LA GACETA en Qatar: Dejemos descansar a Messi, a Scaloni y a “Dibu”; hablemos del equipo

La tendencia a individualizar los éxitos colectivos viene desde nuestro nacimiento como nación.

Festejo de la Selección tras la victoria ante Países Bajos Festejo de la Selección tras la victoria ante Países Bajos

La tendencia a individualizar los éxitos colectivos viene desde nuestro nacimiento como nación. Entonces es San Martín el que cruza la cordillera, no el Ejército de los Andes; es Belgrano el que gana la Batalla de Tucumán y no el Ejército Auxiliar del Perú; es Urquiza el que derroca a Rosas y Mitre el que derroca a Urquiza. Como si fueran boxeadores en un ring, sin un colectivo de fuerzas alrededor. ¿Cómo no iba a replicarse esto en el fútbol, tan equiparado en el sentir nacional a las gestas patrióticas? Por eso al Mundial 86 lo ganó Maradona y a este es Messi quien se lo lleva puesto. Y si coprotagonistas se buscan, ahí está “Dibu” y su epopeya a base de penales.

Son buenas estas horas, viajando a toda velocidad rumbo a la semifinal, para darles un descanso a los héroes y recordar al equipo. El equipo que permitió las hazañas del “Matador” Kempes en el 78 y el equipo al que se integró Diego como primer y eximio violín en aquellos abrasadores mediodías mexicanos. Equipos formados por César Luis Menotti y Carlos Bilardo, octogenarios sobrevivientes de los momentos más gloriosos de la Selección, padres fundadores de su verdadera organización, y por estas horas traídos de los pelos a una polémica absurda y ya superada.

Hubo muy buenos equipos en este camino. Lo era el del 94, hasta que a Maradona le cortaron las piernas; lo era el del 98, víctima de la obra maestra de Bergkamp, in extremis y con el alargue en la mira; lo era el de Pekerman en el 2006, sucumbiendo por penales y el maldito papelito que guardaba el arquero Lehmann en la media. Y vaya si lo era el formado por Alejandro Sabella en 2014, aparcado en el Maracaná cuando la gloria se sentía tan pero tan cerca. Y también hubo equipos que no funcionaron: el de Bielsa en 2002, una máquina que arrasó en la clasificación y se quedó sin nafta en la carrera; el de Maradona en 2010, carente de respuestas y de recursos en el momento de la verdad; y por sobre todo el de Sampaoli en 2018, una Ferrari chocada en la avenida Francisco de Aguirre.

¿Dónde se ubica en este cuadro el equipo de Lionel Scaloni? Claramente en el de los buenos, con tendencia a dar el salto al de los muy buenos y anhelante de integrar el panteón de los mejores. Es la consecuencia de una línea de trabajo con picos altísimos (la conquista de la Copa América y la “finalissima” ganada a Italia) y otros altos (el balance de las eliminatorias). En el medio, larguísimo invicto mediante, no faltaron las mesetas. Y el Mundial, como banco de pruebas superior a todos, también proporciona un electrocardiograma bien movido de la Selección. Con picos altísimos (el partido con Polonia, el suplementario frente a Países Bajos) y un par de valles inundados y peligrosos (la primavera árabe, el primer tiempo contra México, los últimos minutos del período reglamentario ante los neerlandeses).

Un equipo regular o malo jamás llegará a las semifinales de un Mundial, salvo contadísimas excepciones (Corea del Sur en 2002). El de Scaloni está muy por encima de la media y esto se debe a sus convicciones en tres rubros: el táctico, el mental y el espiritual. Suele decirse que Scaloni, como sus predecesores, es más un seleccionador que un entrenador. Y es cierto que el tiempo de trabajo de campo es muy reducido, pero en procesos de largo aliento como este ya no es una excusa. Este equipo se conoce bien, ya abandonó la etapa de formación para recorrer la de la consolidación. Y es tan joven que deja la certeza de que funcionará para rato.

Scaloni no se equivocó en la elección de sus hombres, paso uno para el armado de un buen equipo. Después de mucho tiempo, la conformación de la lista dejó conforme a la patria futbolera. No hubo nombres que hayan quedado afuera, de esos que se reclaman cuando la mano viene torcida. Y una vez elegidos les transmitió una forma: posesión, juego asociado, paciencia para buscar espacios y momentos, concentración para presionar arriba y recuperar la pelota, búsqueda por los laterales. A veces sale bien, otras no tanto; a veces prima el orden, también asoman pasajes de confusión, como el derivado en el empate neerlandés. Pero la forma está.

Hay versatilidad táctica, condición que identifica a los equipos ágiles para cambiar cuando la situación lo requiere. Argentina puede jugar con línea de cinco en el fondo (la favorita del DT y la que más satisfacciones le ha dado) o con línea de cuatro; con un trío de volantes o con un cuarteto; con tres hombres claramente alineados en ofensiva o con dos. O hasta con uno. Esto es resultado de un trabajo a prueba de improvisaciones.

Y la Selección ha sido, hasta aquí, un equipo con carácter para sobreponerse a la negatividad de turno. Se levantó de la derrota impensada contra Arabia; superó la prueba de caminar al borde del abismo ante México y Polonia; hizo de tripas corazón tras el 2 a 2 de los neerlandeses y los pasó por encima en la prórroga. Y hasta se fortaleció en plena definición por penales, esa pieza de vodevil reflejada en gestos, miradas y actitudes de uno y otro lado, detonante de un festejo que el resto del mundo censura como el más aberrante de los pecados. Hay una marca resiliente en el seno de este plantel que está saliendo a la luz a caballo del sufrimiento, más de una vez inmerecido.

Esto se debe también a que es un equipo con líderes positivos. Lo es Scaloni, claramente y contra muchos pronósticos; lo es el capitán Messi, en su hora cumbre; lo es “Dibu” desde la enormidad de sus atajadas, lo es De Paul y su impronta de caudillo que puede equivocarse con la pelota pero jamás saca la pierna; lo son quienes bajan el perfil en la cancha y lo levantan en la intimidad. Se nota un grupo unido, comprometido, decidido a hacer historia.

Hay equipo, se vocifera cuando los picados van tomando forma, en la plaza o en la playa. Hay equipo, dijeron en su momento ilustres pasajeros del tren de nuestro fútbol. Hay equipo, están en su derecho a plantar bandera Messi, Scaloni y compañía. ¿Alcanza este equipo para ganar la Copa? Ese es otro escenario, se verá durante la apasionante semana que comienza. Que tiene con qué y tiene la motivación ya quedó largamente demostrado. A su manera, contagiosa y emocionante, también desbordada. No deja de ser una marca registrada, porque a los equipos los integran hombres y son ellos los que trasladan su impronta hasta sumarla en un todo. Argentina es un buen equipo; esta es una gran noticia. Por momentos muy bueno. Su objetivo es mirar a todos desde arriba y para subir a ese escalón del podio la espera lleva ya 36 años. Así de difícil es armar el mejor equipo del mundo.

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