Crisis ambiental: la dirigencia no estuvo a la altura

23 Febrero 2022

Parece mentira que ni siquiera ante una tragedia ambiental como la que vive la Mesopotamia seamos incapaces de darle un respiro a esa grieta omnipresente que nos fagocita día a día. Pero es así. Además de poner en jaque a todo un ecosistema, las llamas avivaron el fuego de un sector de la dirigencia política más preocupado por el ruido mediático que por sofocar el fuego. El incendio expuso, a la vez, dos caras de la misma Argentina: por un lado esa legión de oportunistas del discurso confrontativo, con sus respectivas cohortes de fanáticos detrás; y por el otro, una generosa y preocupada franja de la población, capaz hasta de meter la mano en el bolsillo con tal de hacer llegar su aporte.

La zona afectada por el letal combo de sequía e incendios se acerca al millón de hectáreas. Si de economía se trata, las pérdidas se calculan en 26.000 millones de pesos. Pero así como los números garantizan el impacto de los grandes titulares, los que sufren son los pobladores, miles de familias, de hogares devastados, de futuros que se difuminan entre el humo que todo lo cubre. Víctimas de un desastre que escuchan, azoradas, los dardos que se cruzan el Gobierno nacional y el provincial. Que quién tiene la culpa. Que quién se preocupó antes. Que quién, cómo y cuándo ofreció ayuda y quién la rechazó. Un espectáculo de vergüenza ajena, típico de la grieta, y que -como la grieta misma- jamás tendrá vencedores ni vencidos, apenas una constelación de oídos sordos a cualquier argumento que no sea el propio.

Les cabe a los Estados -y no a un influencer de Instagram, por más solidario y bienintencionado que sea- ocuparse de esta situación. Todo lo que aporten iniciativas como la llevada adelante en redes sociales por Santiago Maratea son bienvenidas y suman, pero el eje de las responsabilidades no puede correrse. Vale para la opinión pública, a veces sumida en una confusión propia de la urgencia de una crisis y de su descreimiento sobre la capacidad de los funcionarios para resolverla. De todos modos, hasta Maratea quedó prisionero de la grieta: recibió críticas y salió a responderlas.

Las imágenes del incendio son sobrecogedoras: el sufrimiento de la fauna, la devastación de la flora, la batalla que libran los bomberos, lo implacable del fuego, el cielo que ya no se distingue. Tanta riqueza natural arrasada. El acuífero mesopotámico es un tesoro que -según se calcula- cuenta con reservas suficientes para abastecer a la población mundial durante 200 años. Los Esteros del Iberá constituyen una de las reservas más extraordinarias de nuestra diversidad. De repente, sobre esa porción de la Argentina se desató el infierno.

Hay varias instancias de trabajo por delante. Una de ellas, insoslayable, es dejar bien claro los cómo y los por qué de lo sucedido. Al mismo tiempo, desplegar toda la ayuda que requieren los miles de afectados. Y, tan importante como esto, poner manos a la obra para -en la medida de lo posible- recuperar tanto terreno asolado. Con todos los sentidos puestos en la detección temprana de todas las amenazas que penden sobre nuestro medio ambiente.

Lo que la sociedad reclama, más bien exige, es que ante situaciones extremas como la que se vive en Corrientes nuestros dirigentes respondan y actúan a la altura del desafío. Y que, de una vez por todas, hagan más y hablen menos.

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