El asesinato de la familia de Fito Paéz: el móvil fue y será todo un misterio

El éxito de la serie “el amor después del amor”.

RECUERDO FAMILIAR. El niño Fito Páez aparece con su padre Rodolfo, su abuela Josefa y su tía abuela Delia. RECUERDO FAMILIAR. El niño Fito Páez aparece con su padre Rodolfo, su abuela Josefa y su tía abuela Delia.
05 Mayo 2023

Han pasado casi 37 años del triple crimen registrado en la casa paterna de Fito Páez. El caso fue muy bien reflejado en la serie “El amor después del amor”, pero, como sucedió en la tira que sigue encabezando la lista de más vistas en Netflix y en la vida real, se aclaró todo, menos el móvil del crimen. ¿Por qué mataron a esas pobres mujeres de esa manera tan brutal? Es la pregunta que hasta ahora no tuvo, no tiene ni tendrá una respuesta.

El 7 de noviembre una de las ocupantes de la casona ubicada en Balcarce al 600 del macrocentro rosarino le abrió la puerta a un desconocido que, en su interior, mató a la abuela del músico, Josefa de Páez (80 años), a la tía abuela Delia Zulema Ramírez de Páez y a la empleada doméstica Fermina Godoy (37), que estaba embarazada de siete meses. Las tres víctimas fueron asesinadas con una saña terrible por lo que algunos investigadores sostuvieron que había sido obra de “especialistas”. Esa teoría no parecía extraña si se tiene en cuenta que no dejaron casi huellas que sirvieran para identificarlos.

Por las dudas, fue detenido el primer “perejil” que se les cruzaba. En este caso fue la pareja de la más joven de las víctimas por una sola razón: él fue quien avisó de que algo extraño estaba pasando en la vivienda. Fito se salvó de integrar la lista de sospechosos: estaba de gira en Brasil junto a la banda de Charly García. Pese a ello, lo mismo quedó complicado: la policía encontró marihuana (nunca se supo la cantidad), pero luego la causa fue archivada al comprobarse que un uniformado la había colocado en el cajón donde la habían encontrado.

Semanas después de haberse registrado el triple crimen, mientras el músico estaba hundido en las peores de las depresiones y en su cabeza ya daban vuelta las canciones del disco “Ciudad de pobres corazones”, Charito Páez, tía de Fito, y su abogado Albino “Joe” Stefanolo, visitaron a las autoridades para informarles sobre un dato que terminaría siendo clave. Denunciaron que los autores del crimen se habían llevado un collar de perlas de Josefa de Páez y un radiograbador que le había regalado su nieto.

El desenlace

“Para entender esta historia hay que ubicarse en esos tiempos”, aclaró rápidamente Federico Anzardi, autor del libro “Hay cosas peores que estar solo. Fito Páez y Ciudad de Pobres Corazones”, que tiene como eje el triple crimen. “Era el regreso de la democracia y los crímenes estaban vinculados a un hombre como Fito, que representaba a una generación que luchó a favor de los derechos de los ciudadanos. Los investigadores eran todo lo contrario; era la policía de la dictadura, la que estaba en contra de todos esos personajes que habían surgido del rock”, explicó en una entrevista con LA GACETA.

En toda investigación complicada, la suerte puede jugar a favor de las autoridades. Eso sucedió en este caso. Un policía que se había infiltrado en el mundo de la prostitución rosarina, informó a sus superiores que una joven trans tenía un llamativo collar de perlas con que se diferenciaba del resto de las trabajadoras sexuales. El agente encubierto trasladó la novedad a sus superiores. Uno de ellos recordó la denuncia de Charito Páez -la mujer que apareció en la tapa del disco “Mi vida con ellas”- y le pidió al agente encubierto que profundizara la pesquisa de ese dato.

El investigador, que en la serie “El amor después del amor” aparece como un hombre tosco, de tez oscura y gruesos bigotes, estableció contactos con la joven trans. Ella fue quien le confirmó que ese collar se lo había regalado su novio, que era policía de una localidad del interior santafesino. A partir de ese momento, el sospechoso quedó en la mira de los pesquisas.

El avance de la investigación coincidió con la presentación del músico en su ciudad natal. El gobernador José María Vernet solicitó una reunión con él. El encuentro se concretó en un hotel. En una charla informal, el mandatario justicialista le contó las novedades del caso y que estaban muy cerca de resolverlo. Para muchos, sólo se trató de una maniobra para obtener rédito político. “No creo que haya sido así. En ese encuentro, Fito cuestionó que no lo haya atendido cuando él tenía datos para aportar a la investigación”, comentó Anzardi. “El funcionario le explicó que sus colaboradores no le habían avisado y que era muy probable que buscaran una manera de no dejarlo pegado en el caso que tenía una gran repercusión nacional. Hablé con los asesores del ex gobernador y me confirmaron esa versión”, añadió el escritor.

La caída

Con ese dato, el juez Francisco Martínez Fermoselle autorizó que se hiciera un allanamiento en la casa del sospechoso. En la medida, los policías encontraron el grabador de la abuela de Fito. El caso comenzaba a resolverse, pero con algunas sorpresas de por medio.

Walter de Giusti (23 años) no sólo confesó haber acabado con la vida de Josefa, Delia y Fermina, junto a su hermano Carlos (en el momento del hecho era menor de edad), sino que también había sido el autor de un doble homicidio cometido una semana antes en una fecha especial: el 31 de octubre, día de Halloween y que para las películas de Hollywood es una jornada de “masacres”. Los acusados habían asesinado de la misma manera a Ángela Cristofanetti de Barroso (86) ,y a su hija Noemí, de 31. Pasaron casi 40 años y nadie pudo responder por qué los investigadores no relacionaron ambos casos. Había muchos puntos en común: todas las víctimas eran mujeres que vivían solas; fueron asesinadas con la misma crueldad y ambos casos se registraron a menos de cinco kilómetros de distancia.

El acusado reconoció cuál era el modus operandi. Eran plomeros que habían trabajado en alguna oportunidad en las casas de las víctimas. Lograron ingresar a sus domicilios aprovechándose de la confianza que le tenían sus víctimas. Los acusados nunca dijeron por qué las habían matado. El mayor de los De Giusti tampoco contó cómo hizo para ingresar a la policía de Santa Fe un mes después de haber cometido los cinco crímenes. Pero con el correr del tiempo, sólo quedaron dudas de si era el protegido de un rosarino poderoso. “Nunca se pudo responder ese interrogante”, explicó Anzardi.

En agosto de 1987, De Giusti fue condenado a prisión perpetua y su hermano, por haber sido menor de edad, sólo quedó bajo “vigilancia” de las autoridades. Con el correr de los años, el detenido fue beneficiado con dos reducciones de penas. La Justicia determinó que de los 35 años, sólo debía cumplir 24. En 1997, por haber contraído HIV que supuestamente le había provocado casi una ceguera, se le otorgó el arresto domiciliario. Pero el beneficio le duró poco.

En 1998, un parroquiano le contó al juez Benjamín Ábalos, el que le aplicó la dura pena, que el condenado se presentaba en un bar céntrico todos los días. El magistrado, que ya se había jubilado, confirmó la versión con el dueño del local. Ese hombre no sólo le contó que De Giusti aseguraba que ya había cumplido la condena, sino que además llegaba manejando un auto, extraño para un hombre que supuestamente se había quedado ciego. La Justicia le revocó el arresto domiciliario y lo envió a la cárcel nuevamente. Por esta situación, se descubrió que el múltiple homicida nunca había sido exonerado de la fuerza y había seguido cobrando parte de su sueldo. En los primeros días de encierro en el calabozo, el hombre se descompensó y fue internado en un sanatorio, donde falleció el 12 de junio de 1998. A su tumba se llevó un secreto: por qué mató a esas mujeres.

El misterio

“En esos tiempos se hablaban muchas cosas. De un robo, de un ajuste de cuentas y hasta de que fue una de las consecuencias por una cuestión de drogas, pero nada quedó claro”, explicó Anzardi. Ni siquiera se logró confirmar que el asesino haya conocido a Fito. Hubo algunas coincidencias, pero nada más que eso.

Entre otras, aparece que ambos cursaron estudios en la misma escuela, la Dante Alighieri de Rosario. Ambos eran músicos: el condenado tocaba el bajo en una banda de heavy metal que jamás tuvo trascendencia. Páez, desde que tocó como tecladista con Juan Carlos Baglietto, no paró más. De Giusti se quedó en su ciudad natal trabajando como plomero. ¿La envidia fue el móvil? “Es muy poco probable porque no se entenderían las razones por las que asesinó a las otras dos mujeres”, explicó el escritor en la entrevista con LA GACETA.

Una periodista del diario “La Capital” de Rosario entrevistó a Adrián, un compañero del condenado por el triple crimen. Lo recordó como “un nene algo malo” que una vez los increpó a él y a otros chicos diciendo: “ustedes andan diciendo que yo soy puto”. Pero este ex compañero, ahora adulto y tras ver la serie, confesó: “Ni sabía qué era ser puto en esos años; sólo puedo decir que era un nenito complejo, al que cambiaban todo el tiempo de lugar”.

“No puedo calificarlos. Son locos, pero todos estamos locos. Yo tengo mis rollos y ellos los suyos. Los conocía desde hace muchos años; eran vecinos”, dijo Fito a los días de que se esclareció el caso. En 1999, cuando “El amor después del amor” había batido todos los récords, en una entrevista publicada en la revista Rolling Stone, declaró que nunca llegó a odiarlos por lo que hicieron. “No me enseñaron a odiar, no fui una persona educada para eso”, indicó.

Anzardi, que entrevistó a decenas de personas para escribir el libro, reconoció que buscó, encontró y charló con Carlos, el otro partícipe de los cinco homicidios que nunca fue procesado por ser menor de edad. “No hubo manera de convencerlo para que contara qué había pasado esos días y por qué mataron a esas mujeres. Él es el único que puede aclarar todo esto, pero no lo hizo y tampoco creo que lo hará”, finalizó.

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