Desde hace dos años, les está vedado a los medios masivos de comunicación publicar datos de encuestas electorales. El espíritu de la norma es que la semana anterior a la fecha en hay que acudir a las urnas para ejercitar la más directa y eficaz de las formas de participación política normadas (como derecho y como deber) sea transitada como un espacio de reflexión. Un tiempo libre de exitismos, durante el cual el voto sea decidido con tranquilidad espiritual (en el caso de aquellos que reivindican la voluntad electoral como un momento emotivo) o con una racionalidad inspirada guíada por la valoración de propuestas y de trayectorias (en el caso de aquellos que consideran que la voluntad electoral es pensada).
Mientras los tucumanos empadronados para sufragar (son poco más de 1,2 millón) disponen, entonces, de ocho jornadas sin “ruido” para decidir qué harán el domingo, los precandidatos (y sus equipos de asesores de campaña) atraviesan 192 horas de genuina angustia. Porque aunque no puedan ser difundidas, las encuestas siguen encargándose y analizándose en los “comandos” proselitistas. Y entre los datos que hablan no ya de los postulantes sino de los ciudadanos, y a partir del contexto de participación electoral que viene dándose en el Norte Grande, las dudas que se presentan en las diferentes fracciones políticas (tanto oficialistas como opositores) se convierten en un diluvio de aflicciones.
El primer umbral ansiedad está determinado por la imposibilidad de saber, a ciencia cierta, cuántos electores acudirán a las urnas el próximo 12. En principio, fuentes de una y de otra vereda política afirman que el número de consultados que afirma que cumplirá con su deber cívico es elevado. Pero reconocen que en los comicios de Corrientes, el 30 de agosto, sólo participó el 65% de los empadronados. Y dos meses antes, en las elecciones de Jujuy (celebradas el 27 de junio), se presentó el mismo porcentaje: dos de cada tres personas habilitadas para elegir autoridades.
Si bien el contexto de pandemia explica que crezca el ausentismo, lo llamativo de ambos casos es que se trató de elecciones provinciales: consiguieron la reelección el correntino Gustavo Valdés y el jujeño Gerardo Morales.
El segundo umbral de congoja de precandidatos tucumanos está dato por los indecisos. Son muchos. Pero muchos. En rigor, cuanto menos tres sondeos encargados por diferentes sectores políticos tucumanos coinciden en que la cifra de los que aún no han resuelto por quién van votar se expresa con dos dígitos.
Dicho de otro modo: todos exhiben sondeos que los dan como ganadores. Ahora bien: en ningún caso, la “diferencia” de votos que declaran sacarle a sus contricantes es superior al número de indecisos. Consecuentemente, todos exhiben “moderado optimismo”.
No es un fenómeno tucumano, argentino y ni siquiera americano. En 2019, los indecisos le imprimieron un final infartante a las elecciones municipales de Barcelona. La alcaldesa Ana Colau terminó siendo reelecta, pero a 14 días de los comicios, celebrados el 26 de mayo de ese año, el número de indecisos superaba el 40% del padrón, de acuerdo con los datos del Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas: (CIS). Se calculaba, entonces, que 6 millones de barceloneses iban a definirse en la última semana. Y que 2,5 millones iban a tomar la decisión ese mismo domingo, literalmente, en el cuarto oscuro.
El dato no es menor: esa tendencia indica que cada vez más electores definen su voto por la opinión de familiares y amigos en las horas previas a la votación. La campaña, entonces, sigue siendo determinante, pero se torna “mediada” por el entorno del elector. En contextos de crisis, decepción con los políticos y falta de entusiasmo con la política, era casi obvio que la decisión se trasladaría al “círculo de confianza”.
Como si no bastara, en Tucumán, hoy, el número de consultados que declara que votará en blanco o que anulará el voto es también elevado. No llega a los dos dígitos, pero casi...
¿Incertidumbre? En cada “bunker”, la respuesta es que están convencidos de que ganan. Eso sí, no saben por “cuánto”. Así que prefieren hablar de “incerteza”. Una manera elegante de declararse al borde del ataque de nervios.
Una restricción de ley: desde 2019, no se pueden publicar datos de encuestas ocho días antes de los comicios
El 31 de mayo de 2019, mediante la Ley 27.504, se modificó el artículo 44 quáter de la Ley de Financiamiento de los Partidos Políticos (26.215) y se dejó establecido que: “Desde ocho (8) días antes de cada elección y hasta tres (3) horas después de su cierre, ningún medio de comunicación, ya sean éstos audiovisuales, de radiodifusión, gráficos, internet, u otros, podrá publicar resultados de encuestas o sondeos de opinión, o pronósticos electorales, ni referirse a sus datos”. La norma prevé sanciones económicas para los medios que infrinjan la restricción, que será determinada por la Justicia Electoral Nacional.