Dos diputados nacionales vienen siendo noticia, cuando menos para Tucumán, por dinámicas políticas opuestas entre sí. Uno es Javier Milei, que irrumpió con su fuerza Avanza Libertad en los comicios del año pasado y hasta ahora apuesta por la instalación de su figura de manera excluyente. El otro es Roberto Sánchez, quien lideró la lista de candidatos a la Cámara Baja de Juntos por el Cambio y quedó a sólo dos puntos del oficialista Frente de Todos. El parlamentario ha enfocado sus esfuerzos en hacerse de la conducción del radicalismo tucumano y desde el lunes, tras un proceso interno esmerilante, preside la junta de gobierno, con una lista unificada que no ha significado la unidad de la UCR, sino casi todo lo contrario.
Miley preconiza un discurso profundamente crítico de los partidos políticos tradicionales para conseguir popularidad. Sánchez se ha sometido al desgaste de las peleas intestinas del radicalismo para normalizar al centenario partido en el distrito y liderarlo.
Uno apuesta por sí mismo y el otro, por una estructura política tradicional. ¿Por qué? ¿Qué votan hoy los ciudadanos? ¿Partidos o personas? ¿Apoyan fuerzas políticas con independencia de sus candidatos, o viceversa?
Más aún, ¿cómo llegamos a esta disyuntiva en un país donde los partidos tienen el monopolio del acceso a los cargos electivos en el Estado? La historia de la evolución de las fuerzas políticas echa luz sobre todos estos interrogantes. Y los responde.
El derrotero
Siguiendo diversos autores, en especial al alemán Max Weber y al francés Maurice Duverger, en el origen (es decir, el siglo XIX) están los “partidos de notables”. De elites. En nuestro país, incluso, se los podría llamar partidos de clubes sociales: en tiempos en que el sufragio no es secreto, el club de alta sociedad es el lugar dónde ir a buscar el status, los contactos y los recursos para alcanzar el poder. Dicho en otros términos, Los tiempos Domingo Faustino Sarmiento, de Nicolás Avellaneda y de Julio Argentino Roca, sólo por mencionar tres ejemplos, son los de la hegemonía porteña del Jockey Club, del Club del Progreso o del Círculo de Armas.
La crisis de estos partidos de elites llega en el siglo XX, con el surgimiento de los partidos de masas. Weber advierte señeramente esa transformación. En el caso argentino, el abstencionismo radical le arranca al orden conservador la Ley Sáenz Peña y, con ella, el voto secreto. Justamente, la UCR será el primero de los partidos de masas aquí. Le seguirá el Partido Justicialista a partir del 40. Ambas fuerzas, además, son “programáticas”. Son partidos con un programa específico destinado, en cada caso, a una clase social determinada. Justamente, lo que pesa a la hora de votar es esa “plataforma”. En esas estructuras se milita y se moviliza.
Duverger, en la década del 50, advierte una distinción: hay partidos de masas y hay partidos de cuadros. “Un partido de cuadros necesita influyentes, cuyo nombre, prestigio y fama servirán como aval del candidato y le ganarán votos”, además de recursos. Un ejemplo paradigmático, acaso, es la división del radicalismo entre la UCR del Pueblo y la UCR Intransigente, de la que luego surgirá el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID).
Pero a los partidos de masas también les llegará su crisis, luego de la movilidad social que implicará el Estado de Bienestar, entre las décadas del 50 y del 70. El PJ ya no puede tener un programa sólo para los sectores obreros urbanos asalariados, porque ellos o sus hijos ya han ascendido socialmente. Por lo mismo, la UCR no puede predicar sólo para las clases medias, porque las fronteras de clases se han tornado difusas. Ya no podrán seguir siendo “programáticos” porque tener un programa para todos los sectores equivale no tener ninguno. Por caso, los partidos que hoy siguen siendo “programáticos” se enfocan en sectores específicos: Fuerza Republicana, a la derecha, y el Partido Obrero, a la izquierda.
Surgirá entonces una nueva clase de partido (y los de masas tenderán también hacia esa transformación). De origen alemán, pero emigrado a EEUU, Otto Kirchheimer lo definirá como “catch all”: “tomatodo”. Reducen el peso ideológico y el papel del afiliado, no ponen el acento en una clase social y se abren a distintos grupos de interés. No movilizan: usan los medios masivos para llevar su mensaje a todas partes. Aquí no se milita: se especializa. Son partidos de tecnócratas: politólogos, comunicadores, psicólogos, sociólogos... El caso evidente es el PRO.
Pero hay otra variante, advertida por otro estudioso alemán, que pone el foco en la estructura de las agrupaciones. Sigmund Neumann distinguió entre “partidos de integración social”, con organización extensa, permanente y participativa, como el PJ o la UCR; y los “partidos de representación individual”, que se activan en ocasión de los comicios, que tienen una estructura mínima y que se enfocan en la figura de un referente, al cual le dan amplia libertad de acción. En la Argentina son ciertamente nuevos: Domingo Cavallo y Acción por la República; Recrear y Ricardo López Murphy (hoy, Republicanos Unidos); el ARI-Coalición Cívica y Elisa “Lilita” Carrió. Ahora (sin entrar en comparaciones) es el caso de Milei y Avanza Libertad.
Entonces, siempre se vota por partidos. En todo caso, una veces es prima la mecánica de la estructura; y otras, la del candidatos. Para unos resulta preponderante la dinámica integradora; y para otros, la individual. Pero siempre son partidos.