Fiesta de la Ascensión de Jesús

16 Mayo 2021

Comparto ideas del Papa S Juan Pablo II:

- Ascensión

En la Ascensión, Jesucristo “sube” a fin de completar todas las cosas: el mundo entero, todas las criaturas, y la historia del hombre. “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).

Son las palabras que pronunció Cristo la víspera de su pasión y muerte en la cruz cuando, en el Cenáculo, se despedía de los Apóstoles (Hch 1,3). Los autores sagrados describen la vuelta de Cristo al Padre. “El Señor -dice San Marcos-(...) fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16,19). En los Hechos de los Apóstoles, el Evangelista San Lucas escribe: “Fue levantado en presencia de ellos (de los discípulos), y una nube lo ocultó a sus ojos” (Hch 1,9). En el Antiguo Testamento la nube era señal de la presencia de Dios (cf. EX 13,21-22; 40,34-35), por lo que Jesucristo, saliendo del mundo visible, es envuelto por esta presencia divina.

Termina su presencia visible en la tierra, el Hijo unigénito hecho hombre vive en el seno trinitario con el Padre y el Espíritu Santo.

- ”Id por todo el mundo”: el Espíritu Santo

En esta perspectiva se explica el último mandato que Jesús dio a sus Apóstoles antes de ir al Padre: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15). Se inicia el mandato de la Mision:

- La predicación del Evangelio, esto es, dar testimonio de Cristo es deber de todas las personas bautizadas en el Espíritu Santo.

- La Iglesia, sólo con la fuerza del Espíritu Santo, puede dar testimonio de Cristo. Sólo con su fuerza puede predicar el Evangelio a toda criatura.

- La Ascensión del Señor está ligada íntimamente a Pentecostés, y la Iglesia dedica los días intermedios entre ambas a la novena al Espíritu Santo, cuyo inicio tuvo lugar en el Cenáculo de Jerusalén.

- De este modo la Ascensión del Señor no es una despedida; más bien es el inicio de una nueva presencia y de una nueva acción salvífica: “Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo” (Jn 5,17). Este obrar con la fuerza del Espíritu Santo, del Espíritu Paráclito que descendió en Pentecostés, da la fuerza divina a la vida terrena de la humanidad en la Iglesia visible.

- Estos son los criterios esenciales de la constante vitalidad de la Iglesia.

- Espera activa

“Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo habéis visto subir al cielo” (Hch 1,11).

Jesús cuando ya subía definitivamente al Padre, dijo: “Y he aquí que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 18,20). Este “yo estoy” tiene la fuerza del nombre de Dios. “Yo estoy” como hijo en el Padre (o, a la diestra del Padre), y “estoy con vosotros” (quiere decir con la Iglesia y con el mundo), en el poder del Espíritu Santo. Gracias a este poder, nuestra permanencia en la fe cristiana tiene carácter de espera de su venida: la segunda definitiva venida de Cristo Salvador.

Pero esta espera no es pasiva: constituye la edificación del Cuerpo de Cristo. ¡No permanezcamos, pues, pasivamente a su espera! En todos lados, en el trabajo o durante el tiempo libre, en tu tierra o viajando por otros lugares, cuando acoges a otros o aceptas su hospitalidad, ¡eres heraldo itinerante de Cristo! Debemos llegar “todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios”. Debemos llegar al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13).

La Ascensión del Señor es, a la luz de la liturgia de hoy, la solemnidad de la maduración del Espíritu Santo para “la plenitud de Cristo”. Jesús nos conduce al Padre eterno de nuestras almas (cf. 1 P 2,25).

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