No la vi venir. No la vi venir. La confesión de hace un par de días pertenece a Horacio Rodríguez Larreta. Aludía a su derrota frente a Patricia Bullrich en Juntos por el Cambio, quien truncó sus sueños presidenciales. Admitió así que no supo reconocer el sentido de los vientos de su propio espacio, donde, más que su perfil aperturista y dialoguista, esa mayoría interna que lo doblegó seguía prefiriendo la confrontación y la diferenciación con el kirchnerismo. Nada de consensos, apertura o diálogo. Un sentimiento que estuvo en la génesis de la aparición del PRO y que supo encarnar la rival del jefe de Gobierno de la CABA en la primaria de JxC. Ese votante que acompañó a Bullrich se sintió representado en su discurso confrontativo y batallador, de barricada; quería seguir manteniendo esa característica que definió primero al macrismo y luego a la sociedad política con los radicales. Así es como se convirtieron en los enemigos del Gobierno, del peronismo o como más les gusta percibirse y mostrarse: los que tienen la obligación de destruir, desterrar o enterrar -como se sugiere desde estas filas- al kirchnerismo, y para siempre. A ese enemigo que se detesta y que no se soporta porque, entienden, simbolizan lo peor de la política, de la democracia y de la República.

Sin embargo, ya estuvieron en el poder y fracasaron, así lo dictaminó el pueblo en 2019 cuando les dio la espalda en las urnas y decidió concederles una nueva chance a los que siempre están a la espera de que los llamen; los compañeros. Y también fracasaron, tanto que en las primarias del 13 agosto, el oficialismo quedó tercero. Ese día, tal como lo admitió el jefe de Gobierno de la CABA, nadie vio venir al huracán Milei. No lo vieron venir, cual si toda la dirigencia tradicional hubiera perdido de golpe el olfato político, la intuición que da el conocimiento del territorio o esa sapiencia adquirida por la experiencia respecto del sentido del voto popular. Completamente desorientados.

No es que no hayan visto al libertario, es peor la realidad, no vieron venir los millones de votos que respaldaron a Milei y que, al parecer, lo volverán a avalar el 22 de octubre para que siga siendo el primero. ¿Se encapsularon en las realidades de sus propios espacios y se mintieron a sí mismos sobre el verdadero potencial de sus coaliciones? Les hablaron a los más fanatizados de sus propios espacios y descuidaron a los que resolvieron abandonar la huella y observar desde afuera. Ni vieron que se les iban, ni tampoco advirtieron cómo luego iban a venir.

Lo irónico y paradójico de este “descuido” garrafal es que por atender a su propia clientela crearon un nuevo militante crítico: el mileísta, el que se cansó de los políticos conocidos y buscó una cara nueva en quien depositar su confianza y, además, para canalizar su disgusto con la dirigencia tradicional, de izquierda y de derecha. El riesgo es que de este nuevo cuadro que se dibuja en la política argentina surja un nuevo tipo de fanático: el que deteste a los que están y que estuvieron, a los que señalan como casta. Tienen el discurso, los motivos y el personaje que los representa; aunque tal vez no tanto por su ideología liberal.

Una porción de argentinos apostó a un nuevo líder, sin estructura partidaria, extravagante, solvente en lo suyo -el tema económico-, pero irrespetuoso y soberbio, y que puede llegar a la presidencia con el voto, pero sin fortaleza partidaria e institucional, ya que su fuerza será absoluta minoría en Diputados y en Senadores. No podrá imponerse, deberá negociar, o someterse.

Tamaña “debilidad” institucional puede resultar toda una tentación para sus adversarios, y que puede derivar en la ingobernabilidad del país, especialmente si las dos fuerzas mayoritarias en el Congreso, Juntos por el Cambio y Unión por la Patria, se alían para doblegar al libertario haciéndole sentir todo el rigor de la casta. ¿Es posible? En política todo lo es, la propia Constitución nacional y los números actuales del Congreso dicen que es factible. Veamos: el artículo 53 de la Carta Magna fija que la Cámara de Diputados ejerce el derecho de acusar ante el Senado al Presidente por mal desempeño o por delito en el ejercicio de sus funciones; o por crímenes comunes, con el voto de las dos terceras partes de los miembros presentes. El artículo 59 establece que al Senado le corresponde juzgar en juicio público a los acusados por la Cámara Baja, y que sólo será declarado culpable con la mayoría de los dos tercios de los presentes. El 60 completa el circuito pues indica que el fallo de la Cámara Alta no tendrá más efecto que destituir al acusado y aun declararle incapaz de ocupar ningún empleo de honor, de confianza o a sueldo en la Nación.

Hoy por hoy, el bloque oficialista tiene 118 diputados y JXC 116; entre ambos suman 234 bancas de un total de 257, o sea más del 90% del total, muy por encima de los dos tercios en la Carta Magna; que serían 171 parlamentarios. O sea, con rigor matemático, Milei debería reunir un bloque de más de 85 diputados para evitar una eventual acusación, algo casi imposible que ocurra en la próxima composición de la Cámara por más millones de sufragios que acompañen al libertario de nuevo. El 22 se renuevan 130 de las 257 bancas, 68 por UxP y 55 por el lado de JxC. Si en las PASO los tres espacios se dividieron casi por tercios las preferencias del electorado; entonces Milei debería obtener un poco más de 40 escaños; insuficientes para impedir alguna travesura institucional conjunta de los otros dos espacios unidos.

¿Imposible? ¿Tolerarán los mileístas este posible accionar de la casta?, ¿tendrían capacidad de movilización para salir a la calle en defensa de su líder?, ¿serían capaces de generar un nuevo día de la lealtad? Puras especulaciones, pero como se suele decir en las ciencias: primero inventar -imaginar-, después descubrir. Y aquella ecuación matemática es posible, sólo habría que darle contenido político; algún relato para justificarlo.

¿El debate de esta noche dará alguna pista en esa línea? Lo seguro es que Milei no debe arriesgar demasiado, tal vez castigar a Bullrich de vez en cuando y mostrar las “cualidades” personales que le generó tantos simpatizantes. En cambio, la candidata de Juntos por el Cambio está condenada, o resignada, a salir a dar mandobles a diestra y siniestra, contra el libertario y contra Massa, porque la sensación es que la viene remando de abajo y que debe levantar como sea. Es la que menos puede desaprovechar el debate. El ministro de Economía llega más golpeado porque apareció Insaurralde haciendo de las suyas con un poder de daño que es inconmensurable para el oficialismo.

De los tres se deben esperar chicanas y golpes bajos, porque hacer propuestas no les servirá a los fines de conseguir más votos; ellos están obligados a mostrar que son capaces de capear las acusaciones de sus adversarios, con la desgastada fórmula de que a pícaro, pícaro y medio. El domingo pasado estuvieron medidos, hoy deberán arriesgar y soltarse un poco más, es lo que espera la gran audiencia. Más show, más “panelismo”, menos contención.