Diana Cohen Agrest: “las condiciones de vida en Argentina fueron empeorando con la sucesión de gobiernos corruptos”

La filósofa hace referencia a la desigualdad que existe en nuestro país, más allá de quién detente el poder, y afirma que hoy tanto los valores como los ejemplos se perdieron. Además, habla sobre la violencia en las redes y la falta de empatía con el otro

Diana Cohen Agrest. Diana Cohen Agrest.

Durante gran parte de su vida, Diana Cohen Agrest se dedicó a la filosofía. Fue docente durante 30 años y becaria del Conicet. Pero el 8 de julio de 2011, todo cambió para siempre. Ese día, en una casa del barrio de Caballito, en Capital Federal, un delincuente hijo de un Policía Federal con antecedentes delictivos asesinó a balazos a su hijo Ezequiel, de 26 años, durante un asalto. Ese hecho la marcó para siempre. Pero no dejó que el dolor la inmovilizara. Tres años después fundó la Asociación Civil Usina de Justicia, que acompaña a las víctimas de homicidio y femicidio en el país. Hace pocos días, junto a un grupo de intelectuales, firmó una solicitada bajo el título “A las autoridades les pedimos que empiecen a educar en serio y reconstruyan la escuela argentina”, con una crítica profunda a la enseñanza actual en el país. Muy crítica con el lineamiento de justicia abolicionista en Argentina, y de su máximo referente, Eugenio Zaffaroni, en los primeros días de diciembre Cohen Agrest publicó su último libro, “Elogio al disenso: dilemas éticos para pensarnos hoy”, en el que desmenuza las maneras en las que las personas expresan sus disidencias.  Desde Buenos Aires habló con LA GACETA en estos términos:

- ¿Por qué cree usted que la confrontación agresiva reemplazó al disenso y cuál es la importancia de recuperarlo?

- Antes del nacimiento de Internet, los desacuerdos se producían cara a cara: un amigo, un vecino, un desconocido, podían ser el objeto de nuestra ira. Pero ese intercambio, a menudo tan poco fecundo como los de hoy, era conocido por un número muy limitado de personas, los compañeros de trabajo, los niños de un curso en un colegio. Desde la aparición de las redes sociales, en cambio, un mensaje llega a un número de receptores imposible de determinar. Nuestras novelas familiares se exponen en el teatro del mundo. Y hoy como ayer, a menudo, no importa tanto el contenido de lo que se discute sino quien logra imponerse a quien, en una lucha narcisista donde se juega  la propia identidad. Y como ya no “ponemos el cuerpo”, la virtualidad y el anonimato de los receptores nos envalentona, por decirlo de alguna manera. En las redes circulan mensajes que jamás serían pronunciados frente a frente. Tal vez por un sentido de pertenencia, defendemos a capa y espada una idea y, de ese modo, reafirmamos nuestra identidad en la nube virtual. Fíjese usted: el filósofo británico Jonathan Dancy distingue entre dos tipos de razones que nos impulsan a actuar. Puedo actuar atendiendo a mis gustos o a mis intereses personales. Pero también puedo pararme a pensar en las mejores razones para actuar de determinada manera, reflexionar si esas razones justifican mi conducta desde el punto de vista de un observador informado e imparcial. En vista a esta distinción, ojalá podamos recuperar el disenso que, por cierto, es más trabajoso. Porque implica pensar, dar las razones de nuestras elecciones. Pero también es más fecundo, porque podemos aprender del otro e incluso modificar nuestros puntos de vista. Tan imprescindible en un mundo tan errático como cambiante.

- ¿Qué la pasa a una sociedad en la que el disenso perdió la batalla con el autoritarismo? ¿Cuáles son las herramientas para recuperarlo?

- En Occidente, las juventudes de mayo del 68 y de los movimientos contraculturales en Estados Unidos gestaron un discurso anárquico que cuestionaba el poder. Ese discurso también llegó a la Argentina con la “juventud maravillosa” de los 70 y el desenlace fue la represión de la dictadura. Con el advenimiento de la democracia en 1983, toda expresión de autoridad se percibió como un peligroso atisbo de autoritarismo. En ese caldo de cultivo, el disenso podía ser visto como un intento de retroceder a la década de plomo, una expresión de fascismo. Y hoy hasta se ve como un rechazo del progresismo que dominó el imaginario colectivo de las capas medias y altas de las sociedades urbanas del país. Pero paradójicamente, esa nueva modalidad de la represión, esta vez discursiva, devino una nueva forma de autoritarismo. Lo “políticamente correcto” fue moldeando a generaciones sin brújula que buscaron sucedáneos de las normas que, desde siempre, regularon las comunidades humanas. En ese contexto, el disenso no tiene lugar alguno. Y si tiene lugar, aparece en la figura de la confrontación trivial o estéril.

- La semana pasada, en una charla con Jaim Etcheverry, él dijo que “La tragedia educativa” está más vigente que nunca. ¿Esto no es la pérdida de un derecho básico de los niños?

- El texto que usted menciona es de 1999, donde el autor llevaba a cabo un lúcido diagnóstico de las causas del fracaso de nuestro sistema educativo. La revolución digital nos prometía una escolaridad de vanguardia. En el 2002, Martín Varsavsky, un inversor y desarrollador de compañías tecnológicas, denunció que durante el gobierno de De la Rúa habían robado la mitad de 11 millones de dólares donados para el portal Educ.ar. Ese país, según sus palabras, “corrupto y gobernado por corruptos”; se reiteró durante los años del gobierno de Néstor Kirchner cuando la promesa de distribuir computadoras e instalar Internet en los lugares más vulnerables quedó en la nada. Sin embargo, una vez más paradójicamente, no colaboró con la ampliación del derecho básico de los niños a la educación. Durante la prolongada cuarentena, los chicos se quedaron sin escuela presencial y sin acceso a esa presunta educación a distancia. En suma, las condiciones materiales de vida fueron empeorando con la sucesión de gobiernos corruptos. En ese escenario, la oportunidad de que los chicos ejerzan su derecho a la educación es una utopía.

CON SEGURIDAD. El barbijo y la ventilación cruzada en las aulas serán medidas de prevención en las aulas. CON SEGURIDAD. El barbijo y la ventilación cruzada en las aulas serán medidas de prevención en las aulas. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO

- La pandemia, además de todo lo que sabemos en materia sanitaria, profundizó muchísimo las diferencias educativas, sobre todo en lo social, con chicos que no tienen conexión. ¿Ya se puede hablar de una generación perdida? ¿Coincide con Soledad Acuña en que hay chicos en las filas del narcotráfico a los que será imposible recuperar?

- La pandemia (o, para ser más precisa, el manejo de la cuarentena) profundizó las desigualdades sociales existentes. Recuerdo que una década atrás, charlando con una pediatra sobre los efectos del paco en los niños, en el sistema nervioso central, en las convulsiones y alteraciones cardíacas, la profesional me confesó que era preferible que los “soldaditos” fallecieran lo antes posible, dado el rápido y grave deterioro del sistema inmunológico y general del cuerpo.  Son varias generaciones perdidas.

- ¿Las redes sociales realmente son un termómetro de lo que se dice y se piensa en Argentina o son una cloaca donde converge lo peor de nosotros?

- Tal vez esta pregunta no sea excluyente. A veces lo que volcamos en las redes es lo peor de nosotros. Pero no es una ley física. Como sucede con la energía nuclear (con la que se puede construir una bomba o tratar a un paciente cardíaco o enfermo de cáncer), depende del uso que se haga de las redes. Las redes pueden servir al propio posicionamiento -auténtico o fake- en la comunidad virtual, pueden servir como un vehículo catártico de nuestras frustraciones. Pero, en contrapartida, Santiago Maratea logró reunir fondos millonarios destinados a paliar el desastre de Corrientes gracias a las redes. Y en las redes, si forma parte de nuestros intereses, podemos leer la Ilíada en una comunidad de internautas o conocer arte y cultura.

- ¿Se puede rescatar alguna enseñanza de lo que nos pasó en estos dos años con la llegada del coronavirus?

- En el 2001 pensé que habíamos tocado fondo. Pero la Argentina tiene un formidable nivel de resiliencia (o de autoengaño, discernir si es una cosa u otra me ocuparía la entrevista entera y, a decir verdad, ni siquiera lo tengo claro). Veinte años después, no sé si esta vez tocamos fondo, no sé si podremos recuperarnos rápidamente -en términos históricos- de esta crisis. A veces pienso que va a tomar varias generaciones. Pero si de algo estoy segura, es de que es imprescindible la participación ciudadana. Es el ejemplo de Santiago Maratea. Pero no sólo para ser solidario. O el caso de la asociación civil de la que participo, Usina de Justicia, donde no recibimos un peso del erario público y ayudamos a quienes sufrieron la pérdida de un ser querido en un hecho de inseguridad: una mamá que ya pasó por lo mismo se contacta con quien acaba de perder un hijo. Una ex jueza la asesora. Organizamos campañas de difusión del caso. Y hasta estamos atentos a que se respete la ley de víctimas sancionada en 2017 pero que parece que pocos funcionarios judiciales la leyeron alguna vez. En calidad de ciudadanos, podemos y debemos exigir a quienes nos gobiernan, evitando caer en el juego en el que los políticos prometen el oro y el moro con fines electoralistas de los cuales, una vez instalados en sus bancas, no se hacen cargo. Tenemos que exigir las reformas necesarias para evitar los abusos del sistema democrático que, como decía Winston Churchill, “es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado” ...

- Un líder debe dar el ejemplo, pero en nuestro país eso no sobra. ¿Cómo se puede gobernar un país si los de arriba no educan con sus actos?

- Esa falta de ejemplaridad no solo alcanzó a los políticos. Semejante depreciación se dio en todas las esferas sociales: el médico, el maestro, el policía, el sacerdote en su momento, esto es, todos los modelos sociales que eran estimados por su valor ejemplificador, se perdieron. Una de los abordajes en ética más celebrados de las últimas décadas puede resultar extraño en la Argentina, pues en lugar de partir de principios morales o de considerar el costo-beneficio de una acción, considera la virtud del agente moral. Un buen médico, por ejemplo, no necesita estudiar ética, porque espontáneamente se conducirá con el paciente ejerciendo las virtudes de un buen médico. Ya sé que es circular (porque un buen médico es el que es virtuoso y un médico virtuoso es el que es buen médico, es una de las objeciones a este abordaje), pero es interesante pensar cuán extraño suena en un país como la Argentina.

- ¿Por dónde cree que van a pasar los nuevos paradigmas educativos?

- En países desarrollados se está volviendo a técnicas educativas que se creían superadas cuando fueron reemplazadas por otras que condujeron a que los chicos no aprendieran a leer o escribir. A diferencia de las políticas demagógicas sometidas a los “trabajadores de la educación” que lideran la CTERA, en esos países se privilegia la presencialidad, la ejercitación de la memoria y el dictado de textos, por marcar rasgos distintivos que pueden resonar extemporáneos. Sin embargo, quienes fuimos educados con esas “antigüedades”, y con nuestro guardapolvo blanco que nos igualaba, accedimos a una formación de la que hoy los chicos carecen. Por supuesto, una especialista en educación podrá responderle con mayor precisión….

- En Tucumán tenemos casos paradigmáticos como el crimen de Paulina Lebbos, que ya cumple 16 años de impunidad. ¿El poder político, como ya pasó en la década del 90, todavía maneja a la Justicia y puede promover esa impunidad?

- Antes que nada, toda mi empatía con la lucha de su padre, Alberto Lebbos… Usted menciona la década del 90, es la década en la que se sancionó la Reforma de la Constitución Nacional en 1994. Uno de sus productos es el Consejo de la Magistratura cuya proporción de políticos es inadmisible en cualquier sistema democrático, los enjuiciamientos a los jueces es un montaje escenográfico: cuando asistí a todas las audiencias del juicio al juez Axel López, un juez penal que liberó a asesinos que volvieron a matar, no salía del asombro porque el sentado en el banquillo era el pobre psiquiatra que había desaconsejado la liberación del condenado que liberó el juez. Por supuesto, el culpable no fue destituido. Porque vivimos en el reino de la impunidad. Esta se naturalizó como el aire que respiramos.  

- ¿Cómo convencemos a nuestros hijos de que hay que apostar por el país? ¿Hay que convencerlos o dejarlos que se vayan?

- Nuestros hijos deben tener un futuro abierto. Si la Argentina no es un país en el cual se puedan realizar sus proyectos de vida, debemos respetar su decisión. Tal vez no soy la más apropiada para responder a esta pregunta, porque en 2002 desistí de emigrar con mi familia a Canadá, pese a que cumplía con las condiciones exigidas. Si hubiese emigrado, probablemente mi hijo Ezequiel hoy seguiría con vida, disfrutando de tantas cosas que hoy solo pueden ser pensadas como un rosario de contrafácticos…

- Hemos podido alcanzar nuevos derechos con leyes como las del aborto, el matrimonio igualitario, la campaña del #MeToo. ¿Esto es un avance como sociedad? ¿Se podría avanzar con algo tan sensible como la eutanasia?

- Una cosa es la ampliación de derechos en el nivel discursivo (concretamente, las leyes) y otra es que las leyes se cumplan, que se destinen fondos para las políticas públicas que satisfacen esos eslóganes y otros tantos, como la campaña “Hambre cero”. Pero fíjese, no es casual de que muchas de las leyes se sancionan a sabiendas de que guardan un valor simbólico, de que no implican importantes erogaciones de dinero. Y cuando esas leyes se cumplen, podemos encontrarnos con la exigencia de que el Estado subsidia prótesis mamarias para cirugías de reasignación de sexos cuando no hay insumos básicos en los hospitales. Respecto de su pregunta específica sobre la eutanasia, es un tema complejo en un país sin seguridad jurídica: por una parte, sostengo que toda persona tiene derecho a renunciar a vivir cuando el sufrimiento o el dolor no pueden ser paliados. En contrapartida, como política pública, me temo que, en personas muy mayores y psicofísicamente vulnerables, el derecho a elegir se torne una obligación de morir ante la presión de sus familiares. Trabajo en bioética hace 30 años, y sé de qué hablo…

- ¿Vamos a poder sacar adelante a este país? ¿Qué se le dice a las nuevas generaciones?

- Es una pregunta cuya respuesta es demasiado compleja y, en el mejor de los casos, sólo puede ser una expresión de optimismo, pesimismo o escepticismo personal. Pertenezco a una generación cuya edad dorada, como en los mitos, se remonta a mi primera infancia. Todavía, como decía antes, se respetaba a la maestra, al policía, al doctor del barrio. La puerta de mi casa de barrio permanecía abierta de par en par hasta que mi mamá, ya al anochecer, recordaba que alguien tenía que cerrar la puerta mientras cocinaba. Luego esa generación solo vivió de fracaso en fracaso. En la política, en lo social, en la educación, en la justicia…. En todas las esferas vivimos crisis tras crisis de valores, una palabra inactual. Tal vez pueda resonar decepcionante, pero no me siento capaz de dar lecciones a las nuevas generaciones cuando pertenezco a una que no pudo dignificar su propio tiempo.

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