El país que se quedó a pie

 la gaceta / foto de Analía Jaramillo la gaceta / foto de Analía Jaramillo

Por estos días, en gran parte del territorio andino -que excede las fronteras políticas de los países y expresa su identidad en una cultura que perdura aún poderosa- se festeja el Inti Raymi o “Fiesta del Sol”. Si bien la sede de la celebración es la ciudad de Cusco, en Perú, llega a nuestro país: a Jujuy y a Salta, principalmente, pero también a Tucumán. Coincide con el solsticio de invierno, es decir, con el comienzo de la estación más fría en el hemisferio sur. Cronistas, como el Inca Garcilaso, documentaron que el Inti Raymi fue instituido por el inca Pachacútec en el siglo XV. El objetivo era honrar al sol para que favoreciera las cosechas y garantizara la alimentación de la población. Tras la conquista, fue prohibida por los españoles y solo a mediados del siglo pasado el Gobierno peruano decidió restaurarla para honrar la cultura incaica. A fuerza de sincretismos, junio es un mes de júbilo en Cusco: no sólo se conmemora con fervor la “Fiesta del Sol”, sino también Corpus Christi.

Si bien en el norte argentino esta celebración está más vinculada con reivindicaciones políticas y territoriales muchas veces dudosas -y en algunos casos judicializadas-, con búsquedas espirituales o con motivaciones turísticas es interesante analizar un concepto muy simple, pero central en este ritual de agradecimiento al sol: el de la preparación de la tierra. Es decir, para la siembra de nuevas semillas es necesario trabajar el suelo, eliminar las malezas dañinas, limpiarlo, regarlo… Básicamente, realizar los denominados trabajos culturales que llevan adelante todos los productores antes de una campaña agrícola. Desde una mirada espiritual, quienes participan de esta festividad dirán que es un momento propicio para limpiar el cuerpo y el espíritu de miedos, culpas y creencias limitantes que impiden que nuestras semillas crezcan con fuerza ¿Pero qué pasa si llevamos estos conceptos a otro plano, por ejemplo al de las realidades que se viven en Tucumán, en la región o en el país?

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La semilla del paro de transporte que paralizó la producción en Tucumán el martes echó raíces rápidamente y en menos de 24 horas se extendió hasta Buenos Aires. La situación es crítica para los que llevan adelante la protesta: falta gasoil y si consiguen, en muchos casos lo tienen que pagar a valor “blue” (hasta $300 por litro). Eso no es todo: argumentan que el precio del flete no se cumple, es decir, les pagan menos de lo estipulado; que es dificilísimo conseguir algunos insumos clave, como los neumáticos, y que, con este contexto, lograr que cierren los números es como hacer magia. Del otro lado aparece el espanto de los ingenios y las citrícolas sin producir con todo lo que esto implica. A las consecuencias que acarreará esta situación aún no las conocemos. Hay una sola certeza: serán graves.

Además de los cañeros y los citricultores, los que también sembraron y ahora deberían estar cosechando sus frutos son los productores de maíz. Pero a falta de camiones y de gasoil, muchos observan azorados cómo las plantas se están cayendo o se están llenando de hongos mientras se agiganta el fantasma de las cadenas de pago rotas.

En el medio quedó un Gobierno que luce impotente y desorientado ¿Se habrá arrepentido Juan Manzur de andar lanzando promesas a los micrófonos? A principios de mes, el jefe de Gabinete había dicho que el problema de la falta de combustible se iba a solucionar en apenas un par de días. Pasaron 20, todo indica que la situación es cada vez más compleja y -lo que es peor- aún no está claro hasta dónde puede escalar.

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Si el fin de semana extra largo dejó alguna certeza (más allá de los números vinculados con el turismo) es que fue una oportunidad perdida ¿Qué se perdió (o se perdió a medias, para no ser tan taxativo)? La posibilidad de agregarle un ladrillo más a la construcción de nuestra identidad. El recuerdo de la muerte de Martín Miguel de Güemes pasó casi inadvertido en Tucumán. Vale destacar la convocatoria tradicionalista que se realizó en la avenida Perón, en Yerba Buena, el miércoles de la semana pasada. Pero más allá de eso, de algunas reseñas escolares -posiblemente insuficientes- y de ciertas discusiones de aficionados sobre el rol que le cupo al salteño en rencillas regionales, poco se dijo sobre el legado de aquel hombre que, con aciertos y errores, realizó un aporte monumental para el nacimiento de nuestra nación. (Algún día habrá que discutir si su figura y la de Juan Martín de Pueyrredón no merecen una revalorización en el escaparate de los héroes de la Independencia.)

Sin caer en el fanatismo ciego que despierta en algunos salteños -tan negativa como la indiferencia de muchos tucumanos-, quizás sea una buena oportunidad para pensar en cómo construimos nuestra identidad. Ya lo dijo el doctor en Historia Facundo Nanni: establecer una fecha conmemorativa en el calendario implica instalar un tema en la currícula escolar y esa es una gran oportunidad para sembrar en suelo fértil. Hay que saber aprovecharla.

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Las malas decisiones políticas, las que se basan únicamente en los intereses electorales o las que se toman a partir de los resultados de las encuestas, pero que no tienen en cuenta las necesidades de los ciudadanos están, seguramente, entre las más dañinas. Eso quedó claro con los resultados de las pruebas Aprender tomadas el año pasado, pero difundidas esta semana: se produjo un deterioro muy significativo en la comprensión de textos en comparación con las evaluaciones que se habían hecho antes de la pandemia. Claramente, el cierre de las escuelas durante la mala gestión de la cuarentena que realizó el Gobierno tuvo un impacto muy fuerte. No hay que olvidar que las aulas permanecieron vacías (con intermitencias) durante un año y medio ¿Estamos a tiempo de revertir esta situación? ¿Están activados los mecanismos para evitar que se vuelvan a tomar medidas que puedan generar tanto daño? ¿Nos podemos ilusionar con realizar en el corto plazo una nueva siembra que dé buenos frutos educativos? Preguntas por ahora sin respuestas.

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Si de sembrar se trata, parece que en Argentina se hace todo lo posible por evitar que las semillas lleguen al surco. Tanto en un sentido literal, es decir, en el campo, donde las intervenciones y las malas políticas generan pocos incentivos (el trigo es el mejor ejemplo) como en un sentido más amplio. A tal punto que a veces da la impresión de que esta crisis brutal que atravesamos no está causada únicamente por gestiones deficientes, por impericia, por corrupción o por irresponsabilidad, sino por una voluntad siniestra de hacer daño, de perjudicar al otro, de empobrecer a todos. De hecho, a principios de 2015, con $100.000 era posible comprarse un auto 0km. Nada de lujos, modelos básicos de dos o tres de las marcas más conocidas, pero autos al fin. Siete años después, ese es el dinero que una familia tipo necesita para cubrir la canasta básica y no caer en la pobreza. En este escenario cabe preguntarse: ¿qué están sembrando los funcionarios en este país?

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