Por Santiago González Díaz
Director de la carrera de Ciencias Políticas en la Unsta
Definir la red motivacional del voto se volvió más complejo de lo que tradicionalmente era. Ya no se puede caer en el simplismo de calificar sólo según tradiciones partidarias o ideológicas.
Si bien este tipo de preferencias continúa vigente y muchos determinan su decisión conforme la “disciplina” partidaria, es visible que la verticalidad que ello demanda no es acogida por muchos.
Se observa localmente el caso del diputado Roberto Sánchez, quién crece en intencionalidad de voto general, pero a pesar de buscar acuerdos partidarios ya se mostraron posiciones en desacuerdo que objetan los resultados electorales. Casualmente, en el partido que alguna vez bregó por el voto universal. Al mismo tiempo, se rechazan potenciales alianzas, bajo el pretexto histórico partidario.
Por otro lado, a nivel nacional se observó cómo los electores “independientes” modificaron en sólo cuatro años su apoyo electoral y definieron un nuevo Presidente con un signo político distinto. Qué decir de la coalición oficialista, hoy en crisis interna.
Por otro lado, los nuevos fenómenos políticos manifiestos en actores que adquieren cada vez mayor popularidad, como es el caso de Javier Milei, superan la consideración de ser atractivos para los sectores jóvenes del electorado, penetrando en distintos estratos sociales. ¿Sino cómo explicar el éxito en barrios populares de CABA?
La primera tentación es circunscribir estos “nuevos liderazgos” a la irreverencia que puede adjudicársele a la juventud; sin embargo, creo que hay algo más profundo en tales simpatías.
Entonces, ¿qué fundamenta actualmente el voto?
La respuesta obvia es que se trata de un fenómeno multicausal (partido, ideología, factores socioeconómicos, entre otros) pero, en términos generales se observa que la disciplina partidaria va desapareciendo y el mismo ciudadano se va alejando de la estandarización antiguamente usada y el sentimiento afín a una ideología o partido, no se traduce en intención de voto.
La identificación de un candidato con uno u otro partido, simplemente facilita que pueda ubicarse en uno u otro extremo del campo político y la batalla de ideas, pero no garantiza la adhesión de los militantes.
Ante tal situación, considero que puede hablarse de un “voto disruptivo”, un término que también puede volverse maleable y adaptable a distintas circunstancias. Este seria propio de quienes tienen un fuerte descontento con su realidad (partidaria, ideológica, socioeconómica) y encuentran en los discursos propositivos de los candidatos una esperanza que despierta la emotividad necesaria para movilizar la acción.
También puede aplicarse a las situaciones de internas partidarias, donde el voto puede tomar matices estratégicos para aprovechar potenciales oportunidades de cambios internos.
En un contexto u otro, el “voto disruptivo” termina con esos estándares de conductas esperados al momento de predecir posibles resultados. Facilitando la comprensión de las oscilaciones periódicas entre elecciones como una necesidad estratégica por romper con el devenir de acciones que parecen inevitables.
Es la búsqueda de algo nuevo, distinto a lo que se conoce, lo que explicaría la oscilación del voto y la afinidad de sectores sociales con los nuevos líderes que aparecen esporádicamente. En tanto es la resistencia del discurso y los intereses tradicionales lo que ejerce resistencia para la consolidación de tales figuras.
Desde esta perspectiva, el voto supone el canal de manifestación de un anhelo que es propio de una postura adoptada, ideológica o no, pero que cada vez más se aleja de criterios estrictos; sustentándose en la posibilidad de solución inmediata de los problemas latentes de las personas.