25 Junio 2023

Por Raúl Courel

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Si usted es profesor de una universidad como la de Buenos Aires y cumple 65 años debe jubilarse, a menos que la institución encuentre que todavía puede ser útil y lo designe profesor consulto o emérito. En este caso le será reconocida no sólo una loable ancianidad académica sino la posibilidad de servir todavía para algo, aunque ya no se le permitirá formar parte del claustro de profesores. Se supone que usted ya no está en condiciones de ofrecer luces elevadas en la cúspide de la academia moderna que es la universidad.

No ocuparemos el tiempo en devaneos acerca de si el saber está más cerca de la azotea que del sótano, resulta más interesante advertir que si Sigmund Freud hubiera sido miembro de nuestro claustro lo habría abandonado tres años antes de escribir El malestar en la cultura, seis antes de sus Nuevas aportaciones al psicoanálisis, y ocho antes de su Moisés y la religión monoteísta. Si el caso fuera el de Noam Chomsky, actualmente en el Massachussets Institute of Technology, desde hace varias décadas no tendría voto alguno en la política universitaria, y si Lacan hubiera estado entre nosotros, se tendría que haber mandado a mudar bastante antes de escribir L´etourdit, dejando su lugar a otros con la mente más fresca. Algo similar habría sucedido con B. F. Skinner, que al escribir su Beyond Freedom and Dignity dos años después de retirarse de nuestra casa de altos estudios, hubiera provocado en quienes se ocupan de discutir ese texto la sospecha de que tal vez no lo produjo en el mejor estado de su intelecto.

Todo tiene sus razones y, en este caso, se trata de que nuestra principal universidad sea conducida por cerebros jóvenes, o no muy viejos, que son más rápidos y más brillantes que los de quienes han pasado los sesenta y cinco. La mejor prueba sería ofrecida por los matemáticos y los músicos, que demuestran que el genio pertenece a la mocedad. Por eso, ningún integrante del grupo de matemáticos franceses que utiliza el seudónimo “Nicolás Bourbaki” puede tener más de cincuenta años. Beethoven ni siquiera hubiera tenido que jubilarse, puesto que murió a los 57 años, mucho menos Mozart, desaparecido a los 35. El caso de J. S. Bach ofrecería la coincidencia más apropiada falleciendo a los 65, inmediatamente después de jubilarse.

Por suerte, en la universidad no todo es matemática y música. A los casos antes referidos, sin abundar demasiado, agreguemos el de Miguel de Cervantes, que al momento de escribir su dedicatoria a Los trabajos de Persiles y Sigismunda ya habría dejado de ser profesor regular de la UBA. Ese texto magistral y sobrecogedor, que comienza diciendo “puesto ya el pie en el estribo ...”, que escribe enfermo y a punto de morir, no hubiera estado a la altura de lo que esperamos de un par nuestro. Y aunque Carlos Menem sí podía ser reelecto a los 65 años como presidente de la República, eso no habría servido para que José Saramago no tuviera que retirarse de la docencia universitaria once años antes de recibir el premio Nobel.

Pablo Picasso hubiera empezado a trabajar con cerámica sólo después de jubilarse como profesor regular, de modo que no habría participado gozando de esta jerarquía en el Congreso de Intelectuales de Breslau, ni pintado, a los 69 años, “Mujeres a la Orilla del Sena”, ni sus cuarenta variaciones sobre “Las Meninas” de Velásquez, a los 76, ni las 347 aguafuertes que hizo teniendo 87, ni su serie de autorretratos pintados a los 91, con la muerte ya encima. Por último, se estima que Kant tenía 70 años cuando escribió El conflicto de las facultades, donde aborda con especificidad la cuestión universitaria. Para entonces ya habría dejado de ser uno de nuestros profesores regulares.

Quien sabe, tal vez no esté mal, si se hace desaparecer de los claustros universitarios a quienes se aproximan al final de sus días, ser profesor regular de la UBA podría ser un indicador de buena salud que permitiría un descuento en la cuota del seguro. Eso sí, nada de pretender que en la universidad alguien se meta con asuntos sobre los cuales sólo los viejos profesores tienen algo para decir.

© LA GACETA

Raúl Courel - Psicoanalista tucumano. Ex decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

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