Las costumbres tucumanas se llevan hasta los confines del mundo

Comprovincianos cuentan cómo es vivir en Alemania, Miami y Nueva Zelanda y llevar el Norte en la sangre.

Las costumbres tucumanas se llevan hasta los confines del mundo

No importa que tu cumpleaños sea a nueve mil kilómetros de Argentina, las velitas se soplan en una torta de Chocolinas. Trabajar frente a la compu viendo caer la nieve de Berlín se hace al abrigo de unos matecitos. Y si hay que pasar la Navidad en las playas de Miami Beach no puede faltar el Vitel Toné. Así lo viven los tucumanos que emigraron a otros países y que, aunque no piensan en volver, llevan la tucumanidad en la piel.

“Es bien típico cuando llegas a una ciudad y sos nuevo y te sentís medio solo, pero vas a Facebook a “argentinos en…” y siempre hay una comunidad. Por lo menos dos se prenden para tomar mate.”, cuenta Fernanda Alderete que está instalada en Berlín desde agosto de este año. Dando sorbos a la bombilla y cuidando la yerba como oro verde, explica por qué decidió radicarse en un país donde una palabra puede tener hasta ocho consonantes seguidas. “La primera vez que estuve, iba caminando por la calle con una amiga y sentí como que yo ya había estado en otra vida. Y le dije: “yo me veo viviendo acá”. Desde entonces buscó la forma de irse y en 2018 probó suerte en un Work and Holiday durante un año en la ciudad de Leipzig. La experiencia no hizo más que confirmar sus sospechas: quería vivir en Alemania. “Me gustan el idioma, la cultura, los paisajes, la seguridad y tranquilidad con la que uno camina por la calle. La limpieza y el orden, la conciencia que hay sobre el medioambiente.”, cuenta Fernanda, quien consiguió trabajo como tester de una empresa de desarrollo de software. Aunque sí extraña los after office y siente la soledad de una sociedad a la que le cuesta más entrar en confianza, un invierno de atardeceres a las cuatro de la tarde y una pandemia de desdichado aislamiento. “Cuando no te conocen, suelen ser más reservados, pero vos le das una cerveza a un alemán y cambia completamente”, ríe.

Nacho Acosta con su equipo de tenis en la universidad de Florida Nacho Acosta con su equipo de tenis en la universidad de Florida

Quizás uno de los lugares más latinos que existen sea Miami. Ahí, conseguir un fernet o empanadas es tan fácil como mandar un mensaje en un grupo de Facebook. “Ahora hay una ola de tucumanos, sobre todo chicos jóvenes de 20 y 21 que vienen a viajar, conocer y hacer experiencia. Incluso hay fiestas solo de argentinos.” cuenta Ignacio Acosta Muñoz, de 19 años. A mitad de este año llegó a Florida National University en Hialeah, con una beca deportiva. Está estudiando contabilidad pero decidió probar suerte en Estados Unidos por el tenis, su verdadera pasión. “Jugaba desde chico y competía desde los 15 y en Lawn Tennis había muchos chicos que se venían a EEUU porque acá te da la posibilidad de estudiar una carrera y seguir jugando. En la UNT es más difícil seguir con el deporte a nivel competitivo”. Para conseguir la admisión tuvo que grabar un video de tenis y valoraron su ranking y sus resultados en Menores. Allá no tiene mucho tiempo para extrañar, además de estudiar y entrenar todos los días, trabaja como mozo en un restaurante italiano. Y aunque las diferencias culturales son muchas, explica que en Miami no se sienten tanto. “Está muy marcado por un lado los latinos y por otro los americanos. Hay una zona de la ciudad donde no hay americanos, y hay bares argentinos”, cuenta Nacho. Lo que sí echa de menos es la comodidad de vivir en una ciudad chica. “Yo me iba en bici al gimnasio o a andar por la Perón. Extraño el contacto con la naturaleza, acá si hacés media hora para cualquier lado hay ciudad”.  Y aunque está cómodo y por los próximos años estará estudiando en Norteamérica, se ilusiona con volver a su país. “Yo siento que podría estar acá de diez, super instalado pero si Argentina mejora y hay un poquito de esperanza yo vendo todo y me voy para allá. Yo soy el argentino más orgulloso, me encanta que se note que soy argentino. No puedo explicar por qué”, dice con emoción. La Navidad la pasará en familia con su hermano, Agustín Acosta Muñoz, que se encuentra viajando y trabajando en ese país. Para la Noche Buena van a preparar un Vitel Toné, aunque no está seguro del resultado. “Vamos a ver cómo me sale”, ríe.

En el lado opuesto del globo, en Nueva Zelanda, vive Matías Sosa desde hace dos años y medio. Llegó junto a su esposa detrás de dos primos y hace dos meses desembarcó su hermana con toda la familia. De a poco pareciera que van montando una pequeña colonia tucumana en tierras kiwis. “Yo quiero traer a todo el mundo acá”, dice un poco en broma, un poco en serio. La Navidad la pasaron literalmente “en familia”, con empanadas y todo. “Para el cumpleaños de mi esposa hace unos días hicimos una torta de Chocolinas así que no se sintió tan diferente”, cuenta. Incluso encontraron una tienda en Oakland que se llama “Pachamama” que hacen envíos: “Tenés hasta el alfajor Jorgito, el dulce de leche, de todo”. Matías dice que no le costó tanto conseguir trabajo allá, y que se fue porque quería tener la experiencia de vivir en otro país. Una empresa de tecnología de la industria de la comida rápida fue su sponsor una vez que pasó las entrevistas. Hoy viven en Havelock North, en la Isla Norte, a cinco horas en auto de Oakland. Es un pueblo chiquito, como una villa veraniega de Argentina de unos 60 mil habitantes. “Es súper tranquilo y hermoso realmente, tiene playa y montaña a quince minutos”, cuenta.

Las costumbres tucumanas se llevan hasta los confines del mundo

“Culturalmente son muy diferentes y a la vez no. Son gente muy amable. Algunos son super toquetones, te abrazan. Les gusta la joda y te invitan a su casa.” describe Matías. “Les encantan los asados pero son un desastre”, ríe mientras explica que se trata de una tostada con una salchicha arriba. Se las arregla para hacer asados argentinos, aunque los cortes son diferentes. Extraña Tafí del Valle y las juntadas con sus amigos y sobre todo poder hablar en español. “En Tucumán nosotros tenemos tantas expresiones que son difíciles de traducir”, resume.

Pero con toda la tucumanidad a cuestas, cada vez ve más lejano un posible regreso. Su hermana está chocha. Eso sí, tuvo que cruzar medio mundo para llegar. Por restricciones del covid no la dejaron embarcar en San Pablo y tuvo que ir hasta Dubai, pasar por Kuala Lumpur, Singapur y recién Oakland. “Mi cuñado decía que tenía expectativas pero que las sobrepasan; mi hermana lloró por cada lugar hermoso que vio y los chicos están fascinados, no querían que terminen las clases”, cuenta y describe que la calidad de vida, el acceso y la libertad con la que se vive son impagables. “No me dejo de sorprender de lo lindo que es este lugar. Y me da rabia porque Argentina no tiene nada que envidiarle pero es una lástima cómo está”, finaliza con una queja.

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