Pueden decirnos locos, exagerados. Pueden decirnos lo que se les antoje y no nos va a importar. En su mayoría, los hinchas del fútbol somos hechiceros amateurs que creemos que con nuestras cábalas y supersticiones aportamos nuestro granito de arena positivo en la famosa búsqueda semanal de los tres puntos. Pero ahora la cosa está en otro escalón, está tan arriba que solo la gloria podría bajar hasta la arena del desierto qatarí a felicitarnos con el famoso abrazo del campeón.
Estamos a nada de la final, amigas y amigos; estamos a nada de poder ver a Leo en su último partido con la Selección en Copa del Mundo; estamos a nada de ver a este equipo dejando todo como leones que son por la Copa. Y estamos a nada de iniciar una vez más nuestro proceso de vigilia y preparación de nuestros rituales sanadores y protectores.
Somos de la magia blanca, no necesitamos hacer muñecos de Mbappé y pincharlos con alfileres. Nosotros creemos en la magia positiva, creemos en potenciar no en lastimar. Creemos en que si alguna vez hicimos algo, y ese algo salió bien, por alguna razón será para siempre así. También creemos en las promesas de temporada, en las promesas mundialistas.
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Valentín, mi hijo, se hizo amigo del fútbol recién ahora. De chico era fan, la rompía con la pelota, pero después conoció al amigo YouTube, al Hombre Araña, a los Vengadores y cambió las gambetas por la caja boba. En el cole juega, sí, aunque tampoco lo desespera. Nunca pude llevarlo a la cancha, no era ético, entonces tampoco profesa una bandera local. Sí le gusta River y conoce todo de la Selección. Cuando le salió la figu de Messi casi lloramos todos; cuando completó el álbum, hicimos un gol de media cancha. Y si ganamos el Mundial, prometió pasar por la peluquería y pasarse la 0.
Solito se abrió camino en la hechicería del fútbol. También sé que ahora rota asientos, que usa la misma camiseta de la Selección y que no deja que nadie toque el control remoto.
Valentín no tiene la Tradición de Martín, hombre con tres mundiales encima y que desde las Eliminatorias utiliza la misma camiseta, el mismo short y la misma bandera. Vaya a donde vaya. Está en Qatar sí, y al outfit recién mencionado le agregamos una pizca más de magia: “no se lava hasta después de la final”.
Agustín es arquitecto y sabe cómo dirigir el avance de obra de sus cábalas. Me cuenta que un amigo suyo diseñó remeras de la Scaloneta. Ya que él venía al Mundial, le pidió mostrarlas durante los partidos, algo así como que “tire el chivo” entre los canales de TV que hacen cobertura en vivo, los días D. La triangulación de deseos no dio sus frutos. Agustín aceptó, pero pasó que la magia no surtió efecto y que Argentina perdió 2-1 con Arabia Saudita. Están divinos los diseños de la Scaloneta, pero por Qatar no vas a ver ni uno.
La que sí funciona y no se toca es tapar la TV con una bandera y sobre el sol colocar la camiseta de la Selección que tiene diseño onda Minecraft. Y como ganó, ya reposa en la mesa de luz.
Ramiro viste generalmente de traje. Entre los hombres de negocios, afirma, la presentación es clave. Bueno, cuando va a la cancha qataríes lo hace de ojotas, bermudas rotas y una camiseta que tiene desde hace varias temporadas. Su arma letal es un calzón blanco, confiesa. Lo usó para México y se ganó el derecho a convertirse en indumentaria oficial de Ramiro para el resto de los partidos. No quiero ni pensar cómo quedó después de Países Bajos. “Jajajajaja, solo lo uso para los partidos, pero como que ya camina solo y ni loco lo lavo. No vaya a ser que haga macanas”, y sí.
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Le consulté a otros muchacho qué onda con el tema cábalas. Ramiro fue el primero en responder: todos los partidos en casa de papá Omar, vestidos con la misma pilcha, comiendo y tomando lo mismo; respetando lugares y con los mismos amigos. No está permitido faltar, eso puede significar un maleficio.
Nahuel es medio pata y perro, le gusta la calle y por lo tanto ama gusta ver los partidos de la Selección en bares. “Distintos y con gente distinta”, Nahuel sería algo así como el Messi fantasmal de Qatar 2022, lo ven y al toque desaparece.
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Entre los de acá tratamos de mantener la cordura, aunque cuesta. El pantalón no se negocia, va el mismo, pese a que está en edad de caminar solito. El buzo es el mismo, el celeste y blanco con diseño de la Selección. Y las zapas también, las de running porque son las únicas que malcrían a mis pies de confort.
La camiseta de la Selección está en el hotel. La miro, la beso y la vuelvo a dejar donde estaba. Si ganamos estando ella en casa, en casa seguirá.
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Dejo para el cierre al outsider, al “anti”. Cecilio debe tener los dedos más rápidos del mundo, es el primero en escribir en el grupo de Whatsapp, es el primero en maldecir, es el primero en festejar; es el primero en hacer unos asados que madre mía; y es el primero en estar en donde hay que estar. Pero cuando hablamos de cábalas, su cábala es decir que no tiene cábalas. ¿Será?