Equinoterapia en la cárcel: los caballos ayudan a la reinserción social

Los equinos rescatados de la volanta sirven como terapia para las personas privadas de libertad

LOS INSTRUCTORES. Las tareas son coordinadas por Myriam Skowronsky y por personal de seguridad del Servicio Penitenciario. La Gaceta / fotos de Ana Daneri LOS INSTRUCTORES. Las tareas son coordinadas por Myriam Skowronsky y por personal de seguridad del Servicio Penitenciario. La Gaceta / fotos de Ana Daneri

A la sombra de un árbol pequeño, Myriam Skowronski cuelga una cinta métrica desde las ancas de un caballo. A su alrededor, formando un círculo, unas siete personas prestan mucha atención. Más allá se extiende un sembradío de alfa, una huerta y una familia de equinos que se resguardan del sol bajo un techo de lona. La escena bien podría transcurrir en el campo, pero una muralla de unos veinte metros de altura se levanta como un gigante silencioso que les recuerda a cada momento en dónde están: el penal de Villa Urquiza.

“Esto lo hago para que vean que puedo hacer cosas buenas también, que tuve un error en mi vida y la estoy pagando pero quiero salir y reinsertarme en la sociedad”, confiesa Ramón Sánchez. Está cumpliendo una condena de 23 años y como otros 73 internos es parte del programa de equinoterapia de la cárcel. “Esto te ayuda bastante a tu estado de ánimo y eso le transmitís al animal”, agrega Luis Zárate, a quien le queda un año y medio para empezar a gozar de salidas transitorias.

“La persona llega y el primer vínculo importante que entabla es con el caballo. Ese vínculo permite una reconexión con uno mismo porque el proceso de prisionalización te va desconectando de la realidad”, explica Myriam, quien es psicomotricista, especialista ecuestre y equinoterapeuta. Hace tres años se enteró de que en la cárcel había caballos que eran utilizados para tareas de seguridad y se le ocurrió presentar un proyecto de rehabilitación con estos animales. El taller tiene la certificación de Peón de Cuadra y además sirve como efecto terapéutico.

“El caballo es tu espejo, si vos estás nervioso él se pone nervioso, si vos estás enojado el caballo se enoja, si vos estás tranquilo y calmado él también está tranquilo y calmado”, explica la docente. “A partir de eso uno aprende a regular la propia conducta. Vas aprendiendo a controlar tus nervios, a controlar tu enojo”, sintetiza.

Rescate y aprendizaje

Myriam acaricia a una yegua y señala unas manchas blancas en el pelo. “Son cicatrices que muestran que ha sufrido”, indica. “Coca” tiene el pelaje marrón oscuro y un carácter muy dócil. Nadie podría imaginar que llegó preñada, desnutrida y en muy mal estado, después de años de maltrato en la volanta. Como ella, otros tres caballos más llegaron en las mismas condiciones. En la cárcel nacieron tres más y son los encargados de dar vida al programa. El lugar cuenta además con animales de corral como gallinas, gansos y patos y desde el 2020 se siembra el alimento de los caballos como un proyecto de autosustentabilidad.

La formación profesional en el cuidado equino incluye rutinas de higiene, de limpieza de los espacios, de alimentación, de preparación para la monta, de ejercicios. Requiere además estudio y dedicación y los internos deben mantener una conducta ejemplar para poder acceder. La profesora explica que la equinoterapia puede ayudar a desarrollar el autoestima, la autogestión, la comunicación, la confianza en los demás, el control de impulsos y los límites. “Hay que hacer un esfuerzo para comunicarse en el idioma caballo. Necesitás ser asertivo con tu lenguaje corporal”, asegura.

“Ellos tienen también, como el ser humano, sus dolencias, su enojo. Todo eso nos está enseñando la profesora”, cuenta Horacio Peralta, quien lleva un año en el taller. Muchos años atrás, su abuelo vivía en el campo y tenía animales, entre esos una yegua que cargaba leña. Su sueño es volver a los orígenes de la vida tranquila de su Famaillá natal. “La sociedad nos condena pero queremos salir adelante, tener un futuro mejor. Salir el día de mañana con otra mentalidad”, reflexiona.

Ese espacio, lejos del encierro de las celdas, les permite también un momento de la tan añorada libertad. “Algunas veces es difícil mantener la conducta acá en la cárcel porque allá en los pabellones uno convive con la maldad, con la envidia y todo eso. Acá tenemos un momento para disfrutar de conversar juntos, con personas coherentes.”, cuenta Ramón. “Encontré un lugar donde se me despeja la mente y aprendo cosas”, finaliza. Ramón también sueña con tener un caballo algún día, empezar una nueva vida y recuperar a su familia.

Myriam anhela que el programa se extienda a las universidades, que se abran las tranqueras de los prejuicios para poder aportar a mejorar la sociedad. Que en el futuro las cárceles se abran como verdaderos espacios de rehabilitación y reinserción social.

La relación entre los caballos y los seres humanos tiene más de 5.000 años. Compañeros de guerra, de trabajo y de transporte, son animales fieles y majestuosos.

Su mirada profunda puede penetrar en los ojos de una persona privada de su libertad y ver más allá, en lo más hondo de su humanidad.

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