Al inicio del funeral hubo tanta niebla que ni siquiera fue posible ver la Basílica de fondo, sin embargo, eso no afectó el candor de los peregrinos ni su anhelo por despedirse de Benedicto XVI. Luego de tres días destinados a la capilla ardiente, ayer se realizó su funeral en la Plaza de San Pablo.
La ceremonia contó con 50.000 personas; entre las cuales hubo creyentes de diversas nacionalidades, 125 cardenales, cerca de 400 obispos y alrededor de 4.000 sacerdotes y monjas.
Sin procesiones masivas (tal cual se estila ante el fallecimiento de un Sumo Pontífice), a las 8.50, el féretro del Papa emérito fue trasladado al atrio. Su escudo de armas y una copia de los Evangelios fueron los únicos detalles que destacaron en el ataúd; en concordancia con un pedido explícito de Benedicto XVI para tener “un funeral sencillo, pero solemne”.
Una vez allí, los presentes procedieron a rezar el Rosario. La misa arrancó a las 9.30 (5.30 en Argentina) y estuvo oficiada por el religioso italiano Giovanni Battista Re, decano del Colegio de Cardenales. Desde una silla -debido a un problema en sus rodillas- Francisco presidió la ceremonia con sentidas palabras durante la homilía. Aunque solo mencionó el nombre del obispo emérito al final, hubo instancias en las que destacó su vida, entrega y la renuncia al papado.
“Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años”, expresó el Santo Padre.
Al tratarse de un Papa que abandonó el trono de Pedro, las exequias tuvieron varias peculiaridades. Por ejemplo, al elegirse otros pasajes y reformular las oraciones. También se omitieron las imploraciones piadosas. La misa se dio en latín, con lecturas en inglés y español y una intención en alemán (lengua natal del arzobispo emérito). Hubo además, un profundo minuto de silencio y el acompañamiento de los coros de la Capilla Sixtina.
Por otra parte -al no considerarse un funeral de Estado-, las autoridades, monarcas y presidentes de otros países acudieron al velorio bajo título personal. Las únicas delegaciones oficiales invitadas por el Vaticano fueron las de Italia y Alemania.
Entre las escenas de devoción cristiana y ritos religiosos hay un recuerdo que quedará grabado por mucho tiempo y podría hablar del futuro. En algunos momentos decisivos de la solemne misa, miles de católicos gritaron ¡Santo Súbito! (en el italiano original se escribe sin la tilde; significa ¡Santo ya!) y mostraron carteles con la frase. En esa fría mañana en Roma el aire se llenó de expectativas sobre su posible canonización.
Gratas memorias
Cuando tenía años, el Padre José María Rossi -del Convento de Santo Domingo- pudo conocer a Joseph Aloisius Ratzinger cara a cara. El evento ocurrió en 2002, cuando el cardenal alemán se desempeñaba como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. “Era una visita un poco difícil porque, junto con otros obispos argentinos, llevábamos temas delicados para conversar con los funcionarios de la curia romana”, recuerda a LA GACETA.
Al encontrarse, las referencias que circulaban sobre un hombre rígido o frío quedaron desbaratadas de inmediato: “Ratzinger nos escuchó y atendió todo lo que queríamos decir con una calidez muy grande. Así como Juan Pablo II poseía un don especial para las multitudes, creo que él contaba con la virtud de generar un clima de gran comodidad en el trato personal y con pequeños grupos”.
Su perfil de teólogo y académico no impidió que hiciera buenas migas con los visitantes. “Era un hombre tímido, por lo tanto no era del tipo amiguero; pero resultaba amistoso y eso se notaba en el clima íntimo que producía”, agrega el obispo emérito de Concepción.
El segundo encuentro ocurrió en 2009, época en la cual el religioso alemán ya era Papa. “Su actitud hacia nosotros se mantuvo igual e incluso fue el primero en romper el protocolo y saludarnos con un abrazo. Antes, nos habían advertido qué cosas debíamos evitar hacer para no molestarlo, pero Benedicto XVI omitió el protocolo y volvió a mostrarnos su amabilidad”, destaca.
En esta oportunidad, la impresión del padre Rossi se volvió más favorable. “Es cierto que él se preocupaba bastante por la doctrina, pero considerarlo conservador o retrógrado resulta un error. Era abierto de espíritu y eso conducía a una idéntica apertura de pensamiento. La Iglesia posee dogmas, hay un contenido de fe que viene de la Biblia y debemos cuidar; -no obstante- ponerle el título de custodio de ellos transforma su imagen en algo feo, rígido, agresivo. Al contrario, fue una persona amable y cariñosa en sus gestos hacia, por ejemplo, los niños o los ancianos”, aclara.
Sobre el sepelio
Por pedido propio Benedicto XVI fue enterrado en las grutas del Vaticano; en el sitio donde yacían San Juan XXIII y San Juan Pablo II antes de ser beatificados y trasladados a la Basílica de San Pedro.
Después de finalizar los tres días de la capilla ardiente, se procedió a cerrar el féretro en un ritual privado. Por tradición, dentro de él se dispusieron las medallas y las monedas acuñadas por la Santa Sede durante su tiempo como Papa (2005-2013). Además de incluir sus palios y un rogito (cilindro de metal con un pergamino en el cual se describe de manera oficial su pontificado). Acorde al protocolo, los restos terrenales del obispo emérito van a reposar en un triple ataúd (cada uno de ellos de un material diferente).