La incomparable (y dudosa) experiencia de llegar a Tucumán

ZONA CRÍTICA. El cruce de las rutas 9 y 306, en zona del acceso por San Andrés. Foto de febrero pasado. ZONA CRÍTICA. El cruce de las rutas 9 y 306, en zona del acceso por San Andrés. Foto de febrero pasado. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO

Por el carril de la izquierda, el que se supone que es para circular a mayor velocidad, una camioneta modelo algún año de la década del 90 cargada con verduras circula a no más de 40 km/h. Todos los que quieren sobrepasarla lo hacen por el carril derecho que, a pesar de ser el lento -supuestamente- parece haberse convertido en una pista de carreras. Pero cuidado con el acelerador: en cualquier momento se puede cruzar un chico, un perro, un caballo, un carro o, incluso, una gallina. Los pastizales reducen la visión y las motos con dos, tres o más personas encima se multiplican. No hay señalización, no se sabe con claridad cuál es la salida que hay que tomar, montículos de basura aparecen a metros de la ruta y entre ambas manos de la autopista los cruces clandestinos se suceden uno tras otro. En medio de semejante caos, hay apenas una certeza: pinchar una rueda o sufrir un problema mecánico sería el peor de los infortunios, porque el entorno no invita a quedarse varado.

Hay cuestiones que de tan habituales terminan convirtiéndose en parte del paisaje cotidiano. Nos acostumbramos a ellas, dejan de escandalizarnos. Aunque reflejan problemas graves da la sensación de que nos volvemos inmunes a ellas. Como si el mal nos anestesiara. Algo así ocurre con la ingrata (por decirlo de alguna manera) experiencia de llegar a Tucumán. De hecho, es lo que intenta reflejar el primer párrafo de este texto: el contexto con el que se encuentra el viajero que se acerca a la ciudad por la autopista Tucumán-Famaillá, en la zona de Los Vázquez, por ejemplo, o lo que se observa en la autopista de Circunvalación. No es un tema nuevo; al contrario, ya es crónico. Lo alarmante es que, salvo algunas cuestiones puntuales, nada cambia. Cabe entonces la pregunta: ¿realmente a alguien le interesa que eso cambie?

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El tema vuelve a cobrar relevancia porque estamos a unas horas del arranque de un fin de semana extra largo (y a días de las vacaciones de invierno): mañana se recordará la muerte de Martín Miguel de Güemes y el lunes, la de Manuel Belgrano -en Jujuy, la seguidilla de feriados arranca hoy, con la conmemoración del fallecimiento de Manuel Eduardo Arias, héroe de la Independencia a quien posiblemente le estemos adeudando un reconocimiento mayor, pero ese es otro tema.

Durante estos días, Tucumán constituirá el punto de acceso al NOA para miles de personas. De hecho, las proyecciones menos optimistas auguran más de un 70% de ocupación en algunas de las provincias de la región. En este contexto ¿con qué se encontrarán aquellos que tengan la -dudosa- suerte de atravesar Tucumán para llegar a destino? Vamos por partes.

La ruta 9 (en el tramo San Andrés-San Cayetano), la autopista Tucumán-Famaillá (entre Los Vázquez y el Mercofrut), la Circunvalación y calle Jujuy encabezan el ranking de los peores accesos a la ciudad. Es difícil definir cuál es el que constituye la más vehemente invitación a seguir de largo, porque todos parecen competir por el mismo premio. Eso sí, cada uno con sus particularidades.

El camino al aeropuerto no se queda atrás: semáforos en los que la inseguridad conmina a cruzar en rojo, la ausencia de respeto por las normas viales más básicas, un contexto de pobreza extrema y el fantasma de las adicciones en cada esquina lo convierten en una especie de curso acelerado sobre el Tucumán más doloroso. (A propósito, ¿es posible que apenas dos puentes angostos -el Barros y el Lucas Córdoba- sean todavía la única vía de conexión entre el cada vez más populoso este tucumano y la capital?.)

El acceso Norte es quizás el más decoroso, pero también acumula sus dosis altas de inseguridad (con muertes incluidas) y un pavimento cada vez más deteriorado desde Las Talitas hacia el sur.

Quien haya viajado por la región seguramente habrá advertido que este no es un problema generalizado: las comparaciones suelen ser odiosas, pero Jujuy y Salta son buenos ejemplos.

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¿Qué tienen en común todos estos lugares? Además del rosario de calamidades enumeradas arriba, hay un detalle no menor que puede ayudar a responder algunas preguntas: se los puede definir como tierra de nadie. Es decir, diferentes estamentos del Estado (municipios, Vialidad Nacional y Vialidad Provincial, la Policía, comunas, etc) tienen algún tipo de jurisdicción sobre ellas. Pero, justamente por eso, su mantenimiento, limpieza, seguridad, iluminación y muchas otras cuestiones se terminan perdiendo en las marañas de la burocracia y, al final, nadie termina siendo del todo responsable. Así, hay casos inverosímiles (pero reales) en los que una intendencia se encarga de la iluminación del lado del camino que le corresponde, pero no del otro, que permanece a oscuras. O la limpieza del entorno recae sobre alguna cooperativa que responde a un dirigente X y termina el trabajo donde concluye su área de influencia dejando al resto a merced de la suciedad… Con este panorama cabe volver a preguntarse: ¿a alguien realmente le interesa que esto cambie?

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Proyectos hay. Inclusive, algunos trabajos ya están en marcha, como la construcción del primer tramo de la autopista Tucumán-Las Termas. Esta obra reconfigurará el acceso por la ruta 9, ya que los planos incluyen un nuevo puente sobre el río Salí y un paso elevado en la intersección con la ruta provincial 306 (punto hasta hace no mucho conocido como “el cruce de la muerte”). En el Gabinete provincial también confían en licitar dentro de poco (en agosto, quizás) la obra que convertirá el camino al aeropuerto en una autopista de cuatro carriles. Además, hay otras acciones que suman, como la inauguración que hizo el Municipio capitalino del pórtico con tecnología LED en el acceso a San Cayetano. El problema es que para semejante desmadre todo parece escaso. Y, a veces, la experiencia también invita a ser prudente: no hay que olvidar que la remodelación de la Circunvalación arrancó en 2012 con un plazo de 24 meses, pero terminó cinco años después, cambio de Gobierno mediante. Si, leyó bien: cinco.

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Un párrafo aparte merece el Camino del Perú. Si bien no es un acceso propiamente dicho, es una ruta provincial que comunica localidades importantísimas, como Tafí Viejo, Yerba Buena y la capital. A pesar de que por ella circula parte de la producción tucumana y miles de personas que a diario se trasladan de un municipio a otro, parece condensar casi todos los males urbanos: infraestructura colapsada, inseguridad (vial y de la otra), entornos que crecen desordenadamente, controles escasos y poca vocación estatal para remediar estos y otros problemas (seguramente es una exageración, pero hay quienes dicen que circular por el tramo que va de la Rural a Villa Carmela a las siete de la tarde es como hacerlo por las caóticas calles de Nueva Delhi). Lo concreto es que si alguien espera alguna solución al menos en el mediano plazo, deberá seguir aguardando. En Casa de Gobierno germina la idea de realizar una circunvalación que vincule la ruta 9 y la 38 mediante el Camino del Perú, la Perón y la Solano Vera. Pero, hasta el momento, es apenas eso: una idea.

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No está de más recordar que los accesos a la ciudad funcionan como una carta de presentación que les extienden los tucumanos a quienes los visitan. Pero también pueden convertirse en la imagen que va a perdurar con más insistencia en la memoria de los que se van. Y, a veces, esa puede ser irreversible.

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