a nivel local. Por ahí no lo recibe, pero tal vez lo ayude con un tuit. Cada vez que la ex jefa de Estado usa la red social estalla el mundillo político.

Ambos, tanto Manzur como Jaldo ya no pueden abandonar el juego, están sumergidos hasta el cuello en esta partida de choques de intereses y tienen que presionar al contrincante para seguir fortaleciendo sus propios proyectos, en la provincia y en la órbita nacional. Y esperar a ver cómo reaccionan en Buenos Aires, porque si finalmente no se inmiscuyen desde el PJ nacional en la interna del distrito peronista, cada uno seguirá en la suya y sin frenos.

En ese caso solo se vislumbra una única opción frente a los comicios que se vienen: salir cada uno por su cuenta y con listas propias para enfrentarse en las urnas y blanquear cuánto pesan políticamente, en términos cuantitativos fronteras adentro. Allí Manzur corre con ventajas pues maneja el aparato estatal.

Y según el cronograma electoral nacional, si finalmente se convoca a las PASO para el 8 de agosto, sólo faltan 76 días para la presentación de las listas de candidatos a diputados y a senadores. O sea que el Gobierno nacional debería preocuparse por el “caso Tucumán” porque los márgenes de acción en cuanto a tiempos se les reducen, a no ser que considere que la grieta no es tan preocupante como para hacer peligrar el resultado y confíe plenamente en la gestión política de Manzur. Entonces, nada de intervención ni de mediación del PJ nacional: que el peronismo tucumano se las arregle por su propia cuenta. Esa puede ser una postura frente al conflicto. No parece la más segura.

Acomodando realidades

Antes de que estallara la crisis, Tucumán como distrito del PJ no inquietaba al peronismo nacional, porque las aguas venían mansas. Lo que se refleja en los lugares obtenidos en la mesa nacional del Partido Justicialista, integrada por 110 consejeros, entre titulares y suplentes. Allí el justicialismo provincial tiene dos lugares, el de la vicepresidencia de Manzur y la suplencia de Elia Fernández. Tiene la misma cantidad que Catamarca, Corrientes, Formosa, La Rioja, Tierra del Fuego, Córdoba, Misiones, Salta y San Luis. Se observa que Jujuy, una provincia gobernada por el radicalismo, tiene cinco consejeros, o bien menos que Santa Fe (6), San Juan y La Pampa (4) o Chaco, Santa Cruz, Santiago, Neuquén, Mendoza o Chubut (3). Buenos Aires tiene 34 integrantes y 12 la CABA. Si es por esta distribución de espacios y por la preocupación que reflejarían los números, no debería interesarles bajar a buscar un arreglo.

Es lo que puede pretender Manzur, porque si hace las cosas bien y obtiene un buen resultado en la elección puede ratificar su liderazgo y tener dos años tranquilos hasta que deba dejar el Ejecutivo. Caso contrario, empezará a sentir la pérdida de poder, el que deberá ceder a otro para que lo suceda. En ese caso, sufrirá los embates del jaldismo para ganar espacio en esa lucha y hasta de los propios manzuristas que buscarán una bendición para un eventual heredero. Al gobernador no le queda otra que hacer lo que viene sugiriendo: decir que puede ser el candidato a vicegobernador en la fórmula oficialista del 23, una forma de no ver menguado su poder. De seguir siendo el gran elector. La alternativa es factible, pero lo que es seguro es que otra historia comenzará a escribirse después de los comicios, no sólo en el oficialismo, sino también en la oposición, porque las urnas acomodarán realidades y dirá dónde está parado cada uno.

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