Juan Carlos Malcún: “El teatro me habla de la metafísica, me muestra quién soy yo”

Oriundo de Lules, el arquitecto y escenógrafo de larga trayectoria habla sobre dos de sus pasiones. La obra de Víctor García. El despojamiento. Un apasionado que nunca actuó y su debut.

ENTRE BAMBALINAS. Juan Carlos Malcún disfruta de ver lo que crean los actores, pero nunca se subió a un escenario a interpretar un personaje. comunicación pública ENTRE BAMBALINAS. Juan Carlos Malcún disfruta de ver lo que crean los actores, pero nunca se subió a un escenario a interpretar un personaje. comunicación pública

Mirada insomne. Bigotes afables. Charla amable. Susurrante. Un piano ejercita un tango de la Vieja Guardia en sus mocedades luleñas. Un changuito imagina casas. El teatro le moja la oreja. La arquitectura lo embosca. La amistad es una compañera. Los genes libaneses riegan su creatividad. “Nací en la ciudad de Lules. Mi papá tocaba el piano, llegó a tocar con Juan D’ Arienzo. Vivíamos en una casa grande, frente al mercado y al salón del Club Atlético Brown, la cancha estaba en la trama urbana. Mi mamá era maestra, llegó a directora de escuela. Yo era el hijo de la maestra y del comisario. Jugaba mucho a hacer casas, fijate vos. Mi historia con la arquitectura comienza ya siendo grande. Yo hacía mis juguetes. Tenía un fondo grande; todos mis juguetes eran con mecano, con ladrillos, construía en la tierra, arriba de los árboles... También hacíamos teatro, en ‘El león de Francia’, yo hacía la escenografía sin saber nada. Hacía escenografías de cartón, tenía 10 años, las hacíamos con cajones que llegaban a mi casa, hacíamos cárceles con agujeros y barrotes”, cuenta Juan Carlos Malcún, arquitecto y escenógrafo tucumano de larga trayectoria.

- Cuando venís a la ciudad a estudiar, ¿te conectás con gente de la cultura?

- Hago el secundario en el Colegio Nacional, viajaba en ómnibus todos los días; de los seis hermanos, cuatro viajábamos. En ese momento, a los 19 o 20 años, cuando ya estaba en la Universidad, comienzan a vislumbrar mis cosas políticas y entiendo lo que son los golpes militares. En casa se leían mucho las enciclopedias. Cuando comienzo en la Universidad, me quedo aquí en la casa de mi tía.

- ¿Cómo se produce tu enganche con el teatro? ¿Te gustaba actuar?

- Nunca he actuado. Una cosa que me apasiona del teatro, sea bueno o malo, es ver gente actuando, sentado en la butaca. Yo era un espectador del Teatro Universitario, del Septiembre Musical, y ahí me hago un grupo. Era vecino del Bebe Álvarez, en la calle Alberdi al 200; salía a la vereda el Bebe con revistas mexicanas y con libros, nos pasábamos libros; estábamos grandes tardes sentados en el fondo, conversando y leyendo. Siempre iba al teatro y en una de esas, aparece un día Jorge Alves, que era de Lules; su madre era amiga de mi mamá, jugaban a la lotería. Era la época del Consejo de Difusión Cultural de la Provincia que tuvo una de las mejores políticas culturales de todos los tiempos. Mandaba a todos los pueblos (Lules, Tafí Viejo, Simoca, Villa Alberdi, Aguilares, Concepción) a un director, a un profesor en expresión corporal y vocal y a un escenógrafo. Me dice Alves: “Tengo que montar una obra en Lules, ¿te animás a hacer la escenografía?”

- ¿Con esa obra debutaste?

- Sí, se llamaba “Los Cáceres”, de Roberto Vagni, que luego ganó todos los premios. Fue mi primera escenografía oficial, ahí arranqué porque al año siguiente, me invitan a trabajar en cuatro obras, en Lules, Tafí Viejo, Villa Alberdi, y con Héctor Posadas voy a Famaillá. O sea que en 1971, soy escenógrafo de cuatro obras. Me iba a la biblioteca de la Facultad de Arquitectura para ver lo que yo entendía en ese momento lo que era una escenografía. Con “Los Cáceres”, pieza de un solo acto, gané el primer premio; con casi todas las cosas que hice por primera vez me pasó eso: con la primera casa que hago, gano un premio del Colegio de Arquitectos; escribo un libro sobre Víctor García y gano un premio; pero después, ya no gano nada más.

Juan Carlos Malcún: “El teatro me habla de la metafísica, me muestra quién soy yo”

- ¿Lo conociste personalmente a Víctor García? ¿Qué es lo te atrajo de él, como para querer escribir un libro?

- No lo conocí. Fui a buscarlo en Barcelona, en Portugal, pero no lo encontré. Es un misterio que pensaba que se iba a resolver con la escritura del libro, a mí me atraía la importancia que tenía este tucumano en el mundo. Esa simplicidad y esa fuerza. Que esta persona triunfara sin saber quién era, si era alto, petiso o bajo, realmente me llamaba mucha atención. Te cuento que el primer premio que gano en el 70 y después la mención por las otras cuatro obras, son dos antecedentes que me permiten presentarme a una beca del Fondo Nacional de las Artes para estudiar escenografía, cine, teatro y televisión. La gano y en el 73 me voy a Buenos Aires a estudiar en la Escuela Superior de Arte “Ernesto de la Cárcova”, con Mario Vanarelli, que era un gran maestro. Estuve casi un año, y ahí veo mucho más teatro, conozco algo más de gente. Esa beca también la gana Hugo Gramajo (padre), pero en dirección. Tengo un año de mucha actividad cultural; en ese momento me faltaban dos o tres materias para ser arquitecto.

- Supongo que el hecho de estar estudiando arquitectura, te favorecía.

- Cuando me presento a hacer el curso, voy a trabajar con el director de la Escuela. El profesor me pregunta por qué estaba ahí. Pensaba que como ya era casi arquitecto, decía: “Aquí me como la cancha, esto no me va a costar nada, tengo premios y tengo experiencia de haber hecho cosas con mis manos”. Bueno, le respondo algo de eso, y cuando le digo que estaba terminando arquitectura, Vanarelli se agarra la cabeza: “Los arquitectos tienen la mano pesada, la mano dura como un ladrillo”. El tipo me daba 50 bocetos de un día para otro. Yo estaba en una pensión que tenía una luz de almacén y me ponía a dibujar ahí. Iba aumentando complejidades. Fue un gran aprendizaje. Me dio una nueva visión de mi arquitectura. La beca era modesta, me alcanzaba para pagar la pensión y me iba a comer a las exposiciones. Tenía un amigo que vendía diarios, me los prestaba y buscaba la exposiciones, yo sabía en cuáles había comida, después empecé a ir a las de los arquitectos.

- ¿Qué es lo básico que debe tener un buen escenógrafo? ¿Qué satisfacción te da realizar una escenografía?

- La escenografía no es para nada decoración. En todo caso, es un aporte para poder representar. Me da una grandísima satisfacción cuando con pocos elementos puedo producir más sentidos. Hay momentos en que toca una escena en que tiene que haber más elementos y tenés que ver qué vas a poner para seguir aún dentro del mismo despojamiento; la tenés que poblar de otras cosas, si te exige eso, pero no podés materializar con sillas, con muebles, con camas, sino usando otros conceptos teatrales que reemplacen a esa materialidad.

- ¿Cuál es el aporte la tecnología en la escenografía? ¿Has tenido experiencias en este sentido?

- Sí, en la última ópera que diseñé en mayo en el teatro San Martín, “Cavalleria Rusticana”, la hice con mi hija Marcela, que es también arquitecta. Es una aldea del sur de Italia, donde ocurre la historia y para darle el fondo, en lugar de hacer cielo y cámara negra, le metimos una proyección. Sacamos todos los telones y quedó la pared del fondo del escenario, sucia y con telarañas. Hicimos la proyección de más casas para darle la terminación a la aldea siciliana, el empalme de lo real con la continuidad de una proyección. He leído últimamente unos conceptos muy interesantes: tantas luces, tanta tecnología que hay en el arte de la iluminación y de la proyección, de la holografía, que al final van a inventar el teatro de nuevo porque lo hacen tan real, con tantas y excelentes imágenes, que lo hacen creíble desde una virtualidad pasada a la realidad, inventándolo escenográficamente.

- ¿Cuál es tu estética arquitectónica?

- Es trabajar los espacios sin pasillos, no muchos ladrillos, que el espacio sea el protagonista, la fluidez, la luz, el tiempo… Eso no se puede comprar en los corralones. Por supuesto, que uno hace lo que quiere el cliente, el asunto es dejarlo conforme en sus necesidades y en su imaginario. Aparte de casas, he hecho hoteles modestos, no grandes edificios. Lo que me gusta a mí es la transformación, la remodelación, es lo que me fascina: sacar las paredes, limpiar los muros, agrandar el espacio y el riesgo y la adrenalina de que no se te caiga, de que esto está pensado de esta manera. En una casa se camina, en un departamento se camina menos; la casa tiene que respirar, es como conversar, hacer pausas, prender la luz de la red a última hora.

- ¿De qué te habla la arquitectura?

- Me susurra muchas cosas, de la vida de la gente, me cuenta historias, me muestra el espesor del tiempo, me muestra cómo son los dueños de una casa, cómo viven, son como un texto, en donde yo leo con quiénes estoy. La arquitectura es para mí un texto; para la semiótica todo es texto, no únicamente el texto literario, todo material significa cosas. Es como escuchar el susurro que me da un terreno, siempre con el contexto. La arquitectura surge en la presencia de un entorno exterior, de un contexto social, producida por una necesidad que nace de un adentro, la necesidad del adentro de una persona.

- ¿Y qué te dice el teatro?

- El teatro me habla de la metafísica, me muestra quién soy yo: mis miserias, mis logros, mis vanidades, las angustias, el desamor, todo; me espeja. Ver gente actuando es una cosa que a mí me multiplica, es un doble que está ahí: yo me estoy escuchando, estoy conociendo con quién estoy viviendo, quién está sentado a mi lado y me da mucho placer decodificarlo y descubrir que me exige, a veces más que la lectura de un libro. Me pone en esa exigencia y los cuerpos empiezan a hablar y la ropa también habla. Por eso digo que en la escena no tienen que haber elementos que hablen de más ni que griten, sino que susurren, que digan lo que tienen que decir.

Una trayectoria

Nacido en Lules en 1947, Juan Carlos Malcún se desempeñó como docente en la cátedra “Arquitectura I” en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, en la materia “Percepción y diagramación escénica”, en la Facultad de Artes. Es miembro correspondiente del Instituto de Historia de Arte Latinoamericano y Argentino, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que dirige Osvaldo Pellettieri. Es autor de “Víctor García: Una grieta en el olvido”, “Cuando la emoción del actor es innecesaria” y el reciente “Espacio escénico. Texto, contexto y sentido”, entre otras publicaciones. Fue jurado en premios Artea y de la Fiesta Provincial de Teatro.

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