Historias del banderazo: la gira padre e hijo, el viaje de los hermanos y la fuga del zapatero

Los hinchas argentinos cumplieron con el ritual antes del partido ante Países Bajos.

Historias del banderazo: la gira padre e hijo, el viaje de los hermanos y la fuga del zapatero

Llegamos al quinto, todos alentamos como si fuese la antesala del sexto, porque acá en Doha el sentimiento por la Selección no se negocia. “Gane o pierda, se alienta igual”, se escucha en esos minúsculos rincones por donde no cabe un alma. Apenas si logra moverse la gente que circula por el dedo de bronce, esta obra icónica para los visitantes del Zoco, y punto de referencia para los argentinos cuando marcan dónde será la reunión de aliento previa a los partidos de la Selección.

Se nos viene Países Bajos en los cuartos de final. Allí estaremos dejando todo desde el lugar de cada uno, porque Argentina es como Diego, está en todos lados. Hoy y siempre.

Noto entre varios puñados de hinchas abrazos sentidos, como si fuera para algunos el último en la capital qatarí. La primera ronda del Mundial marcó un antes y un después, como suele suceder en cada Copa del Mundo. Los de avanzada se aseguraron la primera fase; los de contención, desde octavos en adelante. La vida acá en Bella pero costosa. No existe la eterna liquidez monetaria.

Regresemos al banderazo, al encuentro familiar más grande de todos fuera del país, entre argentinos. Los apellidos no ingresan por mesa de entrada, lejos de casa somos todos “algo” del otro. “Somos familia, gente”, se repite una y otra vez por los grupos de Whatsapp pintados de celeste y blanco. “Y como tal, nos vemos en el zoco, dale viejo que hoy es”.

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Hablemos de supersticiones, de cábalas. El horario pautado jamás deja de ser el de las 19. Es solo un número, porque la concentración ya bloqueó accesos y salidas casi una hora antes. Entonces vemos a los que se cuelan en el corazón del rejunte; a los que buscan los laterales, porque se filma mejor desde esa posición, y a los que se alejan un cachito para descomprimir un poco su respiración.

En cada uno de los presentes, de los nuestros y de los foráneos hay historias mínimas que vuelan al compás de, “Brasil, decime qué se siente”, o de “queremos ser campeón mundial”, ustedes ya saben. Es el cancionero del corazón.

Hablemos de supersticiones, de cábalas. En cada argentino hay un futbolista. No todos pueden llegar a jugar profesionalmente, pero sienten y viven como tal los partidos. Alexis Mc Allister fue el fiel reflejo de los que hoy están acá o miran por TV el Mundial y sueñan con defender la camiseta. En 2014 lo vio con la familia en La Pampa, en 2022 lo está jugando desde adentro.

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Agustín y Marcelo están pasados de edad, no van a llegar, pero no les importa. Viajaron a Qatar sabiendo que este podría ser también “su” Mundial. Me cuentan estos mendocinos que se reúnen solo una vez al año, “para el 31 de diciembre”. Después la distancia no se los permite. Agustín vive en Comodoro Rivadavia, está casado con la prima de la esposa de Marcelo y se dedica a funciones referidas al petróleo. Él fue quien chicaneó a Marce para armar la gira. “La fuimos pagando de a poco si no se hacía pesado el asunto”.

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Confiesan que tuvieron suerte: vivieron en el Barwa, el barrio de los argentinos en Doha, y que después “atraparon una ganga” en un hotel céntrico con pensión completa. “Eso nos dio aire para seguir acá”, pero como todo tiene un fin, sus valijas están listas y con el check in realizado. “Termina el partido y nos vamos directo al aeropuerto, espero podamos festejar el pase a semifinales”.

Entre los recuerdos generosos que atesoraron, amén de los partidos de la Selección, detallan una travesía al desierto, montar camellos y el día que Marcelo caminó sobre el agua. Por no mirar, su destino fue el agua de una pileta, como el video viral que circula de la señora en un casamiento. “Así, igualito  ja”.

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Juan y Keki son hermanos, viven en Merlo, San Luis y tenían todo arreglado por si la Selección avanzaba a los octavos de final. Juan tachó su segundo Mundial en fila. “Estuve en Rusia 2018, vi más gente allá pero debe ser porque estuve durante la primera fase. Ahora es diferente”, me cuenta el hombre dedicado al sector compras en una empresa local.

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Agrega que es fanático de la Selección por sobre todo el fútbol, y que le agradece a María, su novia, por darle bandera verde. “Me voy a esforzar con el regalo”.

Keki, pícara, se guardó las vacaciones de 2022 por si Argentina superaba la primera fase. Ahora, en medio del banderazo y a los gritos, me cuenta que sabiendo cómo venía la mano con el tema “ingreso” a Qatar, ellos sacaron la Hayya Card (una especie de visado local) y el hospedaje por las dudas, dos requerimientos que sí o sí debés cumplir para ingresar al emirato. Al aéreo lo pagaron sobre la marcha. “Carísimo, pero bueno. Por suerte eran los ahorros así que no le vamos a deber a nadie”, suspira Juan.

“Viajar hasta Qatar fue todo un sacrificio en lo económico, pero vale cada centavo”, dice ella. Claro que sí.

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Alejandro transita sus 54 años en Doha con unas bermudas de jean, ojotas y la camiseta conmemorativa del ‘86 con el 10 en la espalda, obvio. “Cómo no voy a ver jugar a Diego. Espectaculá. Para mí es el número uno, después viene Messi. Ojalá se le dé a él también”.

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En su tercer Mundial, contando Brasil 2014 y Rusia 2018, Alejandro cree que las sorpresas estuvieron presentes en Qatar 2022 pero que la competencia real comienza a partir de los cuartos de final. ¿Cómo ve a la Selección? Como el resto de la tropa, segura. “Queremos ganar, pero si no es así, lo mismo alentaremos”.

Entre amigos, hermanos, conocidos y su hija, el grupo de Ale asciende a nueve. “Nos faltan dos para el equipo completo, ja”, se ríe este fabricante de zapatos nacido en Avellaneda y sopla con fuerza una corneta celeste y blanca ¿Y a quién dejaste a cargo de la fábrica? “A mi hermano, ja”.

Antes de liberarlo y de que me explote el oído de otro cornetazo, le preguntó sobre las pequeñas diferencias que nota entre Argentina y Qatar. “Millones son. Es como ver a la Argentina dentro de 100 años. Si tenemos suerte, jajaja”.

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Pedro tiene 10, habla poco y observa mucho. Está en la edad de aprender y de preguntar. Papá Fernando está chocho. “Es mi primer Mundial y lo estoy disfrutando con mi único hijo, qué más puedo pedir”, me tira la pregunta retórica a mí, como intentando indagar si yo también tengo hijos. Estamos en la misma, le cuento que Valentín tiene 11 recién cumplidos y que me encantaría compartir la experiencia con él en otra Copa del Mundo. Quizás a sus 18, y que me invite él, ja.

Para que la agencia de publicidad no quedara sola, Alejandro arregló con su socio. “Él vino en la primera fase y después hicimos el cambio. Todo redondito, somos un gran equipo, como el que tiene Argentina”, esa mi viejo.

Por curiosidad, le pregunto sobre cómo planeó esta gira por oriente medio. “Fue durante un partido de la Selección, no recuerdo cuál. Dije que si Leo metía un gol de tiro libre, compraba los pasajes. Y bueno, la puso en el ángulo y acá estamos, ja”.

Fin.

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