Durante una reunión, un abogado tucumano que representa a personas que viven en el exterior, pero que poseen intereses en la provincia, relataba los sustos que se llevan sus clientes cada vez que deben trasladarse en auto por las rutas vernáculas. En aquella conversación, se refería especialmente a un nórdico que, acostumbrado a las frías pero eficientes autopistas de su tierra, no podía entender cómo es que acá nos animamos a transitar a 120 km/h -o más- por caminos que poseen apenas dos carriles y, en algunos casos, ni siquiera banquinas. En medio de la anécdota, y a modo de broma, el letrado se puso a imitar los gestos de terror que hacía el europeo cada vez que cruzaban un auto que venía de frente por la vieja traza de la ruta 38. Al final del relato, y con cierta amargura, uno de sus oyentes remató: “qué le vamos a hacer… ¡Esto es Tuculandia!”. De aquella comida y de aquellos cuentos ha pasado el tiempo, pero nada o muy poco ha cambiado.
Tucumán es la provincia de los apurados. Se lo nota en los semáforos: casi siempre intentamos ganarle al rojo y muchas veces ponemos primera cuando aún faltan varios segundos para que el verde nos dé paso (así ocurren tragedias que podríamos evitar con apenas una dosis de paciencia). También lo podemos percibir en las esquinas, donde el peatón jamás tiene prioridad y quizás por eso nos sorprende cuando en otra provincia adoptamos el rol del caminante y los automovilistas nos ceden el paso. Y ni hablar de lo que sucede en las avenidas, en las que casi nadie respeta las velocidades máximas de cada carril, sino que vamos zigzagueando de derecha a izquierda y viceversa para sobrepasar a los que conducen más despacio.
Tucumán también es tierra de paradojas: mientras los automovilistas van con la quinta a fondo, el Estado avanza a paso de hormiga en lo que respecta a la infraestructura vial. El mejor ejemplo es la rotonda de Camino del Perú y Belgrano.
Redundancias y semáforos
Hay paralelismos que son curiosos. Si se presta atención, los corolarios de las rotondas del Cristo y de la Belgrano poseen algunas similitudes interesantes. Ambas nacieron hace décadas como soluciones a un tránsito notablemente inferior al actual. Si bien estaban ubicadas en puntos complejos, como son los límites entre dos municipios (capital y Yerba Buena), vivían realidades distintas. La primera quedó obsoleta mucho antes por una cuestión lógica: el desarrollo urbano y comercial de la avenida Perón comenzó hace relativamente poco si se lo compara con el de la Aconquija. Así fue que en 2008 llegaron los semáforos al cruce de Mate de Luna y Alfredo Guzmán. Pero en poco tiempo quedó claro que semaforizar una rotonda era una redundancia urbanística. Y en 2009 firmaron su certificado de defunción.
Años después, el mismo escenario se repitió casi un kilómetro al norte: en Belgrano y Camino del Perú se vivía un pandemonium en horarios pico (ni hablar de los autos que terminaban incrustados sobre los canteros los fines de semana durante la madrugada). A principios de 2017 empezaron a funcionar los semáforos. Y poco tiempo después se empezó a hablar de la necesidad de eliminar la rotonda. Pero da la impresión de que, en este caso, quienes debían tomar la decisión prefirieron poner el freno de mano. Y la demolición demoró cinco años en comenzar. Curiosidades de una tierra en la que los apuros de los dirigentes pocas veces coinciden con los de los ciudadanos.
Entre camiones y gallinas
Más allá de la rotonda, que esta semana comenzó a ser un recuerdo, el Camino del Perú puede funcionar como un pequeño muestrario de todo lo que está mal. Vamos por partes:
1- Alrededor de esta ruta provincial devenida en angosta avenida se concentra un crecimiento urbano que no responde a ninguna lógica. A los cada vez más populosos San José y Villa Carmela se suman barrios cerrados relativamente nuevos que conviven con viejas fincas de limones, con citrícolas, con colegios y escuelas, con predios de comunidades religiosas, con grandes cerámicas, con corralones, con clubes y con un sinfín más de establecimientos que aportan su flujo vehicular a una traza que hace mucho quedó devaluada.
2- Así, quien tiene la mala suerte de transitar por allí en horario pico se encontrará con un panorama surrealista - al que también, por qué no, puede caberle el concepto de Tuculandia: sobre ese pavimento deteriorado por el agua, el uso intenso y la falta de mantenimiento avanzan desde camiones enormes cargados con limones, con ladrillos o con alfa, hasta bikers vistosamente ataviados que salen a entrenarse. En el medio hay colectivos urbanos e interurbanos, camionetas, autos, motos innumerables, caballos, carros, chicos que van a la escuela, vecinos que se mueven a pie, perros y hasta quizás alguna que otra gallina o algún chancho. Y así no hay infraestructura que aguante.
3- La falta de desagües, de canales consolidados y de alcantarillas solo agrava la situación. Si hasta en plena época de sequía invernal es habitual ver agua sobre la calzada no hace falta ser muy creativo para imaginar lo que ocurre durante una tormenta de verano. Pasaron cinco años desde la muerte de aquel motociclista que había sido arrastrado por el torrente a la altura del barrio San Antonio de Padua, pero nada parece haber cambiado.
4- En definitiva, el Camino del Perú es tierra de nadie. Y, como ocurre en toda zona en la que se superponen las jurisdicciones, la pregunta es siempre la misma ¿quién se hace cargo?. Esta ruta une o separa -depende de cómo se lo vea- San Miguel de Tucumán, Yerba Buena y Tafí Viejo, pero su mantenimiento depende de la Dirección Provincial de Vialidad. Así, los años pasan, los problemas aumentan y las soluciones no llegan o llegan a medias y espasmódicamente. Lo pueden confirmar los vecinos de los barrios Alto del Cevil 1 y 2, que padecen un calvario todas las mañanas; el momento en el que más falta hacen los varitas que llegan desde Cebil Redondo es a las 7.30, pero nunca arriban antes de las 8.30, cuando el panorama ya es otro.
Pequeñas reflexiones
Hace algunas semanas empezó a circular la idea -porque todo indica que, por el momento, no es más eso- de construir una autopista de Circunvalación Oeste como alternativa para resolver los problemas del Camino del Perú. Además de muchos millones que no están en las arcas de la provincia -o al menos que no están destinados a eso-, entre otras cosas implicaría expropiar terrenos que hoy se encuentran en manos privadas. Y así planteado suena irrealizable. Ojalá el futuro nos sorprenda.
Frente a este panorama, tal vez sea un buen momento para hacernos algunas preguntas: ¿alguien está pensando en lo que ocurre en el oeste del gran San Miguel de Tucumán? ¿Esta zona, que se recuesta sobre el cerro -con todo lo que eso implica- no merecería un plan integral y no medidas impulsadas de modo aislado por cada municipio o comuna? ¿Cómo podemos mejorar las condiciones de vida en un territorio hipercomplejo en el que se combinan sectores de alto poder adquisitivo, bolsones de pobreza, numerosos desarrollos inmobiliarios, una fuerte presencia de la ruralidad (expresada principalmente en los limones y en los cañaverales) y un caudal enorme de personas que la visitan a diario para trabajar, divertirse o hacer deporte? ¿Objetivamente, el Camino del Perú es un problema en sí mismo o es apenas una de las tantas manifestaciones de la incapacidad crónica para planificar a largo plazo?
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(Pequeña digresión, aunque no menos importante: sería interesante saber qué siente un productor rural que padece a diario el oprobio de circular por las redes viales secundarias y terciarias -que, en algunos casos, no son más que huellas- cuando observa el tradicional desfile de políticos que, con el calendario electoral ya definido, son capaces de recitar frente a cualquier micrófono un rosario de obras que posiblemente nunca se concreten.)
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Hace algunas semanas, en este mismo espacio, el periodista Federico Türpe hizo un cálculo inquietante: en la provincia más chica del país hay al menos 300 anuncios de mejoras en la infraestructura vial que aún están en carpeta. La última gran novedad fue el inicio de la construcción de la autopista Tucumán-Termas de Río Hondo, un proyecto que acumula varias décadas encima. Pero, como también señaló Türpe, su fecha de finalización es incierta. Este panorama contrasta con lo que ocurre en las provincias de la región, en las que se multiplican los kilómetros de autopistas, de circunvalaciones y de mejoras en las rutas turísticas. Una escapada de fin de semana a Jujuy, a Salta o a Santiago del Estero basta para verificarlo.
Mientras tanto, todo indica que en Tucumán, los caminos que deberían conducirnos al progreso solo nos llevan en una dirección: directo a Tuculandia.