Fue uno de los más destacados periodistas culturales y el mayor crítico teatral de nuestro país. Ernesto Schoo se inició como periodista en LA GACETA en 1950; desde entonces siguió ligado al diario, particularmente a este suplemento, a lo largo de seis décadas. En 1967 publicó en Primera Plana una entrevista a un desconocido Gabriel García Márquez -“la mejor nota que he escrito”, confesaría; la primera en un medio argentino-, dentro del número que catapultó a la gloria al escritor colombiano y potenció el boom latinoamericano. En esta edición compartimos perfiles de Schoo y fragmentos de sus notas.

Un sabio*

Por Jorge Fernández Díaz

Una cosa es ser inteligente y otra muy distinta es ser un sabio. El inteligente se permite la vanidad, la avaricia y la ostentación, y también la necesidad de reafirmar su ego a cada instante. El sabio, en cambio, sabe que no sabe, prefiere muchas veces no tener razón y practica con ascetismo y filosofía una curiosidad siempre joven y una modestia casi humorística. A este último grupo pertenece uno de los grandes maestros del periodismo: Ernesto Schoo había entrado sin querer en la prensa escrita gracias a LA GACETA de Tucumán, donde su viejo amigo, el mítico pero siempre vigente editor Daniel Alberto Dessein, le pedía colaboraciones. Un día le escribió una carta a Ernesto, que vivía en Buenos Aires: “No sé si te habrás dado cuenta, pero sos un periodista”, le anunció. Ernesto no podía creerlo. No estaba en los planes de Schoo ser periodista. Pero lo fue.

*Revista Adn, La Nación, 2008.

LA GACETA, mi cuna periodística*

Por Ernesto Schoo

Ocurrió algo decisivo en mi vida, aunque yo lo ignorase en el momento. Y ocurrió, como casi todas las cosas importantes que me han sucedido, sin mi intervención, sin proponérmelo. Era 1950. Recibí una carta de mi antiguo compañero de la Escuela Modelo, en la primaria y la secundaria, Daniel Alberto Dessein. En esa carta Daniel Alberto, “recordando tus composiciones del colegio”, me preguntaba si colaboraría con él en la sección bibliográfica. Le contesté de inmediato que sí, y la primera reseña que escribí fue la de Hojas de hierba, de Walt Whitman, en la traducción de León Felipe. Las colaboraciones en LA GACETA se volvieron casi semanales y Dessein comenzó a pedirme también reseñas de acontecimientos artísticos y culturales en Buenos Aires, que yo enviaba quincenalmente a Tucumán. ¿Periodista yo? Nunca se me había ocurrido. Aspiraba a pintor (estudiaba dibujo y pintura) o a actor (también estudié teatro). De periodista, ni idea. Pero Dessein insistió y me encargó, además de las otras tareas, nada menos que la sección de política internacional, aceptada por mí con total irresponsabilidad. LA GACETA de Tucumán es, pues, mi cuna periodística. También está en el origen de mi actividad más notoria. Porque en 1956, la Comedia Nacional estrenó en el Cervantes Facundo en la ciudadela, del poeta Vicente Barbieri, cuya acción transcurre precisamente en San Miguel de Tucumán, ocupada en 1831 por Facundo Quiroga. Dessein me encargó la reseña para su diario, y ésa fue mi primera incursión en la crítica teatral.

*LA GACETA Literaria, 1993.

Acerca de cómo conocí a Gabo*

Por Ernesto Schoo

Aquella noche de noviembre de 1966, mientras el avión descendía sobre la constelación de luces de la Ciudad de México, yo me preguntaba con cierta inquietud sobre el personaje a quien Primera Plana me había encomendado entrevistar para una nota de tapa que se editaría seis o siete meses después. Gabriel García Márquez. ¿Quién lo conocía?... Al parecer, en 1965, tras un año y medio de dedicación exclusiva, había terminado la novela que lo obsesionaba desde siempre. Su conversación tiene el mismo encanto, ligeramente arcaico, y el sabor legendario de sus relatos, donde la realidad se hace fantástica y la fantasía, realidad. Pasé una semana en México DF, arrullado por ese encanto. ¿De qué hablamos durante esa semana? De libros, naturalmente. Antes de mi partida, Tomás Eloy Martínez -jefe de redacción de Primera Plana y factótum de esta andanza- me había deslizado apresuradamente, en un bolsillo, un librito mínimo, una suerte de separata, Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. Lo leí durante el viaje: me deslumbró. El manejo del idioma, la plasticidad y exactitud de la prosa eran incomparables... Cien años era otra cosa: un desborde de aventuras, un torrente de desaforadas metáforas, un esplendor verbal inusitado, nunca artificioso ni autocomplacido. Según me confió Gabo, en su génesis están, entre otros, Las mil y una noches, Gargantúa y Pantagruel, El libro de buen amor del Arcipreste de Hita y -no tan insólitamente como parecería en principio- Orlando, de Virginia Woolf. Ya de vuelta en la Argentina, a fines de ese año recibí un cariñoso mensaje de Gabo y una botella de ron de Jamaica, que me duró una eternidad. Luego, el tiempo, la distancia, mi timidez y acaso su aureola de gloria fueron alejándonos. Pero, como es de rutina en estos casos, puedo decir, con sentimiento auténtico, que jamás he olvidado ni olvidaré aquel encuentro en la Ciudad de México. Más aún: creo que le debo a García Márquez -y a Tomás Eloy- la mejor nota que he escrito en medio siglo, y algo más, de labor profesional.

*LA GACETA Literaria, 2007.

Consejos para los jóvenes periodistas*

Por Ernesto Schoo

Cuando se acaba de cumplir 80 años y se llevan a cuestas 55 de profesión, es inevitable que nos pidan consejos para los jóvenes novicios. Una salvedad previa: los cambios tecnológicos -la computación, la informática, el correo electrónico- están conduciendo a cambios de comunicación y percepción tan radicales, tanto desde el punto de vista del emisor como del receptor, que acaso mis palabras resulten obsoletas. Creo, sin embargo, que algunas cosas no cambian: yo aconsejaría no perder nunca y cultivar siempre, enfáticamente, la curiosidad y el entusiasmo. Y, al margen de aquellas noticias que exigen una seca precisión en los datos, abordar siempre el texto como si se estuviera contando un cuento. Que es lo que el lector quiere, lo que todos queremos: que nos cuenten un cuento, para entender el mundo y entendernos a nosotros mismos, y para saber que no estamos del todo solos y desamparados en el espacio cuyo silencio eterno espantaba a Pascal: que alguien nos acompaña y nos cuenta una historia antes de dormir.

*LA GACETA Literaria, 2008.

Las causas del boom latinoamericano*

Por Ernesto Schoo

“En Buenos Aires conocí a Vargas Llosa, a Severo Sarduy; en Londres a Guillermo Cabrera Infante. Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez se autodenominaban la mafia. Ese movimiento en el que un grupo de autores escribe, publica y al mismo tiempo da a la literatura latinoamericana un lugar que hasta ese momento no tenía, le debe mucho a Carmen Balcells, agente catalana que es una fiera y que tuvo la idea genial de reunir a esta gente y darle una especie de identidad, de cohesión que, fuera de la amistad de sus miembros, no tenía. A partir de entonces se genera un curioso proceso de emulación en todos los países latinoamericanos. Cada uno quería tener un representante propio. El nuestro con Cortázar, Uruguay con Onetti, Paraguay con Roa Bastos, Chile con Donoso, etc. Hasta lo mezclan un poco a Borges en esta historia, de la que no tiene nada que ver. Y se instala el criterio lamentable de que la literatura latinoamericana tiene que ser pintoresca y enrolarse en el realismo mágico. Y nosotros, los argentinos, que no tenemos color local ni realismo mágico, ¿qué tenemos que hacer ahí?...Balcells lo hizo bien y rápido; una gran campaña de marketing, diríamos hoy. Hay otros factores importantes. La industria editorial argentina era enormemente próspera, nutrida por los exiliados españoles de la Guerra Civil. García Márquez y Vargas Llosa me decían que ellos habían tomado contacto con la gran literatura gracias a las editoriales argentinas, como Sudamericana y Sur (ambos tenían un gran respeto por Victoria Ocampo). Otro factor, volviendo al contexto en el que surgió el boom, es la existencia en nuestro país de lectores cultos y ávidos de buena literatura. En tercer lugar, una época en donde la literatura española estaba muy en baja y desprestigiada por el franquismo, era fértil para el surgimiento de un fenómeno de esta naturaleza en otras latitudes. Hoy la literatura española tiene una presencia mucho más importante en el mundo. Finalmente, no debemos olvidar que Primera Plana era la revista que leía todo el mundo. Si no la leías, estabas “out”, como se decía en esa época. Y Primera Plana es la que presenta a García Márquez, este personaje curioso, extraño, irresistible. Con estas condiciones, apareció Cien años de soledad en Buenos Aires y la gente devoró el libro”.

*Entrevista publicada en estas páginas en 2008.

PERFIL

Ernesto Schoo (1925 - 2013) se inició como periodista en LA GACETA en 1950. En los 60 fue jefe de Artes y Espectáculos en Primera Plana -allí publicó la primera entrevista de un medio argentino a García Márquez-. Luego trabajó en La Opinión y La Razón. Entre 1997 y 2013 fue crítico teatral y columnista de La Nación. También escribió en Sur, Tiempo argentino y Noticias. Entre 1950 y 2013 colaboró en LA GACETA Literaria. Entre otros reconocimientos, obtuvo el Premio Cóndor de Plata a la trayectoria, el Konex en Periodismo, el Konex de Platino en Memorias y Testimonios, la beca Guggenheim, la Orden de Caballero de las Artes y las Letras de Francia y la Orden al Mérito de Italia. Fue director del Teatro San Martín de Buenos Aires, miembro de número la Academia Nacional de Periodismo, miembro honorario de la Asociación de Cronistas Cinematográficos, guionista de películas basadas en obras de Mujica Láinez y traductor de Kafka y Henry James, entre otros autores.  Publicó las novelas Función de gala, El baile de los guerreros, Ciudad sin noche, El placer desbocado y El tango del paraíso; los ensayos de Pasiones recobradas y sus memorias Cuadernos de la sombra.