“Fresa y chocolate”: un eterno reclamo de respeto

Leonardo Gavriloff dirige y protagoniza la obra de teatro del cubano Senel Paz, que fue llevada al cine hace 30 años. “No pierde vigencia porque es un emblema de la libertad de expresión”, dice el artista tucumano radicado en Buenos Aires

HOY, EN EL CENTRO VIRLA. Walter Fornasero, Gregory Preck y Leonardo Gavriloff interpretan “Fresa y chocolate”, de Senel Paz. HOY, EN EL CENTRO VIRLA. Walter Fornasero, Gregory Preck y Leonardo Gavriloff interpretan “Fresa y chocolate”, de Senel Paz.

Desde una isla caribeña salió una película universal, cuya historia atravesó generaciones y hoy llega en formato teatral al Centro Cultural Virla (25 de Mayo 265). “Fresa y chocolate”, del autor cubano Senel Paz, se verá a las 22 -con reposición mañana a las 21- protagonizada y dirigida por Leonardo Gavriloff, junto a Gregory Preck y Walter Fornasero sobre el escenario.

El trío relata el vínculo que se construye entre el convencido militante comunista David (Preck) y el artista homosexual Diego (Gavriloff), siempre rondados por el revolucionario Miguel (Fornasero). “Ellos quieren poder ser auténticos, tener un espacio de libertad, de pensamientos y sentimientos entre dos hombres que, no obstante su desigualdad sexual, ansían un destino puro y real: ser ellos mismos. Todo transcurre en un clima de ensueños, donde realidad y recuerdos se mezclan en esta obra conmovedora”, describe el director y actor tucumano, radicado en la Capital Federal hace años.

- ¿La obra siente el paso del tiempo?

- Si bien la historia transcurre ambientada en la Cuba de 1970, muy cercana a la Revolución, y la película se estrenó en 1993, lo que se plantea es sumamente importante y actual. Habla del respeto por el que piensa distinto. Quien elige una sexualidad, ideología o creencia religiosa deber ser respetuoso y también debe ser respetado. El mismo autor lo dijo en el momento del estreno: “no es una crítica, es un dolor el que expreso”. Se cree y se la toma como crítica al régimen o a la no tolerancia , pero creo que en realidad es un emblema de la libertad de expresión y por eso no pierde vigencia.

- ¿Cómo fue tu acercamiento al texto?

- Viene del mismo autor del cuento original que dio vida a la película, Senel Paz, quien en 2013 y al cumplirse 20 años de la película en varios países se volvió a proyectar y se hicieron varias puestas de su obra. En ese momento tuve el honor de recibir ese texto con algunas modificaciones del mismo autor y lo estrené en Buenos Aires bajo mi dirección y puesta, aunque con otros actores. Se utiliza también esa versión en la puesta actual de La Pluma Teatro, grupo que tengo a cargo con distintas producciones de autores latinoamericanos. Con respecto a la elección de esta obra, tiene que ver con el acercamiento a la realidad de ciertos temas que están vigentes: igualdad, solidaridades, aceptación, la revolución interior y sobre todo la solidaridad y el respeto.

- Tu puesta está reservada a mayores de 18 años.

- Se debe a que hay desnudos, estéticamente cuidados por supuesto, y eso también provoca el interés del montaje. No hay limitación en la convocatoria: al contrario puede ser vista por cualquier persona de cualquier identidad sexual, pensamiento ideológico y religioso, que tenga mente amplia y sea sensible e inteligente.

- ¿Cómo viene siendo la respuesta?

- El público en cada función sale movilizado, algunos emocionados y conmovidos por lo que se cuenta en este discurso teatral minimalista donde prima la labor actoral y la síntesis de elementos. Eso provoca llevar a los espectadores a Cuba, no solo por el ambiente musical y el hablar cubano, sino porque se los invita a disfrutar de un mundo lleno de sensibilidad y encanto provocado por la magia de un espectáculo despojado de elementos: dos sillas y una cuerda que sirve de límite. Eso lo valoran y mucho. Por suerte creemos que el objetivo ha sido logrado.

- La gira es a pulmón...

- El equipo se mueve de forma totalmente independiente, sin compromiso institucional, no tenemos auspicios oficiales ni comerciales. Todos los gastos por cuenta propia. Eso nos libera de todos y podemos decir nuestro discurso con total tranquilidad y confianza.

- La película produjo un sacudón social y cultural fuerte en Cuba.

- En su momento en Cuba, al estrenarse, causó un variados desencuentros y críticas, que derivó en un caos social entre quienes estaban a favor y en contra. Un Estado de régimen autoritario produce este tipo de repercusiones en la vida social de cualquier país. Tuvo que ser reconocida y premiada en otros lugares para que el Gobierno acepte la proyección aún corriendo el riesgo a la crítica mundial.

Análisis: una historia que surgió en un momento clave

Fabio Ariel Ladetto

La Gaceta

En la Cuba de 1993 se hablaba en susurros, ni siquiera en voz baja. Era casi inaudible, no sea cosa que alguna palabra cayese en oídos de algún espía del poder, más castrista que el propio Fidel Castro y terminase siendo un malentendido enorme, una confusión inexplicable, una interpretación que conllevase múltiples peligros: ser perseguido u hostigado, quedar sin trabajo, terminar en la cárcel por contrarrevolucionario... Ese año se vivían tiempos muy duros, del llamado Período Especial que comenzó con la caída de la Unión Soviética dos años antes y el endurecimiento del embargo norteamericano.

Había cortes de los servicios básicos, con frecuentes cortes de energía eléctrica por varias horas en zonas no turísticas, problemas de agua, desabastecimento de combustible y limitación en el acceso a ciertos alimentos. Los cubanos sentían la orfandad de haber perdido al país que los ayudaba y la presión inimaginable de su mayor enemigo al mismo tiempo. Desamparada, la isla debía reinventarse, sanarse, presentarse de nuevo. La sociedad empezaba a sentir ese tiempo distinto, mientras sufría por lo que nunca más iba a volver.

En ese contexto es que se estrenó la película “Fresa y chocolate”, con lugares de recorrido cotidiano y habitual de los habaneros, ahora resignificados en una nueva experiencia cinematográfica, propia de un nuevo tiempo social. Marcaba un antes y un después, rompiendo con las líneas testimoniales y políticas del cine cubano previo, para hacer desde la pantalla un alegato a favor del hombre individual, no como parte de un colectivo, desde su humanidad más íntima, en tanto y en cuanto sujeto de pasiones, deseos y derechos que se animaba a presentarse como alguien distinto y que pedía respeto.

Quienes participábamos del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano ese año y transitábamos las galerías y el hall del lujoso hotel Nacional (todavía conservaba muchos brillos de la década del 50 pese a su incipiente deterioro), centro de negocios entre estudios y tertulias de artistas, escuchábamos a hurtadillas los comentarios sobre una película que era especialmente valorada. Era algo oficial y al mismo tiempo clandestino; nadie se animaba a mencionar a viva voz ese filme distinto, que reflejaba un submundo no reconocido de esa Habana varias veces centenaria y bella.

El cierre del festival fue en el monumental teatro Karl Marx, repleto en sus 5.000 butacas. La ceremonia de anuncio de los ganadores empezó demorada, porque se esperaba el arribo de Fidel, que nunca llegó. Cuando se anunció a “Fresa y chocolate” como ganadora del premio Coral, las miradas entre los cubanos fueron significativas. Los ojos dicen mucho más que las palabras y quienes habitaban la sala hablaron de ese modo. La sorpresa de que la producción de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, a partir de un cuento de Senel Paz, fuese la elegida implicó una declaración de principios, más allá de los méritos propios. El asombro era que se hubiesen animado a hacerla, luego a presentarla y finalmente a que se la premie. Una avalancha de sentimientos que se transformó en aplausos que significaban mucho más que el batir de palmas: era la ilusión de empezar un tiempo distinto. Pero esa esperanza de que el cambio fuese veloz se diluyó; sólo hace pocos años hubo avances concretos en el reconocimiento de las minorías, la diversidad sexual y la lucha contra la discriminación, y mucho tuvo que ver la sexóloga Mariela Castro Espín, hija de Raúl Castro y y sobrina de Fidel.

Si la historia resiste el paso del tiempo, dependerá de los ojos del público. Como obra, es atemporal al hablar de los sentimientos y las emociones, pero su contexto histórico de nacimiento es innegable, atravesado por una visión de época. Una reversión teatral está marcada por la experiencia de vida, del acá y ahora, distinto de su origen, en una Argentina que reconoce a las disidencias. Pero todo lo que se conquistó siempre puede estar en riesgo y las miradas torvas pueden volver en cualquier momento. En ese sentido, se debe leer en el presente y con proyección al futuro.

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