Diego Janches: “Hay que animarse a soñar y aferrarse al sueño, sobre todo cuando las cosas van mal”

El científico argentino que trabaja en la NASA y es “dueño” de un asteroide relata que en el corto o mediano plazo habrá una presencia humana permanente en la Luna. Janches estudia las interacciones del Sol con la atmósfera terrestre para determinar si corren peligro los satélites aplicados a las telecomunicaciones. Un episodio en Tucumán resultó determinante para su carrera profesional

Diego Janches: “Hay que animarse a soñar y aferrarse al sueño, sobre todo cuando las cosas van mal”

Treinta años atrás, Diego Janches estudiaba Física en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y viajó a Tucumán para asistir a una conferencia académica de su disciplina sin saber que en esta provincia hallaría una llave maestra para aproximarse a su trabajo actual en la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, institución más conocida por sus siglas en inglés, NASA. “Aquí descubro que había una agencia espacial en la Argentina (Comisión Nacional de Actividades Espaciales -Conae-) y que estaban trabajando en el primer satélite. Recuerdo que me acerqué a la persona encargada de ese proyecto, Mario Gulich, y que le pedí empleo. Él me vinculó con mi director de tesis y yo trabajé en la Conae, donde luego conseguí la oportunidad de ir a estudiar a los Estados Unidos”, relata durante una visita a LA GACETA. Convertido en un especialista en climatología espacial, Janches retornó a Tucumán en el ámbito de una gira como becario científico de la Embajada estadounidense.

Además de explicar lo que hace en su laboratorio y por qué es cada vez más importante conocer, por ejemplo, el comportamiento de las tormentas solares, el físico comentó que está cerca la posibilidad de que haya terrícolas establecidos por períodos más o menos prolongados en la Luna -la colonización de Marte, en cambio, sería algo aún lejano-. Janches, quien en 2020 recibió una medalla de la NASA por su desempeño científico excepcional, se refirió a las revoluciones tecnológicas en ciernes y a la necesidad de que exista una política educativa que se retroalimente con la ciencia para que no ocurran apocalipsis irreparables como el que narra la película “Don’t look up” (“No mirren arriba” [2021]). Por cierto, el asteroide “Janches” es el 24411 y fue descubierto en enero del año 2000.

- ¿Cómo explicaría con un lenguaje muy simple lo que hace en la NASA?

- Yo trabajo en el Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA, en una división que se llama Heliofísica, que básicamente se dedica al estudio de las interacciones del Sol con la atmósfera terrestre. Esa interacción tiene variabilidad como el clima: hoy llueve y mañana no. Lo mismo pasa de alguna manera en el espacio. Como nuestra vida está cada vez más atada a la tecnología espacial, porque dependemos de los satélites para la televisión, para el teléfono, para el GPS, etcétera, esa variabilidad nos está afectando cada vez más en la cotidianidad. Esta es la climatología espacial: de la misma forma que queremos saber si va a llover mañana o no para poder planear el día, la agricultura o lo que fuere, de la misma manera necesitamos saber cómo varía el ambiente espacial para determinar si los satélites corren peligro, si hay que aislarlos un poco más o un poco menos.

- ¿Cuál es la entidad de su campo de estudio?

- Estamos hablando de un campo que se extiende un poco cada vez más con esta idea de volver a la Luna y de algún día llegar a Marte. O sea, estamos hablando de la extensión que hay entre el Sol y la Tierra, en principio, porque las tormentas geomagnéticas parten desde el Sol, y llegan a la Tierra e interactúan con su campo magnético. Pero con los planes que hay, estos efectos van a ser importantes más allá de la Tierra.

- Podemos hablar de una superficie inimaginable.

- Podemos hablar de que el campo de estudio abarca todo el espacio donde el sol tiene su influencia.

- ¿Su abordaje permite dimensionar el cambio climático terrestre?

- Indirectamente. La climatología espacial y el cambio climático no son el mismo campo. Hay ciertas áreas de investigación. Yo en particular me dedico a la parte más alta de la atmósfera. Otra gente se dedica más a la física solar y a la física del viento solar. Dentro de la parte atmosférica, cuando estudié el comportamiento de la atmósfera alta hay indicios que están conectados con el cambio climático, entonces, un poco lo que aprendés para estudiar una cosa, lo podés usar para la otra.

- ¿Cómo se comporta el Sol en esa instancia en la que usted lo está mirando?

- El Sol tiene un ciclo de 11 años. Tiene picos de mucha actividad, y, cuando lo observás, hay muchas de estas manchas solares que son como áreas en la superficie del Sol que no emiten luz y son las precursoras de tormentas geomagnéticas. Después tiene su etapa de actividad mínima donde las tormentas no son tan frecuentes, donde no hay tantas manchas solares ni tantas fulguraciones que son explosiones en la superficie.

- ¿Qué tipo de cuerpo es el Sol?

- Es una bola de gas, de fuego y de plasma. La superficie solar se extiende millones de kilómetros. Como decía, en cada ciclo solar hay variación y los ciclos también varían entre sí. El Sol, como todas las estrellas, es un cuerpo bastante complejo.

- Tocar el Sol es imposible, pero ustedes se acercan bastante, ¿no?

- Está activa la misión Parker, que realizó mi división en la NASA, y que es la que más se acercó al Sol, justamente para estudiar el viento solar [N. de la R.: la sonda en cuestión anotó un hito en 2020 al llegar a estar a 18,6 millones de kilómetros de distancia del Sol]. No me acuerdo cuán cerca está ahora, pero fue un éxito tecnológico enorme porque las temperaturas a esas distancias son increíbles.

- ¿Qué siente usted con ese tipo de experiencias que para el resto de los mortales son materia de la ciencia ficción?

- Es un poco como esa historia de si ponés una rana en agua fría y la calentás despacito, la rana no se da cuenta y termina cocinándose, pero, si la tirás en el agua hervida, salta. Uno va haciendo las cosas, pero un día te enterás que estás trabajando en la NASA y parece como que siempre estuviste ahí. Pero ahora, con estas visitas, llega un momento en la carrera donde uno por ahí empieza a tomar conciencia, a mirar hacia atrás, a recordar que cuando estudiaba en la UBA no había computadoras ni celulares, y hoy soy parte de las misiones espaciales más revolucionarias de la historia desde el punto de vista tecnológico. Algo habré hecho bien. Es increíblemente satisfactorio estar involucrado en esta clase de proyectos.

- Recién mencionó que se está ampliando su campo por la intención de regresar a la Luna y de ir a Marte. ¿Cree que de aquí a los próximos 50 años se puede llegar a tener una colonia de terrícolas en Marte, por ejemplo?

- No sé, si en Marte, pero en la Luna, casi seguro. La misión de la NASA ahora es volver a la Luna y trabajar con una presencia permanente en la superficie. Hay un programa que se llama Gateway, que es como una miniestación espacial, que va a orbitar la Luna, y la idea es tener allí astronautas de manera permanente o por períodos largos. También está la misión Artemis I. El desafío de Marte es mucho más grande.

- Este año tuvimos la experiencia fascinante de contemplar las imágenes que produjo el telescopio James Webb. ¿Qué ve usted en esas fotos?

- No soy astrofísico, pero veo lo que la tecnología permite que podamos observar en distancias tan infinitas. En los próximos años habrá un avance científico revolucionario en estas áreas: esas imágenes serán materia de estudio durante mucho tiempo.

- Antes habíamos tenido la oportunidad de mirar por primera vez una fotografía de la puerta de entrada de un agujero negro. ¿Le sugirió algo en particular ese hallazgo?

- El campo gravitatorio de un agujero es tan grande que ni la luz escapa. En el núcleo del agujero negro hay una estrella muerta. No soy un especialista, pero lo que me dio gracia de esa foto es que el agujero negro terminó siendo un agujero negro, es decir, corroboró lo que se presumía.

- Usted trabaja con asteroides e incluso hay uno bautizado en su honor. Es una gran tentación preguntarle si vio la película “Don’t look up” y qué le pareció.

- Muy divertida para empezar. De hecho estos programas de búsqueda de asteroides peligrosos existen y bueno, espero, que si alguna vez encuentran uno, la respuesta no sea como la de la película.

- La decisión política se aleja de la evidencia científica con frecuencia. ¿Lo atemoriza que la sociedad y sus líderes estén dispuestos a vivir de espaldas a los datos de la ciencia?

- Sí, por eso es importante siempre tener programas fuertes de educación a largo plazo que excedan el tiempo de una administración en particular. Es importante seguir invirtiendo en una buena educación básica para que exista confianza en el proceso, los valores y los resultados científicos. La ciencia no es perfecta: yo no diría que cambia, pero sí evoluciona y la única manera de seguir manteniendo esa integridad es mediante el incentivo de la educación.

- ¿Qué le produce a usted el movimiento de terraplanistas que generó un gran debate en las redes sociales?

- Todo el mundo es libre de creer en lo que quiera, pero la evidencia de que la Tierra es redonda resulta indisputable o indiscutible. Nunca tuve la oportunidad de debatir con alguien que cree que la Tierra es plana: me imagino que, si lo hiciera, eso me causaría un grado de frustración, pero la gente cree lo que quiere creer.

- La situación geopolítica que generó la invasión rusa y el protagonismo creciente de China, ¿acelerarán las inversiones en programas espaciales como sucedió durante la Guerra Fría?

- Pertenezco una agencia espacial civil. La misión de la NASA es de exploración científica; humana, en el sentido de astronautas que vuelan al espacio, y biológica. Lo que se ve es una aceleración en el campo privado mediante la búsqueda de oportunidades comerciales en el espacio. No sabría contestar lo que me preguntás, pero sí hay estímulos para seguir desarrollando tecnologías que mejoren las observaciones, como el telescopio James Webb, instrumentos de predicción de clima espacial y exploración de planetas.

- Usted le escribió una carta al popular astrónomo y cosmólogo Carl Sagan cuando era adolescente, y resulta que, después, comprobó que había cumplido el sueño que enunciaba en aquella misiva. ¿Qué hay que hacer hoy para inspirar a los jóvenes como lo hizo Sagan con usted?

- Mi mensaje es que hay que animarse a soñar y aferrarse a ese sueño: creer que se puede. Estudiar, sobre todo en los momentos de bajones, donde las cosas no van bien, ahí es cuando hay que acordarse del sueño y empujar un poco más. Una lección es que las oportunidades no se presentan solas. Esa idea de que uno va a andar caminando por la calle y, de repente aparecerá una oportunidad, no existe. Hay que buscar y animarse a golpear puertas; a preguntar; a pedir un trabajo y nunca tener vergüenza de decir “a mí me gustaría pertenecer a este proyecto”. Soñar es trabajar; creer; aferrarse a ese sueño; estudiar; y animarse y buscar activamente las oportunidades.

- Cree en los sueños. ¿Y en Dios?

- Soy judío, pero nunca tuve la educación religiosa más allá de cumplir los rituales y folclore. No soy particularmente muy religioso ni muy practicante, pero uno siempre mantiene una puerta abierta hacia la existencia de Dios.

BIO

Diego Janches es un físico graduado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) con maestrías en Física (UBA), y en Astronomía y Astrofísica (Universidad de Penn State): en 2000, se doctoró en Ingeniería Eléctrica (Universidad de Penn State). Fue becario posdoctoral en el Instituto Sueco de Física Espacial en Kiruna. Además, desarrolló estudios de posdoctorado en el Observatorio de Arecibo (Puerto Rico) y en la Universidad de Kyoto (Japón), y trabajó en NorthWest Research Associates (Colorado). Publicó más de 100 investigaciones en revistas científicas. En 2010 se integró al Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA, donde presta servicios en la actualidad con el cargo de “research astrophysicist, fields and particles”.

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