Por segunda vez en el Mundial, al seleccionado argentino le tocó jugar un sábado a las 16. Día y horario ideal para que los grupos de amigos organicen juntadas, con almuerzo de por medio, para poder alentar a la “albiceleste. Este fue el caso de las “psicos”, un grupo de estudiantes de psicología que, con pizzas de por medio, se juntaron para ver el encuentro en el que los dirigidos por Scaloni le ganaron a Australia por 2 a 1, por los octavos de final de la Copa del Mundo.
Más de 3 horas faltan para el comienzo del partido, pero en casa de Víctor, abuelo de Julieta, ya se palpita el encuentro. Por tercer partido consecutivo, este domicilio de la capital tucumana es la sede oficial del grupo de amigas y amigos para alentar a la "Scaloneta". El dueño de casa, recién pasado el mediodía, se encuentra sentado en el comedor, viendo el partido de Países Bajos-Estados Unidos, cuando llega el segundo gol de los neerlandeses. “Muy endeble la defensa de Estados Unidos”, comenta, mientras espera la llegada de los visitantes, los mismos a los que recibió también en los cruces ante México y ante Polonia.
Iara, Agustina y Valentina son las primeras en llegar (luego de Juli, obvio), seguidas después de Valentín, novio de Julieta, y de Guillermina. El clima, todavía, es de tranquilidad, aunque empiezan a aparecer los primeros comentarios alusivos al partido de la “albiceleste”. “Para mí no nos hacen goles”, sentencia Iara, algo en lo que Agustina coincide. Valentín, mientras tanto, le comenta a su novia que soñó que Argentina perdía 2-1. “No tenes que contar los sueños malos en ayunas, porque se cumplen”, le reprocha Julieta.
Para ir calmando el hambre, llegan los primeros alimentos: pan con mayonesa de ajo y unas papas fritas. Mientras tanto, Estados Unidos descuenta ante Países Bajos, y empiezan los debates sobre qué rival le conviene a la Argentina. Discusión que dura poco, porque los europeos sentencian la historia, y despejan todo tipo de dudas.
Cerca de las 14, ya con el hambre pisando más fuerte, comenzó la preparación del almuerzo, a cargo de Valentín, que llevó adelante el armado y cocinado de pizzas. Para este momento, ya habían llegado al lugar Cintia y Darío, madre y tío de Julieta, este último acompañado de su pequeño hijo Lautaro, de apenas dos años. Todavía reinaba la calma en relación al cotejo de la Selección, pero el tiempo ya comenzaba a apremiar. La primera arenga fuerte llegó gracias al pequeño Lautaro, que comenzó a cantar “Vamos vamos, Argentina” Y contagió a los presentes. Esa imagen se repitió durante las dos horas siguientes, incluso durante el almuerzo. De a poco, la fiebre mundialista se fue apoderando del lugar.
Fueron corriendo los minutos y fue llegando más gente. De a poco, se completaba el público, y comienzan los rituales previos; aparecieron los colores celeste y blanco, por las camisetas, pero también por la pintura que Fausto, que llegó luego del almuerzo, aplicó en su cara y en sus brazos. También se siguió una costumbre aplicada en los dos últimos partidos: agitar un sahumerio por toda la casa, para atraer buenas vibras. Antes del inicio del partido, todos ya estaban ubicados en sus lugares, cantando y aplaudiendo el himno, y ya con la exaltación a pleno por el duelo ante Australia.